miércoles, agosto 29, 2012

Cuba y Fidel Castro: más allá de su cumpleaños 86

Fidel Castro, Cambios

Cuba y Fidel Castro: más allá de su cumpleaños 86

En lugar de centrarse en un patriarca de 86 años, la comunidad
internacional, particularmente en Estados Unidos, debería constatar las
tendencias generales en la política y la economía de Cuba, expresa el
autor de este artículo

Arturo López-Levy, Denver | 28/08/2012 12:10 pm

Independientemente de cuánto tiempo dure su vida, Fidel Castro juega un
papel influyente en la formación del discurso político en Cuba. Fidel
fue el líder más popular en una generación de cubanos, un gigante
político que alcanzó dimensiones mundiales durante la guerra fría y el
ascenso del Tercer Mundo en los asuntos internacionales. Como ha dicho
el profesor de la Universidad de Harvard, Jorge Domínguez, de haber
habido elecciones competitivas en los años 1960, Fidel Castro las
hubiese ganado. No tuvo oportunidad. En 1959, en plena guerra fría, EEUU
no iba a tolerar un líder nacionalista ni socialista, partidario de
políticas que deteriorarían la unanimidad anticomunista del hemisferio.
El derrocamiento del gobierno democrático de Jacobo Arbenz en Guatemala
en 1954 y el genocidio que sucedió a la victoria contrarrevolucionaria
en ese país es demostración de ello. Si en las revoluciones se cometen
abusos y excesos condenables, las contrarrevoluciones son peores.

Como dijo Winston Churchill: "Nada es más emocionante que le disparen a
uno sin resultados".

Castro asumió el reto, usando cuanto medio tuvo a su alcance,
democrático o no. Ningún líder cubano ha sido capaz de encantar con su
oratoria; llevar entusiasmo a sus seguidores y sembrar pánico en sus
enemigos como lo hizo Fidel Castro. Su carisma sin duda fue una
importante fuente de legitimidad del Partido Comunista, pero también
atrajo a muchos cubanos con sus escritos, ideas y discursos. Sus
opositores fueron despojados de propiedades, reprimidos, perseguidos y
condenados con toda la saña que desata una revolución y sus contrarios.
Una aureola de invencibilidad y genio comenzó a rodearlo.

En el análisis sobre Cuba, un enfoque centrado en Fidel siempre fue
insuficiente. Primero, porque las gestas de la revolución no fueron obra
fundamentalmente de grandes hombres, sino del pueblo cubano y sus
circunstancias. Fueron campesinos, carpinteros, albañiles, médicos,
maestros e ingenieros los que derribaron la tiranía de Fulgencio
Batista, libraron las batallas en Angola contra las tropas del
Apartheid, curado a miles de enfermos por el tercer mundo y resistido
las escaseces provocadas por el sesgo anti-mercado de las políticas del
Gobierno cubano y el embargo estadounidense contra la soberanía de Cuba.
Segundo, porque es imposible rastrear cuánto de las políticas de Fidel
fueron el resultado de sus propias opiniones y cuánto sus campañas
fueron el resultado de influencias sembradas por los diferentes
intereses en la estructura de poder de Cuba.

Dicho esto, es innegable que el estilo de dirigir de Fidel Castro marcó
la forma de ejercer el poder en Cuba. Cuando Fidel se comprometía a una
política, por sí solo se convertía en la coalición mínima vencedora en
el debate de estrategias. La política a nivel de los funcionarios
consistía en adivinar y proponer lo que ayudaría a la estrategia de
Fidel. Esto limitó la retroalimentación sobre los efectos de las
políticas en curso, sus alternativas y los flujos de información del
sistema.

