02-02-2011.
Elías Amor Bravo
Economista, ULC
(www.miscelaneasdecuba.net).- El proceso de cambio iniciado en Cuba con
las recientes medidas adoptadas por Raúl Castro para ganar tiempo y
solvencia financiera en una economía en quiebra estructural, no ha hecho
más que empezar a mostrar las notables contradicciones que se derivan
del sistema de planificación central sin propiedad privada, vigente en
la Isla por más de medio siglo.
Uno de esos indicadores fundamentales del funcionamiento de una economía
son los salarios. El precio del trabajo, que ocupó largas horas de
reflexión a los economistas que, como David Ricardo sentaron las bases
de lo que posteriormente desarrollo Carlos Marx en El Capital, que se
supone que es el manual teórico sobre el que se cimenta la tropelía del
sistema estatal planificado y sin derechos de propiedad.
Los salarios representan el precio del trabajo. Y por tanto, como
cualquier otro precio, si se interviene por un burócrata planificador
que desea realizar su cálculo con independencia de las reglas del
mercado, se convierte en una señal errónea del funcionamiento del
sistema, provocando que las decisiones que se adopten no sean las más
adecuadas.
En la economía castrista, el Estado garantiza a todos los cubanos
sanidad y educación gratuita. Eso es cierto. A cambio, los salarios,
marcadamente igualitarios dentro de la visión marxista clásica, se
sitúan en unos niveles medios, 20 euros al mes, que no se corresponden
con la estructura económica y productiva de ningún otro país del mundo.
Se ha dicho, por ello, que el salario carece de significado para
orientar las decisiones económicas en Cuba y que, por tanto, no merece
ser considerado para el análisis. Ni refleja el valor de mercado de las
ocupaciones y sus distintos niveles de productividad, ni tampoco las
condiciones de demanda y oferta en el mercado laboral, el ajuste entre
los tiempos de trabajo y ocio, o un indicador real de capacidad
adquisitiva para el conjunto de la población. Es decir, que el salario
no se puede utilizar para el análisis de la economía.
No estoy de acuerdo. Precisamente, las medidas introducidas por Raúl
Castro apuntan a que el salario debe empezar a reflejar diferencias
entre calidad del trabajo y cualificación. Además, el mero hecho de
expulsar del sector público a una masa ingente de trabajadores con
salarios medios equivalentes a los 20 euros antes señalados, supone que,
de cara al ejercicio de las nuevas profesiones y oficios "autorizados",
una sencilla regla de coste de oportunidad, abra espacios para el optimismo.
Pongamos un ejemplo. Un trabajador cubano en una empresa estatal de las
que ahora se van a achicar en sus plantillas cobra una media de 20
euros mensuales. Si se establece por cuenta propia y tiene éxito en su
proyecto, lo que le deseo desde aquí, a pesar de las dificultades que va
a tener, puede descubrir muy pronto que, en función de cuál sea su
"negocio", esos 20 euros puede obtenerlos en un solo día, o incluso en
una sola hora de trabajo productivo. Lo primero que este nuevo
"emprendedor" de capital público va a pensar es, ¿cómo puede haber tanta
diferencia entre mi sueldo anterior y lo que ahora gano con mi
actividad? Y tendrá razones para pensarlo.
Yo se lo explicaré. Sucede que en los años de vida laboral, 25 o 30 en
la empresa estatal ineficiente, su sueldo, 20 euros mensuales, no
reflejaba el valor absoluto de su trabajo ni tampoco su productividad.
Es muy probable que esa productividad fuera 100 o 200 veces superior,
tal vez más. Pensemos, por ejemplo, en un trabajador que presta sus
servicios en un hotel en la zona turística. Su sueldo, en pesos cubanos,
no será superior a 500 mensuales, poco más de 30 euros. ¿Cree de verdad
alguien que ese es el valor real de su productividad? Ni en sueños. Lo
que sucede es que el gobierno comunista le exige al hotel pagar un
"impuesto" laboral por ese trabajador que puede estar en torno a los
1.500 o 1.700 euros, que incluso en ese caso sigue siendo competitivo en
la zona del Caribe. Lo mismo ocurre con las minas de níquel en Moa. La
diferencia, evidentemente, se la queda el Estado comunista. Y otro tanto
sucede con la empresa estatal de nuestro ejemplo.
La obsesión estalinista de la economía cubana ha sido que toda la renta
y la producción que se genera en el país no caiga en manos de la
población que la produce, sino que vaya a parar a las manos de ese
organismo burocrático y planificador, que entonces decide qué hacer con
esa renta generada. Y ahí es donde viene el gran problema de la economía
cubana, porque esa corriente de recursos, se dirige a financiar una
estructura estatal obsoleta, en la que florecen gastos y regalías que
carecen de productividad y que se convierten en el instrumento de
control coercitivo sobre la población, por ejemplo, los gastos de
seguridad , control y defensa, por ejemplo. La riqueza ni se crea ni se
destruye dentro de los estándares de funcionamiento del estado comunista.
Cuando ese nuevo emprendedor cubano compare su renta actual con la
obtenida en los tiempos del "bolchevismo caribeño" se va a sorprender.
Lo que sucede es que el burócrata planificador ya ha pensado como
detraerle continuamente los nuevos recursos, con una carga tributaria
más elevada e impuestos, así como con costes de la electricidad más
elevados y todo tipo de tasas y obligaciones. Su capacidad de generación
de riqueza, a partir de las rentas obtenidas, se verá constreñida por un
régimen político que recela de la libertad económica. La consecuencia:
menores ingresos estatales, menores gastos y más pobreza. Ese es el
horizonte de los "lineamientos" si es que alguien no lo cambia antes.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=31177
No hay comentarios.:
Publicar un comentario