La culpa no es de los orientales
Martes, Julio 30, 2013 | Por José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, julio, www.cubanet.org -Siempre en verano, año tras
año, resulta fácil notar cómo La Habana experimenta un alza de
consideración en el número de sus habitantes. No es que ocurra
únicamente en julio y agosto, pero por alguna razón (que aún espera por
un serio examen de los especialistas), en estos meses se revientan las
compuertas para dar paso a muy particulares oleadas de emigrantes desde
el interior de la Isla. Y entre los que llegan, me temo que la mayoría
lo hace para quedarse.
Lamentablemente, hay que hablar en términos especulativos, tanto en este
caso como en muchos otros de cardinal importancia para la compresión de
la crisis socioeconómica que hoy sufrimos. No es posible consultar
estadísticas confiables, porque no existen, o no están a nuestro
alcance. Las instituciones gubernamentales sólo dejan constancia de los
datos que favorecen al régimen, o de aquellos que por algún motivo éste
considera admisibles dentro de su estilo de hacer historia. Es uno de
los escollos que deben enfrentar quienes aspiran a ser cronistas
imparciales del presente. Y lo que es todavía peor, encierra una muy
grave limitación, tal vez insalvable, para los historiadores del futuro.
Pero como quiera que la vista hace fe, quizá no sea necesario disponer
de estadísticas, siempre frías y manipulables, para tomar como cierta
esta fluencia masiva desde el interior hacia la capital, que, vaya usted
a saber por qué, se dispara especialmente en los meses de verano. De
igual modo, no haría falta consultar los mapas urbanísticos para saber
que tales oleadas de emigrantes terminan asentándose, mayoritariamente,
en la periferia, donde, hoy por hoy, existen ya cientos de pueblos,
comunidades, villas miseria, creados por ellos, sin el respaldo oficial
y con frecuencia en abierto desafío a las autoridades del régimen.
La Habana se ha venido ensanchando, en forma desproporcionada, por los
extremos de sus cuatro puntos cardinales. Y es este un fenómeno
dramático, por cuanto en la misma medida en que crece, no dejan de
aumentar sus limitaciones de infraestructura y, claro, la cifra de sus
problemas socioeconómicos.
A la pobre gente del interior, y de manera muy marcada a los de las
provincias orientales, le ha tocado bailar con la más fea en esta
historia, puesto que además de verse obligada a emigrar –por imperativos
de la miseria-, dejando atrás su suelo natal, con todos sus afectos,
para abrirse camino, desde el fondo de la pobreza, en una ciudad de por
sí pobre y sin expectativas, también debe enfrentar la hostilidad
regionalista y el egoísmo propio –quizás hasta lógico- de quienes ven en
ellos el agravamiento de la tragedia, ya crítica, de los capitalinos.
El mal, naturalmente, tiene un solo culpable, el régimen fidelista, al
cual, por demás, debe venirle bien que la gente de a pie nos dediquemos
a marear la perdiz culpándonos y repudiándonos unos a los otros. También
tiene un origen, con acontecimientos específicos y fáciles de
pormenorizar en el almanaque, con todo y que los estudiosos de las
ciencias sociales no se animen a meterle el seso.
Policías, maestros emergentes, constructores, trabajadores sociales
Desde el triunfo de esto que aún llaman la revolución, el régimen (y más
concretamente Fidel Castro) demostró un distintivo interés por violentar
la composición socioeconómica de los habitantes de La Habana. Era lógico
suponer que a los capitalinos, por vivir un tanto más cómodamente y con
mayor nivel de información que el resto de la población, les resultaría
más difícil adaptarse a las condiciones de pobreza extrema y de
sometimiento total que muy pronto, pasado el entusiasta embuche de los
primeros días, nos vendría encima.
Vio entonces el régimen caer por su peso la necesidad de evitar riesgos.
Pero, ¿cómo evitarlos? Esperar que la gente de la capital emigrara
espontáneamente hacia el extranjero, como al final ha ocurrido, era algo
para lo que no disponían de tiempo ni paciencia. Tampoco podían
trasladar a los habaneros hacia el interior del país, aunque no dejarían
de intentarlo. La solución estaba, pues, en imponerles un cambio en las
condicionantes sociales, económicas y, por supuesto, de mentalidad. Y
para que eso fuera posible, iba a resultar imprescindible alterar, en
número, su composición clasista.
Entonces comenzaron las oleadas. Primero, fueron los integrantes del
ejército rebelde. Después, cientos de miles de estudiantes, cuyo arribo
a la capital resultó, en principio, comprensible, toda vez que en el
interior apenas existían escuelas especializadas. Pero ocurrió que más
tarde fueron los reclutas del servicio militar. Y detrás, decenas de
contingentes de trabajadores para las más disímiles tareas, en
particular para las obras constructivas. Y detrás, los policías. Y los
maestros emergentes. Y los trabajadores sociales. Y en todos los casos
queda por descontado que no sólo fijarían residencia permanente aquí,
sino que iban a cargar con la familia. Y esa familia también cargó con
su familia…
No es de extrañar por ello que los nuevos barrios de edificios altos,
numerosos y repletos, que se construyeron en La Habana en los 60, 70 y
80, sobre todo, no hayan sido suficientes, no ya para resolver, ni
siquiera para aliviar la drástica situación de la vivienda en esta
ciudad. Y eso que finalmente es cierto que una gran parte de los
habaneros "naturales" viven hoy fuera de Cuba. Tan cierto como que los
habaneros de reciente hornada tienen motivos (aunque no tengan pizca de
razón) para mirar con alarma la continuación del alud migratorio.
Al menos para mí, resulta obvio que ante el imperativo de
"descontaminar" la capital de parroquianos con espíritu pequeño burgués,
al régimen se le alumbró el bombillo con la idea de apretujarlos entre
los pobres del interior. Con esto, no sólo conseguía crear un desbalance
favorable en su composición social, sino que además, sin invertir nada,
sin el menor esfuerzo (como es su práctica habitual), les mejoraba la
vida a nuestros paisanos del interior y aseguraba con ello su
incondicional apoyo. Fue una jugada maestra, sin duda, y con ganancia doble.
Y ya que se trataba de inundar la capital con habitantes de otras
regiones de la Isla, ninguna tan idónea como la oriental, superpoblada y
empobrecida hasta los topes. Además, a los orientales, con su muy bien
ganada fama de rebeldes, no sólo resultaba importante contentarlos,
también era menester tenerlos cerca.
Por lo demás, ni a los habaneros ni a los orientales ni a nadie en esta
isla les estaba dado prever los planes del régimen. Y a quien los
previera, parece que no le estaba dado impedirlos. Así que de aquellas
polvaredas surgieron estas fangosidades.
Hoy, aun cuando haya variado la estrategia del régimen, no cambiaron las
condicionantes para la emigración. Todo lo contrario. Si bien hay caos
en La Habana –y en grado sumo en su periferia, donde la pobreza y la
violencia toca fondo en estos días, y no por casualidad en las
comunidades levantadas por los emigrantes-, la tragedia del interior se
ha agudizado, hasta alcanzar el colmo en la combinación draconiana de
pobreza, falta de oportunidades y represión policial.
No es casualidad entonces que aun cuando en el presente verano la
periferia habanera está que arde, superpoblada, hambreada y
singularmente violenta, no hayan dejado de desembarcar en sus predios
las habituales oleadas migratorias. Digamos que son como los
cementerios, donde siempre cabe uno más.
Source: "La culpa no es de los orientales | Cubanet" -
http://www.cubanet.org/articulos/la-culpa-no-es-de-los-orientales/
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