Corrupción, indiferencia y resignación
[29-07-2013]
Alberto Medina Médez
(www.miscelaneasdecuba.net).- Cierta impotencia, bronca e indignación
puede convertir determinadas percepciones superficiales en verdades
absolutas e irrefutables. Eso sucede con la corrupción. Se trata, de un
fenómeno casi universal que se presenta con tonalidades que van desde
las más burdas a las más disimuladas.
Su creciente virulencia y su permanencia en el tiempo, a lo que se
agrega su exacerbación contemporánea, han instalado la idea de que la
corrupción florece gracias a la complicidad y el silencio de muchos
ciudadanos honestos que prefieren hacerse los distraídos frente a tanto
despropósito evidente.
Es cierto que un sector de la población se ajusta a esa descripción de
la sociedad. Muchos ciudadanos prefieren la apatía, miran a otro lado y
eligen ignorar lo que ocurre o solo tomarlo como una variable más de la
realidad.
Pero buena parte de esa indiferencia tiene, tal vez, una explicación un
poco más profunda y pocas veces abordada. Son muchos los que están
asqueados por la corrupción y por como la corporación política sostiene
esta perversa dinámica, que es capaz de torcerles el brazo a tantos que
parecen defender valores inmutables.
Abundan historias en las que gente honrada, que proviene de diversos
oficios y profesiones, ni bien ingresa al mundo de la política, empieza
a mutar lentamente, para luego tomar impulso y hacerlo con mayor
velocidad hasta finalmente confundirse con cualquier personaje de la
partidocracia.
Ese poder ilimitado y arbitrario, ha conformado una compleja red de
complicidades, con ladrones que roban mientras los honestos elijen una
extraña lealtad desde el secreto y una incomprensible discreción, como
mecanismo evasivo, creyendo que la ocultación los exculpa de algún modo.
La corrupción tiene un entramado difícil y cuesta saber desde que lugar
intentar su desarticulación parcial o total. Por un lado están los que
gobiernan y estafan. Del otro los que, sin ejercer la conducción,
prefieren dejar intacto el sistema sin modificar las bases de la
corrupción estructural, porque suponen que atacar ciertos intereses es
inviable o porque esperan usar lo que está vigente, para hacer,
oportunamente más de lo mismo.
Los oficialismos ignoran la existencia de la corrupción, o a lo sumo la
minimizan. Mientras tanto, la inmensa mayoría de la oposición zigzaguea
entre la descomprometida crítica y la excesiva prudencia absoluta.
Bajo esas circunstancias, obviamente la ciudadanía siente que no tiene
opciones, que no hay salida, que la corrupción no es una alternativa,
porque todos roban, y solo se puede elegir ciertos matices o estilos,
pero no aparecen alternativas que ofrezcan integridad y virtudes. Solo
como ejemplo, si la política no puede explicar el origen de su
financiamiento, mal podrá ofrecer transparencia en la administración de
los recursos.
Los ciudadanos se encuentran así atrapados, encerrados, sin opciones. Se
los convoca a elegir entre diferentes matices de lo mismo, y entonces la
corrupción desaparece virtualmente de la agenda porque ya no existe
chance de eliminarla o siquiera mitigar su impacto cotidiano.
Habrá que entender que no se trata de resignarse sin más y agotarse en
esto de describir los sucesos como meros observadores del presente, sino
de intentar vislumbrar lo que ocurre, para luego construir un
diagnóstico que permita no equivocarse en la formulación de posibles
soluciones.
No se puede pretender curar una enfermedad que previamente no se
entiende o no se interpreta correctamente. Para encaminarse hacia la
solución del problema se debe comprender todo para decidir cómo encarar
un tratamiento que tenga chances de ser exitoso en un plazo razonable.
No es simple. No se trata solo de apatía ciudadana, de abulia cívica e
indiferencia crónica. Hay de eso y mucho, pero también se presencia una
brutal resignación que deprime, angustia y entristece, hasta la impotencia.
Es preciso construir opciones políticas honestas y transparentes que
devuelvan la esperanza, y permitan recuperar la credibilidad. Para ello,
es importante aceptar que la corrupción crece, se fortalece y se
consolida allí donde existe un Estado grande, repleto de recursos
económicos, con poder centralizado, sin contrapesos y una
discrecionalidad a prueba de todo.
Si la sociedad pretende líderes con esas características, omnipotentes,
que gobiernen tomando decisiones inconsultas, sin acuerdos, ni
consensos, no es posible esperar otra cosa que una sucesión de gobiernos
corruptos. Eso dice la historia, eso dice el presente.
Es tiempo de abandonar aquella creencia de que el problema son las
personas y su inmoralidad. Los pocos países que lograron erradicar la
corrupción o llevarla a niveles insignificantes, no eligen héroes, sino
que construyeron sistemas políticos con equilibrios, donde resulta
imposible hacer lo impropio sin ser descubierto. Por eso funciona.
En estas latitudes no se encuentran soluciones porque se parte de un
diagnóstico equivocado y se prefiere creer que solo se trata de malos
funcionarios y no de ideas erróneas. Tal vez sea un mecanismo social que
la gente encontró para no modificar sus paradigmas, excusarse y quitarse
así responsabilidades que le son propias.
Source: "Corrupción, indiferencia y resignación - Misceláneas de Cuba" -
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/51f64ae93a682e08cc1989ac
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