martes, mayo 29, 2012

Dios los cría y Fidel los junta

Opinión

Dios los cría y Fidel los junta
Alexis Jardines
San Juan 29-05-2012 - 11:15 am.

Para los cubanos, la peor de todas las opciones es aquella por la que ha
apostado la Iglesia.

El acercamiento táctico del régimen ―con la mediación del cardenal Jaime
Ortega y su grupo de apoyo― al dinero del exilio se llama ahora
"reconciliación". Dentro de este panorama, la oposición política es
redefinida, atendiendo al último editorial de la revista Espacio Laical,
como "minorías rapaces, presentes en casi todas las partes del espectro
político cubano".

La pregunta ante esto podría ser: ¿quieren el Cardenal y sus apóstoles
laicos usurpar el lugar de la oposición o desde Villa Marista se intenta
recurrir al prestigio de una institución sagrada para agrietar la
credibilidad del activismo político? Creo, sin embargo, que tal
disyuntiva "tomaría el rábano por las hojas". Lo preocupante aquí es el
reparto ―en proceso― de cuotas de poder que estimula la cooperación y la
alianza de la que estamos siendo testigos y que merece un tratamiento
aparte.

En lo que sigue, repasaré tan solo la cortina de humo que la Iglesia ha
levantado a su alrededor.

El falso inclusivismo

Hay dos poderes que no han dejado de competir por lo que, en términos
modernos, pudiera caracterizarse como el acceso al mercado de las almas.
El adoctrinamiento sistemático de esas almas es también una práctica
esencial compartida por ambos. Lo que define la relación de esas
instituciones parece ser, pues, el ganar adeptos y la necesidad de
mantenerlos orbitando en torno a sí. Ello se deja sentir,
particularmente, en otras prácticas compartidas como pudieran ser, por
ejemplo, la compulsión a que el fiel (militante) reconozca sus pecados
(autocrítica), los procesos inquisitoriales (purgas políticas), la
promesa del Edén (la sociedad comunista sin clases ni Estado).

Todo ello es sabido. Pero, en la Cuba de hoy ocurre algo novedoso: la
Iglesia comienza a posicionarse políticamente, pero asumiendo la
retórica y la lógica del poder revolucionario.

"Divide y vencerás", ha sido la máxima acogida por la Revolución desde
el mismo 1 de Enero de 1959, sino antes. La Revolución cubana ―sabido
es― necesita de la contrarrevolución, de la imagen del enemigo a tal
punto que, de no existir, tendría que inventarlo. En la temprana fecha
de 1961, Fidel Castro llegó a la formulación doctrinal de su proyecto,
expresada en el conocido mandamiento: "Dentro de la Revolución, todo;
contra la Revolución, ningún derecho".

El carácter exclusionista de tal planteo salta a la vista: arruina la
variedad del panorama político nacional dividiendo a los cubanos, sin
más, en revolucionarios y contrarrevolucionarios, de tal manera que los
últimos quedan a priori estigmatizados. Esta reducción de toda la
diversidad social en general a la disyuntiva
"revolucionario/contrarrevolucionario" es esencial para fines de control.

En un giro notablemente castrista, el vice-editor de la revista Espacio
Laical clasificó recientemente a los cubanos en "nacionalistas" y
"antinacionalistas", con el propósito de tomar las riendas del tema de
la reconciliación. Los antinacionalistas quedan, por principio,
excluidos del diálogo. "In this new national Universe ―dice el autor
refiriéndose ya al proyecto Casa Cuba―, "'the inside' and 'outside', the
Revolution and Exile, teleology and pragmatism, have at least the
possibility to recognize each other as part of a single and indivisible
whole". Como se ve, se pasa por alto a la sociedad civil y, dentro de
ella, a la oposición y a la disidencia, que quedan ahora fuera de este
fraterno universo conformado por la Revolución, el Exilio y la mediación
sagrada de la Iglesia.

Lo curioso de todo esto es cómo se excluye radicalmente a la
oposición/disidencia de la propuesta de los seguidores del Cardenal,
mientras esta última se identifica con la del Gobierno al punto de
hacerse indistinguible: "In that sense, the 'reinvention' of Cuban
socialism is not only based on economic functionality, but on a real
chance to receive and integrate the growing plurality of subjectivities
present in Cuban society". Sin olvidar, por supuesto, que de esa
creciente pluralidad se excluye justo a quienes más han hecho por
fomentarla y sostenerla a pesar de la también creciente represión.

La posición de Espacio Laical —darle cabida a toda la diversidad
nacional ("the entire national diversity") con el solo rediseño de las
mismas instituciones estatales y de la arquitectura del actual Partido
Comunista— entraña un gesto manipulador tendiente a promover un falso
inclusivismo que justifique a la dictadura.

