Friday, July 29, 2011 | Por Jorge Olivera Castillo
LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) – Los esfuerzos por
contrarrestar la vulgaridad y la violencia verbal son un propósito
baldío. En Cuba, cada nueva generación es más vulgar y violenta que la
anterior. El proceso es inversamente proporcional a lo que nos dicen los
medios de comunicación.
El orden, la mesura y los buenos modales son asignaturas pendientes;
cualidades perdidas dentro de un mar de comportamientos irracionales.
Las malas costumbres que predominan en barrios y ciudades de todo el
país se explican, en buena medida, a partir de la desarticulación de la
familia como eslabón principal de la sociedad.
Bajo las banderas de la revolución socialista, el Estado impuso nuevas
reglas que dispusieron la supeditación a un partido. En esta ecuación,
se sustituyó el papel de la madre y el padre en la formación de sus
hijos. También habría que agregar la influencia del discurso
gubernamental que, para desterrar los llamados rezagos burgueses, impuso
la proliferación de la vulgaridad y la chabacanería.
Para cualquier cubano ser aporreado por un torrente de groserías, en el
agro mercado, el ómnibus o en la calle, es algo tan común como tomarse
un vaso de agua. Lo llamativo es que la causa para desencadenar el
tropel de insultos y vulgaridades suele ser de una trivialidad tal que
cualquier persona no familiarizada con estos escenarios, pensaría que
somos un país de locos.
La perversión del lenguaje llega a niveles tan altos que parece
imposible de erradicar. Ni profesionales, ni estudiantes universitarios
escapan al hábito de hablar a gritos, con un lenguaje plagado de
obscenidades. El que no asuma estas costumbres se expone al escarnio de
la mayoría. La decencia es una actitud preterida; un pecado por el que
podemos recibir burlas e improperios de los demás.
Ahora el Ministerio de Educación está inmerso en una campaña para
cultivar el idioma como medio de interacción cultural, perfeccionar los
conocimientos lingüísticos de la población y promover en la comunidad el
debate sobre la necesidad de revertir la violencia verbal y la vulgaridad.
El paraíso comunista que íbamos a construir resultó ser una jungla donde
el instinto aventaja a la razón. El "hombre nuevo" que puebla esa
jungla, no tiene colmillos, ni garras, pero sí un arsenal de palabras
soeces y gestos ordinarios que le permiten prevalecer.
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