La Cuba que me asusta
agosto 29, 2012
Verónica Vega
HAVANA TIMES — Hace unos días supe por boca de un taxista, que los
choferes cuentapropistas de Alamar tienen el acuerdo común de cobrar 20
pesos para la Habana hasta las doce del día, (como mínimo).
No importan las condiciones del vehículo, no importa que haya poca
demanda y los carros salgan vacíos. Desde la Habana se hace a la
inversa: veinte pesos es la tarifa fija para Alamar, a partir de las
doce del día.
También en el agro mercado se hacen acuerdos previos sobre los precios,
no sea que a ningún vendedor se le ocurra pedir menos, por el mismo
producto.
Esta inusual capacidad para el consenso, este profundo sentido de
respeto a una alianza, me parecería loable si no supiera cuánto
padecemos (y padeceremos según veo), precisamente por no mostrar la
misma disposición y entereza a la hora de defendernos contra una injusticia.
Eso me asusta, sí. También cuando veo que a las diez de la noche estoy
atrapada, por ejemplo, en la Virgen del Camino, porque no pasa un P-3
para Alamar, y recurro a la 462 (que viene del paradero de Guanabo) y
después de una hora de espera toda la cola echa a correr, pregunto
desconcertada y alguien me dice que las guaguas están haciendo el
regreso sin pasar por la primera parada, lo confieso, me entra pánico…
Más cuando después de la carrera, el atropello para subir, una vez en la
guagua, varios pasajeros, (la mayoría con destino a las discotecas de la
playa), le preguntan al chofer que si cada uno de ellos le paga cinco
pesos, llevaría el carro directo a Guanabo, sin hacer paradas intermedias.
¿Qué es esto?- me pregunto. ¿La contrapartida a la carencia organizada,
a la abstinencia, al control? ¿Una variante de anarquía vindicativa del
individuo homogenizado? Pero lo peor es que reproduciendo lo aprendido
en tantos años de doble moral, la caja de Pandora está tan atestada como
una guagua en horario pico y el estallido se anuncia catastrófico.
Una antigua conocida me dijo una vez que la Revolución hizo al Hombre
Nuevo con lo peor del hombre viejo. Y sin apelar a estadísticas, (que
jamás se divulgan), es tristemente visible que cada generación es peor
que la anterior. "Nadie quiere a nadie", fue una frase lapidaria del
popular grupo "Los Van van", cuando el asunto no era ni remotamente tan
grave.
Claro que, para ser justa, escudriño en mi memoria buscando causas
probables y no encuentro más que sentencias excluyentes o de
autoafirmación en vallas, spots y hasta en lemas escolares.
Nada de respetar, incluir, y menos perdonar. La misma religión católica,
que aún con las limitaciones de cualquier dogma es un factor de
equilibrio en la ética social, fue reprimida y ridiculizada. Otras
creencias que sustentan como punto de partida, ciertos principios
morales, como el Yama Niyama del Hatha-Yoga, jamás han sido difundidos
en ese aspecto básico.
Y la religión más fecunda y expandida, la yoruba, exhibe en su
proliferación su propio detrimento: la lógica materialista y egoísta de
gran parte de sus practicantes. No en balde ya "hacerse santo", es
sinónimo de ser próspero, por el alto precio de la conversión, que
incluye un vestuario prácticamente de lujo.
Entonces, ¿de qué nos quejamos? El autoritarismo machista, la férrea
demarcación constante (de países, ideologías y grupos sociales) enseñan
a desconfiar, irrespetar, imponerse. En ese sentido, podríamos decir que
las generaciones recientes han sido excelentes discípulos.
http://www.havanatimes.org/sp/?p=70445
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