Lo que el Papa vio en Cuba
Carlos Alberto Montaner
Cientos de millones de personas vieron al papa en Cuba, oyeron sus
discursos y contemplaron lo que allí sucedió. Cada uno de esos testigos,
como es natural, percibió la visita de manera diferente. Ahora lo
interesante es saber cuál fue la percepción del papa y de su entorno.
Esto es lo que he podido averiguar por medio de fuentes eclesiásticas (y
otras) que desean mantenerse en total anonimato. Algunas de esas fuentes
estuvieron muy cerca del Santo Padre.
Primero. A Benedicto XVI le sorprendió el inmenso contraste entre el
recibimiento mexicano –alegre, libre, multitudinario y espontáneo–, en
medio de una ciudad viva y económicamente vibrante, y las crispadas
ceremonias cubanas, evidentemente controladas por la policía política,
celebradas en un país empobrecido hasta la miseria, precedidas por
centenares de detenciones. El espectáculo horrendo de un joven
salvajemente golpeado por un policía disfrazado de camillero de la Cruz
Roja le tocó el corazón al papa y se interesó personalmente por su
destino. Al fin y al cabo, el pobre hombre sólo había gritado "abajo el
comunismo", versión popular de lo que él mismo había dicho al salir de
Italia cuando declaró que el marxismo era una ideología fracasada a la
que había que enterrar.
Segundo. Al papa y a su séquito les pareció lamentable que Raúl Castro
pronunciara en Santiago de Cuba el clásico discurso estalinista de
guerra fría con que intentaba justificar la dictadura. Esperaban un
mensaje de cambio y de esperanza, no de reiteración de las líneas
maestras del régimen. Ese texto, junto a los discursos que pronunciaron
el canciller Bruno Rodríguez y el vicepresidente a cargo del sector
económico, Marino Alberto Murillo, los convencieron de que Raúl Castro
está mucho más interesado en mantenerse anclado en el pasado que en
preparar un futuro mejor para los cubanos.
Tercero. Comprobaron, con dolor, que la petición del anterior papa, Juan
Pablo II, durante su visita de hace 14 años, encaminada a que los
cubanos perdieran el miedo, había sido inútil. Salvo unos cuantos
centenares de demócratas de la oposición, permanentemente acosados y
golpeados, y a veces encarcelados, ésa es una sociedad podrida por el
miedo. Pero la manifestación de miedo que más les intrigó no fue la de
los opositores, sino la de los aparentes partidarios. Conocieron muy de
cerca el doble lenguaje y eso los aterró. Cuando hablaban a solas con
los funcionarios, estos se manifestaban abiertos, tolerantes y deseosos
de reformas profundas que abarcaran el terreno político. Uno, en
privado, hasta llegó a admitir que eran necesarios el multipartidismo y
las elecciones libres para que la sociedad realmente avanzara hacia la
modernidad, aunque los comunistas perdieran el poder. Pero, tan pronto
se sumaba otra persona a la conversación, o aparecían los periodistas,
retomaban el discurso ortodoxo más inflexible y estalinista, repitiendo
el guión oficial sin excluir una sola coma. Era un espectáculo muy penoso.
Cuarto. El papa y su comitiva confirmaron lo que ya intuían: la Iglesia
cubana está escindida en dos líneas clarísimas: la del cardenal Jaime
Ortega, contemporizador hasta el extremo colaboracionista de pedirle a
la fuerza pública que desalojara un templo ocupado por unos feligreses
que deseaban protestar contra la dictadura, a sabiendas de que serían
detenidos y seguramente maltratados, y la de obispos como Dionisio
García Ibáñez, quien fue ingeniero antes de ordenarse como sacerdote,
mucho más firme en su rechazo al régimen cubano. Mientras Jaime Ortega
se queda en el ámbito de la compasión por algunas víctimas del gobierno
(evidentemente no de todas), Dionisio (aun cuando sigue siendo amigo del
Cardenal) y otros sacerdotes, como el famoso cura José Conrado
Rodríguez, párroco en una iglesia de Santiago de Cuba, están convencidos
de que no habrá alivio ni reconciliación entre los cubanos hasta que ese
régimen no sea pacíficamente sustituido por una verdadera democracia que
tome en cuenta las opiniones de toda la sociedad y no solamente las de
un puñado de ultracomunistas enredados en las telarañas del pasado.
Quinto. El papa comprobó que su contemporáneo Fidel Castro –tienen la
misma edad– está en peores condiciones físicas y mentales que él.
Encontró a un ancianito físicamente desvalido, mentalmente errático y
con graves dificultades para comunicarse. Está liquidado. El papa, que
es un hombre bueno, oró por él. Ésa es la costumbre cristiana.
Periodista y escritor.
http://www.elnuevoherald.com/2012/04/01/1166610/carlos-alberto-montaner-lo-que.html
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