Para la revista laica (y remito aquí también a las intervenciones de sus
editores en el Último Jueves de Temas, así como a las más recientes de
Roberto Veiga) hay un sector que adopta una actitud de enfrentamiento y
aplastamiento del contrario. Esos que quieren destruir al otro, según
sostienen Veiga y González, son los antinacionalistas que deben ser
excluidos del diálogo nacional.

Yo me pregunto: ¿cuál ha sido siempre ―y continúa siendo― la actitud del
Gobierno hacia la oposición política? "Destructiva", sería un
calificativo cariñoso. Tal y como hace la propaganda revolucionaria (que
cierra los ojos ante la realidad y ante sus propias inconsistencias
lógicas), Lenier González sigue hablando de inclusión como si él mismo
no hubiera excomulgado, siguiendo la tónica del Cardenal y del propio
gobierno, a la oposición política, a la disidencia y a todos los
movimientos cívicos y proyectos independientes que claman por una
transición pacífica a la democracia (la cual, a diferencia de Iglesia y
Estado, debe tener lugar en condiciones de libertad plena y
pluripartidismo, única manera de garantizarle a todos los involucrados
la igualdad de condiciones).

El vice editor, en suma, propone un escenario "of gradual and orderly
change, preserving national stability, national sovereignty, social
inclusion standards, and works towards a more inclusive and pluralistic
society, a scenario without losers, where the Cuban government
participates as a facilitator". Insisto, no es el obvio compromiso con
el Gobierno lo que resulta inquietante, sino lo que hay detrás del mismo.

Los supuestos de los que parte la reflexión de Lenier, simplemente, son
erróneos. "In the XXI century ―nos dice― we are challenged as a nation
to expand the horizons of political imagination". Sin embargo, esto
trata de implementarlo desde una perspectiva nacionalista y pre
postmoderna, completamente ajeno a los resultados de la ciencias
políticas, sociales y culturales en general que, justo en el siglo XXI
―y ya desde la segunda mitad del XX― son incompatibles con tales
reclamos y han apostado por lo postnacional, en correspondencia con el
nuevo orden mundial y los tiempos que corren.

Los cabildeos reconciliatorias también se dejan sentir en las gestiones
que el grupo C.A.F.E (por sus siglas en inglés) realiza en territorio
norteamericano. El objetivo parece ser el mismo: excluir a los elementos
más radicales, es decir, a aquellos que más molestan al régimen de La
Habana.

Los movimientos tácticos de este grupo están dirigidos a aislar a la
parte más beligerante del exilio, mientras suman a las mayorías
silenciosas de los emigrados con el ánimo de incidir en las elecciones
presidenciales, según la dirección señalada por los jerarcas del Estado
totalitario y de la Iglesia católica.

Me temo que por ese camino los servicios de inteligencia cubanos
terminarán gobernando los EE UU, tal y como lo hacen con Venezuela.
Detrás de la campaña por la reconciliación está la idea de que sea el
propio exilio (la diáspora o la emigración, según se prefiera) el que le
otorgue legitimidad (y dinero) al gobierno de La Habana. O lo que es lo
mismo, a los ahora "convertidos" hermanos Castro.

Obviamente, la jerarquía católica tiene un particular interés en lavar
la imagen de la empresa castrista, en la que está adquiriendo acciones
con la bendición de Benedicto XVI. Palabra Nueva también es parte de
este plan reconciliatorio. Su director ataca a los que ―según su
opinión― insultan y descalifican. Lo que nunca se dice en estos casos es
a quién. Y justo ahí está el punto: ¿a quiénes defienden? ¿Qué los hace
ser tan intolerantes con el otro y, al propio tiempo, abogar por la
reconciliación? ¿Cómo no imaginar una componenda entre Iglesia y
Gobierno cuando estamos en presencia de la construcción paulatina de una
mentira deliberada: la oposición y la disidencia son agresivos y
destructores, gente violenta que quiere aniquilar al otro (nótese cómo
se enmascara a la dictadura con la otredad) y, por lo tanto, se muestra
incapaz de diálogo?

No importa lo que se argumente a su favor, el hecho es que la Iglesia
Católica (el Cardenal y sus discípulos) intenta ocupar en el diálogo el
lugar de esos cubanos que legítimamente lo han ganado arriesgando su
felicidad, sus familias y hasta la propia vida. Esto es un secuestro del
espacio opositor y una traición a la libertad y a la democracia.