El estilo de Fidel casi nunca consistió en dirigir desde atrás, sino en
comprometerse de antemano y reclutar seguidores para su línea trazada.
Por esta razón el modelo de "Fidel en el timón" terminó cuando él
enfermó en 2006. Fidel ya no es la fuerza decisiva en la supervivencia
política del Gobierno ni en las discusiones internas del Partido
Comunista Cubano. En parte por diseño y, en parte por efecto, la
institucionalización del Estado y las reformas económicas propuestas en
los "Lineamientos Económicos y Sociales" (Social y orientaciones
económicas) del PCC implican un retiro parcial del Estado de importantes
espacios sociales y sectores de la economía. El liderazgo y el carisma
de Fidel fueron obstáculos cardinales para estos dos procesos. El líder
indiscutido de la revolución, que nunca fue un "primo inter pares",
desplegó consistentemente un marcado sesgo contra los mecanismos de
mercado, prefiriendo, como buen revolucionario, la agitación y las
campañas a la organización metódica de normas e instituciones.

Fidel fue no solo el principal creador de las instituciones de la Cuba
posrevolucionaria, sino también el líder carismático que redujo su
importancia, ignorándolas según su parecer o inconscientemente. En sus
declaraciones, Fidel Castro abogó siempre por el "centralismo
democrático" y un "liderazgo colectivo", no un culto de la personalidad,
pero en la práctica, su carisma y forma de gobernar impidieron la
institucionalización de un gobierno republicano, con poderes divididos,
basado en reglas y leyes. El Gobierno estaba donde Fidel; sus
prioridades eran automáticamente las del Estado.

La recientemente aprobada propuesta del PCC de limitar todos los
mandatos del Partido y del Estado a un máximo de dos periodos de cinco
años era impensable bajo su égida. Cuando el tema se discutió una vez en
su presencia, los proponentes temblaron ante su sugerencia de que ellos
podían implicar que el mecanismo se aplicara a él.

Una nueva situación

El compromiso de Raúl Castro con las reformas económicas y la
institucionalización ha abierto la discusión de nuevas ideas dentro de
la estructura de poder y el discurso político, que eran impensables con
Fidel al mando. Proposiciones a favor de una ampliación del papel del
mercado en la economía cubana, la diversificación de la estructura de
propiedad y la ampliación de la función del derecho y las normas en el
funcionamiento del Gobierno y el Partido Comunista se discuten
abiertamente, y algunas medidas, todavía insuficientes, se han comenzado
a implementar.

Esta tendencia no es parte de una transición a una democracia
multipartidista, pero encarna un mejoramiento de los flujos de
información entre gobernantes y gobernados; avanza los mecanismos de
retroalimentación informativa y la expresión de intereses dentro de la
sociedad y las élites cubanas. El discurso público está rompiendo la
homogeneidad de épocas anteriores, no sólo en las publicaciones de las
comunidades religiosas o revistas con orientación reformista como Temas,
sino también en las publicaciones asociadas al sistema. Artículos en
periódicos y radios en las provincias y hasta Granma, el órgano oficial
del Partido Comunista, están hablando de la necesidad de separar el
Partido del Gobierno, pidiendo una aceleración de los cambios económicos
y el proceso de descentralización y transferencia de poder a las
provincias y municipios.

También la proyección internacional está cambiando. Durante el liderazgo
de Fidel Castro, especialmente antes de 1989, el PCC se empeñó en
promover un orden mundial alternativo. Cuba bajo Fidel, como lo demostró
el periodo del presidente Carter, no buscaba acomodos realistas para un
nacionalismo viable centrado en el desarrollo económico, sino —para usar
la paráfrasis del profesor Jorge Domínguez de Harvard, sobre una
expresión idealista de Woodrow Wilson— "un mundo seguro para la
revolución". El internacionalismo solidario entre las fuerzas opuestas
al orden hegemónico capitalista, prevaleció sobre el nacionalismo como
el principio rector de la política exterior de Cuba.

