Lunes, Noviembre 28, 2011 | Por Reinaldo Emilio Cosano Alén
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) – Más de doscientos
turistas extenuados por el viaje y la flema de la aduana gastaban sus
últimas fuerzas frente a la sucursal de CADECA en la Terminal 3 del
Aeropuerto Internacional José Martí de La Habana, para canjear dinero, a
paso de jicotea, de pie, sin poder acomodarse, pues todos los asientos
del salón fueron retirados y sólo estaba abierta una ventanilla de las
seis habilitadas. La situación se hacía más agobiante con cada aterrizaje.
A pocos pasos de una CADECA en Guanabo, pueblo turístico al este de la
capital, hay una bodega con un cartel visible a simple vista que
anuncia: NO SE ADMITE DIVISA; en tanto otros comercios mejor
abastecidos, con precios por las nubes, popularmente llamados
"shoppings", anuncian lo contrario: VENTA SÓLO EN DIVISA. Son apenas dos
ejemplos. Fácil es imaginar la incertidumbre y molestias de quien no
posea la moneda exigida en cada momento y lugar, cuando no existe un
sitio cercano para canjear dinero o, si existe, no esté en horario de
servicio.
Las casas de cambio (CADECA) son pocas, están sólo en poblaciones
importantes, trabajan con lentitud, principalmente por la escasez de
empleados, y tienen otros inconvenientes, como cerrar en horario de
trabajo, porque Trasval, única agencia encargada de hacerlo, no
deposita dinero, o porque se acaba.
Otra opción es ir al banco, pero allí sólo realizan canjes de una divisa
extranjera por otra, incluido el peso cubano convertible. Los bancos
representan una dificultad igual o peor para el público por la cantidad
de personas que allí se aglomeran, y la lentitud con que transcurre la
gestión.
Ni el banco ni CADECA satisfacen las necesidades de la gente. El pueblo
está atrapado e irritado entre la circulación de dos monedas con valores
diferentes.
El peso cubano convertible, especie de bono sustituto del dinero
extranjero en las transacciones, y el peso que posee la inmensa mayoría,
curiosamente llamado moneda nacional (como si el convertible no lo
fuera) resultan una representación ficticia: ni uno ni otro tienen
valor en el extranjero.
La circulación de dos monedas con valores tan diferentes es espinosa. El
peso convertible es imprescindible para comprar determinadas mercancías
y servicios, pero contradictorio. Los salarios y pensiones son pagados
en moneda nacional, con un valor veinticinco veces por debajo del valor
del peso convertible.
Los establecimientos comerciales tienen rígidas restricciones con
respecto al abono de una u otra moneda. Las llamadas shopping, hoteles y
otros sitios sólo admiten pesos convertibles. En otros establecimientos
el pago es en pesos. Quien no posea la moneda exigida tendrá que buscar
dónde cambiar.
En Guanabo había cuatro casas de cambio. La del barrio Peñas Altas fue
eliminada porque robaron en esa sucursal. Por estar expuesta también a
robos, suprimieron la de la curva de Boca Ciega. La tercera, en Quinta
Avenida y 494, también peligraba, y fue cerrada tras producirse un
cortocircuito. Sólo queda una donde siempre se aglomera demasiado
público. Se habla de aumentar el número de ventanillas en la única
sobreviviente, pero no de aumentar la eficiencia en el servicio.
Un insistente reclamo popular es la eliminación de la doble moneda, pero
el gobierno parece no saber cómo salir del hueco que creó, o no estar
dispuesto a hacerlo.
Acudir a una CADECA, salvo en rarísimas excepciones, es un dolor de
cabeza. Si tenemos que vivir con dos monedas, al menos sería bueno que
pudiéramos cambiarlas con cierta comodidad.
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