Fue el gobierno dictatorial el que invitó a la Iglesia al diálogo y ésta
ahora le paga excluyendo a la oposición. Solo pido que se reflexione al
respecto. Los presos de la Primavera Negra fueron puestos en libertad
por la presión de las Damas de Blanco que desbordó ampliamente las
fronteras nacionales, pero esa victoria se escamoteó cuando Raúl Castro
"accedió" a dialogar con el Cardenal para entre ambos repartirse los
méritos (uno solicitando y el otro concediendo). Ahora intentan repetir
la maniobra: el sacrificio de todos estos años, las muertes, las
golpizas, las cárceles, todo se intenta eclipsar con la mediación de la
Iglesia que se dispone a recoger los frutos de la lucha opositora y a
colonizar la sociedad civil.

Y qué decir del viaje a EE UU de Eusebio Leal (leal tanto al Gobierno
como a la Iglesia), que dijo: "No estoy aquí accidentalmente, sino
buscando y trabajando en la dirección que considero correcta, de que
salvados los derechos nacionales y nuestro culto ancestral a nuestra
soberanía, se establezca una relación normal entre Estados Unidos y Cuba".

Nótese que ―en conformidad con la operación de blanqueo― se le está
dando protagonismo a las figuras más alejadas de la ideología marxista y
del aparato policíaco-militar (con especial mención aquí a la infanta
Mariela, cuyo coto de caza como todos sabemos es el influyente sector
gay). Sin embargo, estos movimientos no apuntan al arrepentimiento ni a
la buena voluntad repentina del Gobierno. Solo se trata de negociar
apoyo político y financiero con sus propios enemigos históricos (la
Iglesia Católica, el exilio y EE UU). Tan perversa es la apuesta.

Los parches de Espacio Laical

Tras una campaña tan activa a favor de extenderle un cheque en blanco al
Gobierno, cabía esperar que la necesidad del lavado de imagen tocara a
las puertas de la propia Iglesia Católica y, particularmente, de su
representante nacional. El editorial de la revista Espacio Laical, del
pasado 21 de mayo, es el esfuerzo más reciente en este sentido.

Por tal motivo, no podemos encontrar en él algo realmente novedoso o
metodológicamente (y la palabra es de los editores) interesante. Sin
embargo, algunos pasajes de esa apología del Cardenal Ortega han llamado
mi atención. Sobre éste se dice: "ha cuestionado el quehacer político
opositor dentro y fuera de Cuba, que suele caracterizarse por criticar,
condenar e intentar aniquilar, sin proyectos claros y universales para
el destino de la nación. Desde su amor indiscutible a Cuba libre y
soberana [...] no puede comulgar con proyectos monitoreados y acoplados,
en muchos casos, a agendas dictadas desde fuera de la Isla y sin un
distanciamiento

crítico claro sobre las medidas de bloqueo contra nuestra Patria".

Diga el lector si no le suena a Raúl Castro hablando de la "gloriosa
Revolución cubana" o leyendo la conocida biografía militante de un
dirigente que acaba de ser promovido. Tras blandir el currículo político
del Cardenal, el editorial agrega: "Todo ello lo ha llevado a conseguir
una posición de liderazgo que ha desbordado lo estrictamente pastoral
para convertirse en una propuesta de transformación ordenada y gradual
del orden nacional".

Lamentablemente, tanto el cubano de a pie como la oposición y la
disidencia no se ven representados en este diálogo que incluye solo al
Gobierno y sus simpatizantes del exilio. El siguiente pasaje, dirigido
contra los excluidos, habla por sí mismo: "cargados de odio, de
prejuicios y en algunos casos hasta de escasísima inteligencia política,
prefieren derrocar al actual Gobierno y conseguir un triunfo que
nuevamente excluya a los adversarios. Este tipo de victoria, por
supuesto, podría conducirnos hacia un cambio político y económico, pero
no hacia el necesario equilibrio nacional de inspiración martiana, en
tanto muchas veces sus promotores parecen empecinados en excluir a todos
aquellos que de alguna manera apoyan o han apoyado a la dirigencia de la
Revolución. Dicha pretensión podría cincelar nuevos mecanismos
electorales, que tal vez satisfagan a ciertos sectores políticos, pero
serían reglas deficitarias de un verdadero contenido democrático y
reconciliador. De lo que se trata no es solo de cambiar políticas o
incluso instituciones, sino de lograr una solución armónica capaz de
enaltecer la cultura cívica cubana".

¿Cómo verían los editores de Espacio Laical que la oposición comenzara a
reclamar la devolución de Vitral a Dagoberto Valdés y a cabildear en
favor de una presunta promoción del padre Conrado a Arzobispo de La
Habana? ¿Por qué ―en lugar de andar especulando con eventos que no han
acaecido― no propician el diálogo entre los Castro y esa parte
beligerante (que no se aclara si es interna, externa o ambas) y dejan
que la política la hagan los políticos?