Ese balance está cambiando. En el reciente discurso de Raúl Castro en
Guantánamo el 26 de julio predominaron las narrativas nacionalistas y su
uso para resistir las propuestas de democracia representativa como
imposición externa, tema en el que las respuestas opositoras aparecen
tan perdidas como una vaca con espejuelos oscuros en un cine. El énfasis
en la revolución como una solución a una historia de humillación
nacional y cuestiones como el crecimiento económico y el orden público
emergen con fuerza en el discurso oficial. La lucha contra el embargo de
Estados Unidos es el más fuerte factor unificador en la élite y entre el
PCC y la población.

Cuando Fidel se enfermó en 2006, el exilio anticastrista en Miami
reservó el Orange Bowl para la celebración anticipada de su muerte. En
el cono sur de África, donde las tropas cubanas fueron claves aliados en
la derrota del Apartheid, los pueblos y líderes de Sudáfrica, Namibia y
Angola inmediatamente expresaron pesar. ¿Qué pasaría en Cuba cuando
muera Fidel Castro? Un funeral. La muerte de Fidel Castro acelerará los
procesos de reforma económica y la institucionalización, pero es
importante no exagerar su impacto actual en la formulación de políticas
de Cuba. Él es un ex jefe de estado, acomodado a la condición de
patriarca de la izquierda radical latinoamericana. La historia de los
últimos cinco años ha probado que todos los que pronosticaron un colapso
del régimen cubano en la ausencia de Fidel Castro en la cúspide, e
incluso recomendaron políticas basadas en esa premisa, se equivocaron.

Fidel Castro no es Cuba. En lugar de centrarse en un patriarca de 86
años, la comunidad internacional, particularmente en Estados Unidos,
debería constatar las tendencias generales en la política y la economía
de Cuba. Los procesos de liberalización, institucionalización y
conversión hacia una economía mixta tienen importantes implicaciones
políticas democratizadoras pues abren puertas a una mayor
diversificación y autonomía de la sociedad civil.

En la acción de los factores externos hacia Cuba es importante
considerar que la promoción de una economía mixta y la liberalización de
su sistema político no son metas reñidas entre sí. Por el contrario se
complementan. Aun así, hay momentos en que dilemas aparecen entre esos
objetivos en el corto y mediano plazo. Desde una perspectiva realista de
política exterior, la prioridad debe ser apoyar la liberalización
económica y social (por ejemplo la reforma migratoria) evitando
interferencias políticas de mano pesada. El centro de cualquier denuncia
debe estar en acrecentar la posibilidad de que los beneficios de la
nueva economía lleguen a la franja creciente de pobres y en aumentar la
transparencia en el manejo de los bienes públicos. Priorizar elecciones
multipartidistas y reclamaciones de propiedades es comenzar
irresponsablemente por el final.

Una cuestión central es si las reformas económicas de Raúl Castro pueden
alterar la dinámica política y la distribución del poder no solo en Cuba
sino en la comunidad cubana de Estados Unidos y el debate sobre el
embargo. ¿Qué pasaría si una oposición leal recoge el guante lanzado por
Ricardo Alarcón sobre las posibilidades de competir dentro del sistema y
comienzan a postularse en las elecciones del Poder Popular? ¿Con qué
proporciones se dividiría la comunidad cubano-americana en torno a las
sanciones si las reformas económicas y migratorias flexibilizan la
posibilidad de retorno a la Isla y la inversión de cubanos residentes en
el exterior como parte de los nuevos procesos?

Si ningún otro factor cambia, una economía cubana orientada al mercado,
con un vibrante sector no estatal, crearía un círculo virtuoso de
ampliación de libertades y posibilidades de viabilidad económica,
fortaleciendo las presiones para eliminar las sanciones de EEUU. Tal
paso fortalecería el apetito para más aperturas en Cuba. Vale la pena
notar que la antipatía generada por Fidel entre algunos segmentos del
público estadounidense y la comunidad cubana de Estados Unidos no es
transferible a ningún otro líder, ni siquiera a su hermano Raúl. Es un
regalo que Fidel Castro nos dejó en su cumpleaños 86.

http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/cuba-y-fidel-castro-mas-alla-de-su-cumpleanos-86-279587#

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