25-02-2011.
Alias Amor
(www.miscelaneasdecuba.net).- Conforme uno se adentra en las
interioridades de la economía generada por el castrismo durante décadas,
se percata de los graves problemas que este régimen ha sido capaz de
generar con su imprudencia en la gestión de los asuntos económicos.
La economía de un país necesita reglas claras y transparentes para
funcionar de manera adecuada. En la economía de mercado, esa información
viene suministrada por los precios que se determinan libremente por el
juego de la oferta y la demanda. Este mecanismo ha permitido asignar de
forma eficiente los recursos tomando en consideración, de forma
simultánea, los millones de decisiones que en cada instante toman los
distintos agentes que operan en una economía.
En el régimen castrista, donde la ideología estalinista suprimió
cualquier vestigio de mercado libre y competitivo a partir de 1967, las
consecuencias de la planificación centralizada y de la burocracia en las
decisiones centralizadas por el sistema, han llevado a situaciones de
caos, como la que se describe en un artículo que se publica en Granma
titulado "Evitar violaciones en la vía láctea" y cuyo autor es Juan Varela.
El artículo reflexiona sobre una cuestión cuando menos curiosa: la
diferencia entre lo que el Estado paga por la leche y la calidad real de
esta al llegar a la industria o a las bodegas, mucho menor de la que se
valoró para su compra. Cuando se intenta explicar este fenómeno, los
productores señalan la responsabilidad directa de "la poca exigencia y
la debilidad en la disciplina técnica y las normas organizativas", y
vuelta a empezar.
En distintos trabajos anteriores, he reflexionado sobre uno de los
principales problemas de la economía castrista: la ausencia de una red
de distribución, logística y comercialización de productos y servicios
similar a la de cualquier otra economía occidental. Parece que el
régimen comunista desea que los cubanos se vean obligados a tener que
comprar sus alimentos de forma precaria, en puestos provisionales de
venta en las afueras de las poblaciones, y los electrodomésticos y otros
artículos de vestido o de limpieza, en las tiendas donde sólo es posible
pagar en moneda convertible.
El sistema sólo sirve para suministrar una dieta pobre de artículos a
través de la libreta de racionamiento, y poco más. No existe una red
comercial como la que dominó la economía cubana en los 50 primeros años
de su existencia como república, y que permitió un desarrollo sin
precedentes de la productividad y la calidad de vida de todos los
cubanos. No existe un comercio mayorista capaz de canalizar los
productos a las industrias para su transformación. En la medida que todo
el canal de distribución está dominado por el Estado, su incentivo para
mejorar el funcionamiento y actuar de forma eficaz, es limitado.
Es lo que ocurre con la leche en este artículo de Granma. Ni se dan
condiciones para su transporte en condiciones adecuadas de conservación,
ni se cumplen los requisitos de higiene, de tipo de envases, de
transportes o de tiempos mínimos entre ordeño y uso final del producto.
¿De veras que alguien puede pensar que esto ocurra en cualquier otro
país, no digamos en países más avanzados en los que estas normas se
encuentran reguladas, sino en otros de desarrollo similar?
No existe confianza en la distribución, como no existe confianza mínima
en renglón alguno de la economía castrista. Este es uno de los retos
fundamentales que habrá que superar, el cómo conseguir que los contratos
se respeten en tiempo, plazo y forma por todos los implicados en los
procesos productivos.
La respuesta está clara: introduciendo los precios y el mercado
competitivo. Si en vez de ese organismo estatal acomplejado y
burocrático existieran distribuidores privados que compitieran entre sí
por ofrecer servicios adecuados a los productores finales e intermedios,
así como a los consumidores, la cosa sería muy distinta. Distribuidores
a los que parece que el régimen castrista trata poco más o menos que
como a delincuentes, porque en la retahíla de "Lineamientos" no se habla
en momento alguno de esta "forma económica", absolutamente necesaria
para sacar a la economía cubana de su grave crisis estructural.
La preocupación del artículo gira en torno a cómo poner freno al
descontrol. Un descontrol cuyo único responsable es el sistema de
economía estalinista planificado centralmente. Yo les aseguro que en los
países con economía de mercado estos problemas no aparecen. La gente
está preocupada en lo que está haciendo, y su tiempo se concentra en la
rentabilidad de sus actividades económicas, porque no debemos esperar
otra cosa del comportamiento económico. A las cosas hay que llamarlas
por su nombre, y en Economía la actividad depende del incentivo del
beneficio, y si éste es proscrito, como ocurre en el castrismo
estalinista, no pueden ir bien las cosas.
Por supuesto que la planificación central y el control absoluto de la
economía, produce descontrol, irregularidades, discrepancias,
ineficiencias y todo tipo de majaderías. Está en su propio código
genético, y por eso los países del este de Europa tan pronto como
pudieron se arrancaron las cadenas del comunismo para siempre.
Que sí. Hagan todos los estudios que quieran en San José de las Lajas,
que los resultados siempre serán los mismos. El sistema que existe en
Cuba no sirve, y se tiene que sustituir por la economía de mercado
competitiva. Si los productores se orientan por decisiones de precio que
son "rentables" para sus explotaciones, se preocuparán por ofrecer el
producto en las condiciones adecuadas para su comercialización, y se
evitarán las escaseces.
Pero antes, si queremos que esos productos circulen de forma ágil y con
todas las garantías, debe existir un elemento central en el proceso
económico que, por desgracia, en Cuba no existe y que veo poco futuro de
mantenerse los "Lineamientos" en su contexto. Me refiero al
distribuidor, el encargado de ofrecer precios adecuados al productor
para que éste siga con incentivos para levantarse todos los días
temprano y dar de comer a su ganado y dedicar su tiempo y esfuerzo a la
actividad que le recompensa por ello, y al mismo tiempo, conseguir
vender ese producto al productor final a precios rentables para su
traslación a los bienes que produce (yogur, nata, etc). Al mismo tiempo
que obtiene beneficios de esta actividad, ofrece un gran servicio a la
sociedad, mejora la conexión entre las distintas actividades y facilita
el proceso de consumo a los ciudadanos.
Este asunto no se arregla con apaños entre una UBPC y una CCS. No es
ésta la fórmula más adecuada. Créanme. Las reglas de funcionamiento de
la economía son mucho más simples, Todo esto se aprende. No es cosa de
un día o de dos. La conexión entre productores y consumidores se realiza
por medio de canales de distribución comercial cuyo desarrollo ha
experimentado, en los últimos años, avances notables gracias a las
modernas tecnologías de la información y comunicación que permiten, en
tiempo real, detectar las pérdidas de almacén y propiciar su rápida
corrección. El comercio minorista, cuyo desarrollo en Cuba es
inexistente, se ha especializado notablemente y diversificado para ser
competitivo con otras estructuras basadas en franquicias y en los
modernos centros comerciales. De todo ello, la economía cubana no tiene
ni idea, ni tampoco existe incentivo por parte de las autoridades para
propiciar su nacimiento y desarrollo. Mal hecho. Los cubanos seguirán
teniendo dificultades para el abastecimiento y sus productores, como
estos de leche de San José, desanimados con su actividad.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=31391
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