Los que tienen que sentarse a hablar, en todo caso, son justo los que se
pelearon entre sí con el advenimiento de la Revolución, es decir, las
generaciones históricas de ambas orillas, diálogo en el que nada tiene
que hacer la Iglesia. Y estas conversaciones deberían llevar a ambas
partes a reconocer que el cubano de a pie (exiliado o insiliado) los
sobrevivió y los olvidó definitivamente, que la Cuba de hoy no cuenta
con ninguna de las dos ideologías en pugna y que, más allá de la
retórica patriótico-nacionalista, lo que nos mueve son las libertades
individuales, la prosperidad económica y la recuperación del concepto de
familia, destruido por 50 años de comunismo de guerra.

El meollo de todo reside en que el Cardenal y su grupo de apoyo, en
plena concordancia con los intereses de la cúpula del Gobierno, rechazan
la reforma política y abogan por una transición económico-social
gradual, encabezada por Raúl Castro. Es por eso que excluyen a la
oposición política interna y al anticastrismo externo, ya que la
pretensión de los mismos "podría cincelar nuevos mecanismos electorales,
que tal vez satisfagan a ciertos sectores políticos, pero serían reglas
deficitarias de un verdadero contenido democrático y reconciliador".

Tales reglas, al parecer, solo están al alcance de la dictadura
totalitaria. Cómo se puede llegar a la democracia sin reforma política
real ―y no aquella cosmética que apuntala la arquitectura del Estado
comunista― es algo que Espacio Laical todavía no ha explicado. Por el
contrario, en esta frase, se acerca mucho al mandamiento castrista de
Palabras a los intelectuales: "Quienes no consigan la madurez suficiente
para alcanzar estos atributos se autoexcluyen de aportar al objetivo
principal de nuestro proyecto". Es decir, o te conviertes o te quedas
fuera y te anulamos.

Destacaré tan solo un remiendo más de la posición del Cardenal intentado
por el editorial: "Igualmente tomamos distancia de los mesianismos
políticos, oficiales y opositores, que pretenden autoproclamarse únicos
portavoces de la sociedad civil y la vida política nacional".

Es obvio que tras la copiosa crítica al cardenal Jaime Ortega hay que
desmarcarse un tanto de la posición gubernamental, sin embargo,
seguidamente se desliza la idea que el argumento anterior va dirigido
contra las fuerzas que, desde la propia nomenklatura, obstaculizan las
reformas raulistas. Esta situación ya la conocemos por boca del propio
Gorbachov tropical, quien justifica la trivialidad de sus reformas con
giros perestroikos tales como la necesidad de la nueva mentalidad y la
lucha contra la burocracia, pero sin mencionar la palabra Glásnost
(trasparencia, apertura informativa, libertad de expresión).

Si se quiere entender esta "metodología política" que intenta vendernos
Espacio Laical hay que reparar en un detalle: los argumentos del
Cardenal y sus aliados podrán estremecer a buena parte de la burocracia
partidista ―que sin nombres y apellidos no pasa de ser pura retórica―
pero jamás se dirigen contra las figuras de Fidel y Raúl Castro. En
general, los cabildeos de los grupos de influencia (castrista y
orteguiano) indican a una nueva alianza por el poder.

Si el argumento de lujo aquí es preservar al Estado socialista para
evitar el desgobierno, el caos y el revanchismo durante la transición
¿por qué apostar por el líder y no por las instituciones del Estado? No
se olvide que en esta parodia caribeña de la URSS, Raúl Castro no ocupa
el lugar de Gorbachov, sino el de Stalin.

En lo personal, no me inclino por ninguna de estas dos apuestas. Hay que
reconocer que el fin ha llegado y hacerse a un lado o ponerse en función
del fortalecimiento de la sociedad civil y de la legalización de los
partidos políticos con vistas a elecciones libres que puedan garantizar
el desmontaje completo de las estructuras totalitarias. Solo así ―y no
porque lo prescriba el editorial de una revista laica― sabremos si Cuba
cuenta o no con verdaderos políticos, proyectos y programas capaces de
sacar adelante el país.

A mí no me cabe ninguna duda que, para los cubanos, la peor de todas las
opciones es aquella por la que ha apostado la Iglesia.

Una simple moraleja para los orteguianos

El gran problema que ha tenido Cuba ―y que viene siendo el nódulo de
todos los restantes― es haber mantenido a las mismas personas gobernando
durante medio siglo. Trátese de los Castro, los Pérez o los Rodríguez,
eso no es lo importante. El gran problema que comienza a tener Cuba es
que las mismas personas que la han administrado durante medio siglo
intentan ahora diseñar su futuro y decidir el relevo.

En medio de todo esto, lo más valioso que tiene Cuba es su gente, no sus
instituciones, tampoco el escudo ni la bandera de la estrella solitaria.

http://www.diariodecuba.com/opinion/11313-dios-los-cria-y-fidel-los-junta

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