Cuba: El valor del silencio
abril 29, 2012
Por Verónica Vega (Amrit)
HAVANA TIMES, 29 abr — Anoche participé en una reunión convocada en mi
edificio para asignar a un nuevo presidente del CDR.
La presidenta anterior renunció hace nueve meses pero después de varias
tentativas de reunión disueltas por mayoría de ausentes, no aparece
nadie dispuesto a asumir el cargo.
Mientras la persona que había venido expresamente de la zona a presidir
el encuentro insistía en la urgencia de que alguien asumiera el puesto:
"Porque a mí me lo exigen, porque es importante para cuando se hagan
verificaciones…" los congregados sólo manteníamos un reticente silencio.
A pesar incluso de la reiterada inducción a una posible propuesta (o
autopropuesta), la reacción general seguía siendo el silencio. Trece
representantes de 30 apartamentos no era tampoco una cifra muy
halagüeña. Las miradas permanecían tranquilas, sin sombra de culpa.
Como he vivido en lugares diferentes de la Habana, también he sido
testigo de otras reuniones en otros comités de defensa de la Revolución
y puedo decir que el elemento común en todas, es la apatía.
Las opiniones que se callan o se murmuran, los bostezos que se reprimen,
los vistazos al reloj y los gestos de fastidio. No obstante, había una
diferencia abismal entre ésta y las primeras reuniones de los CDR que
experimenté en este mismo edificio en el año 2001.
No sólo la huella del tiempo ha marcado los rostros de mis vecinos (y el
mío), también, subrepticiamente, levantó ese muro de silencio, de
negación, de escepticismo y mientras la mujer de la zona intentaba
motivar propuestas, yo estuve tentada a expresar una: ¿Por qué no
disolver el CDR? Una organización sólo se mantiene por la libre voluntad
de sus asociados.
No se puede llamar voluntad a la obediencia, ese aberrado sucedáneo de
deber civil, no hay asociación sostenible por presiones externas. No
importa cuánto se arme desde afuera: la fibra interior se pudre y se
desgarra.
¡Qué pena! –decía la mujer– Si esto no se resuelve hoy tendrá que venir
el municipio, habrá que citar a otra reunión. ¿Se dan cuenta? Habrá que
volver a molestarlos…
¿Y si es una molestia para qué persistir? –pensé. Encontrarnos para
mirarnos de nuevo y callar lo que todos pensamos: que las duras demandas
de la supervivencia no permiten alimentar por más tiempo un fetiche que
a duras penas se arrastra con los rescoldos de nuestra inercia.
Sin embargo, al disolverse el encuentro, entre susurros y miradas
cómplices, un pensamiento me hacía casi feliz: no practicamos (por
elección) la libertad de palabra, pero al menos ejercemos la libertad
del silencio.
http://www.havanatimes.org/sp/?p=62997
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