Benedicto XVI: "Cuba y el mundo necesitan cambios"
"Estos cambios se darán solo si cada uno está en condiciones de
preguntarse por la verdad y se decide a tomar el camino del amor,
sembrando reconciliación y fraternidad", afirmó el Papa ante los cubanos
congregados en la Plaza
Redacción CE, Madrid | 28/03/2012 4:49 pm
El papa Benedicto XVI dijo hoy en su homilía en la Plaza de la
Revolución de La Habana que "Cuba y el mundo necesitan cambios".
"Cuba y el mundo necesitan cambios, pero estos se darán solo si cada uno
está en condiciones de preguntarse por la verdad y se decide a tomar el
camino del amor, sembrando reconciliación y fraternidad", afirmó el Papa
ante los cubanos congregados en la Plaza.
Sobre el papel de la Iglesia en Cuba, el Pontífice reconoció que "se han
ido dando pasos" para que "lleve a cabo su misión insoslayable de
expresar pública y abiertamente su fe", pero ha animado al Gobierno en
la Isla "a reforzar los logros alcanzados y avanzar por este camino de
genuino servicio al bien común de toda la sociedad cubana".
El Papa dijo que el derecho a la libertad religiosa "legitima que los
creyentes ofrezcan una contribución a la edificación de la sociedad", y
agregó que "cuando la Iglesia pone de relieve este derecho no está
reclamando privilegio alguno".
"Pretende sólo ser fiel al mandato de su divino fundador, consciente de
que donde Cristo se hace presente, el hombre crece en humanidad y
encuentra su consistencia. Por eso, ella busca dar este testimonio en su
predicación y enseñanza, tanto en la catequesis como en ámbitos
escolares y universitarios", expresó.
Benedicto XVI dijo esperar que llegue pronto a Cuba "el momento de que
la Iglesia pueda llevar a los campos del saber los beneficios de la
misión que su Señor le encomendó y que nunca puede descuidar".
Homilía de Benedicto XVI en la Plaza de la Revolución de La Habana
Queridos hermanos y hermanas:
«Bendito eres, Señor Dios…, bendito tu nombre santo y glorioso» (Dn
3,52). Este himno de bendición del libro de Daniel resuena hoy en
nuestra liturgia invitándonos reiteradamente a bendecir y alabar a Dios.
Somos parte de la multitud de ese coro que celebra al Señor sin cesar.
Nos unimos a este concierto de acción de gracias, y ofrecemos nuestra
voz alegre y confiada, que busca cimentar en el amor y la verdad el
camino de la fe.
«Bendito sea Dios» que nos reúne en esta emblemática plaza, para que
ahondemos más profundamente en su vida. Siento una gran alegría de
encontrarme hoy entre ustedes y presidir esta Santa Misa en el corazón
de este Año jubilar dedicado a la Virgen de la Caridad del Cobre.
Saludo cordialmente al Cardenal Jaime Ortega y Alamino, Arzobispo de La
Habana, y le agradezco las corteses palabras que me ha dirigido en
nombre de todos. Extiendo mi saludo a los Señores Cardenales, a mis
hermanos Obispos de Cuba y de otros países, que han querido participar
en esta solemne celebración. Saludo también a los sacerdotes,
seminaristas, religiosos y a todos los fieles aquí congregados, así como
a las Autoridades que nos acompañan.
En la primera lectura proclamada, los tres jóvenes, perseguidos por el
soberano babilonio, prefieren afrontar la muerte abrasados por el fuego
antes que traicionar su conciencia y su fe.
Ellos encontraron la fuerza de «alabar, glorificar y bendecir a Dios» en
la convicción de que el Señor del cosmos y la historia no los
abandonaría a la muerte y a la nada. En efecto, Dios nunca abandona a
sus hijos, nunca los olvida. Él está por encima de nosotros y es capaz
de salvarnos con su poder. Al mismo tiempo, es cercano a su pueblo y,
por su Hijo Jesucristo, ha deseado poner su morada entre nosotros.
«Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos;
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8,31). En este
texto del Evangelio que se ha proclamado, Jesús se revela como el Hijo
de Dios Padre, el Salvador, el único que puede mostrar la verdad y dar
la genuina libertad.
Su enseñanza provoca resistencia e inquietud entre sus interlocutores, y
Él los acusa de buscar su muerte, aludiendo al supremo sacrificio en la
cruz, ya cercano. Aun así, los conmina a creer, a mantener la Palabra,
para conocer la verdad que redime y dignifica.
En efecto, la verdad es un anhelo del ser humano, y buscarla siempre
supone un ejercicio de auténtica libertad. Muchos, sin embargo,
prefieren los atajos e intentan eludir esta tarea. Algunos, como Poncio
Pilato, ironizan con la posibilidad de poder conocer la verdad (cf. Jn
18, 38), proclamando la incapacidad del hombre para alcanzarla o negando
que exista una verdad para todos.
Esta actitud, como en el caso del escepticismo y el relativismo, produce
un cambio en el corazón, haciéndolos fríos, vacilantes, distantes de los
demás y encerrados en sí mismos. Personas que se lavan las manos como el
gobernador romano y dejan correr el agua de la historia sin comprometerse.
Por otra parte, hay otros que interpretan mal esta búsqueda de la
verdad, llevándolos a la irracionalidad y al fanatismo, encerrándose en
«su verdad» e intentando imponerla a los demás. Son como aquellos
legalistas obcecados que, al ver a Jesús golpeado y sangrante, gritan
enfurecidos: «¡Crucifícalo!» (cf. Jn 19, 6). Sin embargo, quien actúa
irracionalmente no puede llegar a ser discípulo de Jesús. Fe y razón son
necesarias y complementarias en la búsqueda de la verdad.
