Friday, July 29, 2011 | Por José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) – Al humor en la televisión
cubana está ocurriéndole lo mismo que a la suegra que enterraron
bocabajo: mientras más empuja para salir a la superficie, más se hunde.
La programación del verano se ha bajado con una chorrera de espacios
humorísticos que, por su número, no tiene precedentes en la historia, al
menos la del último medio siglo. En verdad debiéramos agradecer tanto
esfuerzo por intentar hacernos reír (en nuestras circunstancias, nada
menos), pero desafortunadamente la moraleja, mucho más que graciosa,
resulta descorazonadora.
Es como si estuvieran restregándonos en la cara que para reír como es
debido, o sea, diáfanamente, pero a la vez chupándole filosofía al
divertimento, no nos queda sino seguir participando en esas mecas del
ingenio que son las colas en la bodega, el agro mercado, o seguir
asistiendo a los velorios, a las broncas del barrio, o a los ditirambos
del borracho y a las galas solemnes.
Entre el chiste de gordo calibre, ese que vemos venir desde que dobla la
esquina, y el pujo culterano, que ni divierte ni enseña, se está yendo
aquí por el tragante la voluntad de perfeccionar el socialismo también
en el humor para la televisión.
El aumento del número de actores (pocos buenos, muy pocos magníficos, la
mayoría payasos descerebrados), guarda perfecta proporción con la merma
de auténticos disparadores de la creatividad y del real atrevimiento en
clave de humor.
Y por favor, que nadie se aburra a priori: prometo no volver a citar a
Jorge Mañach. Tampoco voy a recontrarepetir que el humor es algo muy
serio. Tal vez de tanto llevar y traer esa afirmación es que terminamos
restándole seriedad a la seriedad del asunto, hasta convertir la
seriedad en peso muerto del humor.
Algo muy serio, y además penoso, ha sido, por ejemplo, el retorno de
Virulo a nuestra televisión. A los que alguna vez apreciamos sus
guarachitas, nos ocurre hoy como a esas viejas que han vivido 50 años
añorando encontrarse con el primer amor de su adolescencia. Y cuando al
fin lo ven, arrugado, temblequeante y sin pelos, caen en desbarranque
por el oscuro farallón de Hamlet: O él no es él –monologan con
decepción-, o yo nunca fui lo que creía ser.
Dado que ciertos grupos de creadores de los 80 (la única buena cosecha
de humoristas que, salvo excepciones, tuvimos en tiempos de revolución),
consideraron a Virulo "El ministro del humor", por su labor como
representante y un tanto como abogado, entonces debe haberle ocurrido lo
mismo que a los demás ministros, a quienes el cilindro de los años les
pasó por arriba sin que se enterasen.
Vaya, que luego de ser una cosa muy seria, el humor –o quizá sea mejor
decir el destino del humor en la televisión cubana- sufre amenaza de
quedar convertido en ese melodrama que, según cierta frase famosa, es
comedia sin gracia, verdaderamente risible pero a la vez tan triste que
te congela la risa en los labios.
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