Un nuevo anticastrismo
By ALEJANDRO ARMENGOL
No es que el exilio ha dejado de ser anticastrista, sino que el
anticastrismo ha cambiado de forma. Ha dejado de ser vocinglero y
pueril. No le interesa perseguir músicos y tampoco se regodea en la
nostalgia de una Cuba anterior a 1959. Incorpora los valores culturales
de esa época y tira por la borda la exaltación pueblerina de un país
plagado de pobreza, corrupción y asesinatos. Condena a la dictadura de
Batista con igual fuerza que al régimen de Castro. Entiende lo ocurrido
en la isla, durante más de casi medio siglo, como un proceso con razones
y causas, no como un destino espurio.
Por décadas se le ha otorgado validez histórica y política a los
planteamientos de un grupo que no sólo carece de representación,
respecto a la situación cubana actual, sino tampoco cuando se habla del
``exilio histórico''. Años y años en que, en buena medida, la imagen del
exilio fue secuestrada por arribistas que adaptaron a su conveniencia la
supuesta intransigencia frente al régimen de La Habana. .
Por conveniencia o facilismo de una prensa internacional, que se sentía
cómoda al presentar este estereotipo del exiliado reaccionario, se
relegó a un segundo plano la existencia de organizaciones, líderes
exiliados y puntos de vista que no responden al cliché de una comunidad
intransigente, ignorante y fácil de manipular.
El nuevo anticastrismo admite el diálogo con Cuba, que no es sinónimo de
complicidad con La Habana. Reniega de farsantes y no quiere agitadores
en Washington, sino hombres y mujeres capaces, que al ocupar un cargo en
el Congreso se preocupen por sus distritos respectivos.
El nuevo anticastrismo acepta con gusto a Miami como hogar, pero se
niega a considerarla una segunda patria, definición que corresponde, por
lógica y derecho propio, a Estados Unidos en su totalidad y no a una
parte de su territorio.
La adopción de Miami como patria no deja de tener un carácter
contradictorio. Los que llegaron durante la década de 1960 impusieron
una Cuba mítica como modelo para la nostalgia. Entre esa imagen
tergiversada y la memoria que trae todo recién llegado hay pocos puntos
de contacto. La añoranza para los primeros exiliados, la realidad de la
isla para los que viajaron en las últimas décadas, parecen establecer
dos naciones a veces marcadas más por las diferencias que por las zonas
comunes.
A ello se une la saturación política que arrastran los recién llegados.
Esto explica en parte que quienes vinieron después del Mariel triunfen
en actividades como la literatura y el arte, pero no en política. Ese
apartarse de lo circunstancial, en favor de una mayor trascendencia, es
un logro que no deja de implicar desventajas: el abandono de lo
cotidiano, para que pueda ser administrado por políticos tradicionales,
que en su mayoría deben su elección a votantes del llamado ``exilio
histórico''; políticos que pueden o no cumplir su función en mayor o
menor grado, pero cuya actuación en muchas ocasiones ha dejado fuera los
intereses de quienes han llegado en los últimos años.
El defender un modelo de justicia social --desaparecido en buena medida
en Cuba-- no implica el suscribir propuestas agotadas. Se puede estar a
favor de la educación gratuita, servicios médicos a la población y
renglones económicos de propiedad estatal sin tener que andar con las
obras de Marx y Engels bajo el brazo. Y mucho menos tener que salvar a
Lenin y echarle toda la culpa a Stalin.
La realidad cubana, en su forma más cruda, es la tragedia de la ilusión
perdida. En un país donde la mayor parte de la población se encontraba
en la infancia o no había aún nacido en la fecha en que Fidel Castro
entra triunfante en La Habana, la vida ha estado regida por un padre
nacional dominante y despótico, pero también sobreprotector y por
momentos generoso: el Estado cubano, que por demasiado tiempo se reducía
a una figura, un hombre, un gobernante. Decir que esta situación ha
cambiado sustancialmente es una exageración, pero considerar que todo en
Cuba sigue igual a hace unos años es una muestra de ignorancia.
En la isla se mantiene firme, sin embargo, un control rígido y un
inmovilismo que hace que la realidad cubana continúe inculcando a sus
ciudadanos la necesidad de dominar el arte de la paciencia. Una tras
otra, han ido acumulándose las generaciones inacabadas, incompletas en
su capacidad de formar un destino. Los cubanos se han transformado en
maestros de la espera, como bien señala en un libro el historiador y
ensayista Rafael Rojas.
En este sentido, y aunque a algunos pueda parecerles paradójico, resulta
alentador que también comience a cambiar la política norteamericana
hacia la isla. Sobre todo con la llegada de la sensatez para sustituir a
una retórica de confrontación absurda, inútil y contraproducente.
Esta vía que rechaza la fanfarronada estéril, en favor de la cooperación
con el pueblo cubano, cobra cada vez más fuerza en Miami. Rescata el
calificativo de anticastrista porque enfatiza las divergencias
ideológicas y políticas respecto a La Habana, lo que no le impide
apostar por el intercambio y el debate razonado. Rechaza la demagogia
porque la conoce demasiado. Está a favor de la cordura y la simpatía.
Está en contra de los discursos altisonantes de cualquier orilla. No
quiere una vuelta al pasado. Apuesta por el futuro.
ALEJANDRO ARMENGOL: Un nuevo anticastrismo - Columnas de Opinión sobre
Cuba - El Nuevo Herald (28 September 2009)
http://www.elnuevoherald.com/noticias/mundo/columnas-de-opinion/v-fullstory/story/553592.html
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