Dios creó al hombre con una innata vocación a la verdad y para esto lo
dotó de razón. No es ciertamente la irracionalidad, sino el afán de
verdad, lo que promueve la fe cristiana. Todo ser humano ha de indagar
la verdad y optar por ella cuando la encuentra, aun a riesgo de afrontar
sacrificios.
Además, la verdad sobre el hombre es un presupuesto ineludible para
alcanzar la libertad, pues en ella descubrimos los fundamentos de una
ética con la que todos pueden confrontarse, y que contiene formulaciones
claras y precisas sobre la vida y la muerte, los deberes y los derechos,
el matrimonio, la familia y la sociedad, en definitiva, sobre la
dignidad inviolable del ser humano.
Este patrimonio ético es lo que puede acercar a todas las culturas,
pueblos y religiones, las autoridades y los ciudadanos, y a los
ciudadanos entre sí, a los creyentes en Cristo con quienes no creen en él.
El cristianismo, al resaltar los valores que sustentan la ética, no
impone, sino que propone la invitación de Cristo a conocer la verdad que
hace libres. El creyente está llamado a ofrecerla a sus contemporáneos,
como lo hizo el Señor, incluso ante el sombrío presagio del rechazo y de
la cruz. El encuentro personal con quien es la verdad en persona nos
impulsa a compartir este tesoro con los demás, especialmente con el
testimonio.
Queridos amigos, no vacilen en seguir a Jesucristo. En él hallamos la
verdad sobre Dios y sobre el hombre. Él nos ayuda a derrotar nuestros
egoísmos, a salir de nuestras ambiciones y a vencer lo que nos oprime.
El que obra el mal, el que comete pecado, es esclavo del pecado y nunca
alcanzará la libertad (cf.Jn 8,34). Sólo renunciando al odio y a nuestro
corazón duro y ciego seremos libres, y una vida nueva brotará en nosotros.
Convencido de que Cristo es la verdadera medida del hombre, y sabiendo
que en él se encuentra la fuerza necesaria para afrontar toda prueba,
deseo anunciarles abiertamente al Señor Jesús como Camino, Verdad y
Vida. En él todos hallarán la plena libertad, la luz para entender con
hondura la realidad y transformarla con el poder renovador del amor.
La Iglesia vive para hacer partícipes a los demás de lo único que ella
tiene, y que no es sino Cristo, esperanza de la gloria (cf. Col 1,27).
Para poder ejercer esta tarea, ha de contar con la esencial libertad
religiosa, que consiste en poder proclamar y celebrar la fe también
públicamente, llevando el mensaje de amor, reconciliación y paz que
Jesús trajo al mundo.
Es de reconocer con alegría que en Cuba se han ido dando pasos para que
la Iglesia lleve a cabo su misión insoslayable de expresar pública y
abiertamente su fe. Sin embargo, es preciso seguir adelante, y deseo
animar a las instancias gubernamentales de la Nación a reforzar lo ya
alcanzado y a avanzar por este camino de genuino servicio al bien común
de toda la sociedad cubana.
El derecho a la libertad religiosa, tanto en su dimensión individual
como comunitaria, manifiesta la unidad de la persona humana, que es
ciudadano y creyente a la vez. Legitima también que los creyentes
ofrezcan una contribución a la edificación de la sociedad. Su refuerzo
consolida la convivencia, alimenta la esperanza en un mundo mejor, crea
condiciones propicias para la paz y el desarrollo armónico, al mismo
tiempo que establece bases firmes para afianzar los derechos de las
generaciones futuras.
Cuando la Iglesia pone de relieve este derecho, no está reclamando
privilegio alguno. Pretende sólo ser fiel al mandato de su divino
fundador, consciente de que donde Cristo se hace presente, el hombre
crece en humanidad y encuentra su consistencia. Por eso, ella busca dar
este testimonio en su predicación y enseñanza, tanto en la catequesis
como en ámbitos escolares y universitarios.
Es de esperar que pronto llegue aquí también el momento de que la
Iglesia pueda llevar a los campos del saber los beneficios de la misión
que su Señor le encomendó y que nunca puede descuidar.
Ejemplo preclaro de esta labor fue el insigne sacerdote Félix Varela,
educador y maestro, hijo ilustre de esta ciudad de La Habana, que ha
pasado a la historia de Cuba como el primero que enseñó a pensar a su
pueblo.
El Padre Varela nos presenta el camino para una verdadera transformación
social: formar hombres virtuosos para forjar una nación digna y libre,
ya que esta trasformación dependerá de la vida espiritual del hombre,
pues «no hay patria sin virtud» (Cartas a Elpidio, carta sesta, Madrid
1836, 220). Cuba y el mundo necesitan cambios, pero éstos se darán sólo
si cada uno está en condiciones de preguntarse por la verdad y se decide
a tomar el camino del amor, sembrando reconciliación y fraternidad.
Invocando la materna protección de María Santísima, pidamos que cada vez
que participemos en la Eucaristía nos hagamos también testigos de la
caridad, que responde al mal con el bien (cf. Rm 12,21), ofreciéndonos
como hostia viva a quien amorosamente se entregó por nosotros.
Caminemos a la luz de Cristo, que es el que puede destruir las tinieblas
del error. Supliquémosle que, con el valor y la reciedumbre de los
santos, lleguemos a dar una respuesta libre, generosa y coherente a
Dios, sin miedos ni rencores.
Amén.
http://www.cubaencuentro.com/cuba/noticias/benedicto-xvi-cuba-y-el-mundo-necesitan-cambios-275377
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