Como uno de los últimos reductos del estalinismo o del llamado
socialismo real, el régimen cubano había prolongado su agonía auxiliado
por los dólares que solidariamente le venía entregando Hugo Chávez,
quien violando la legislación venezolana nunca consultó a otros Poderes
Públicos, con la finalidad de ocultar el fracaso del socialismo
autoritario de los hermanos Castro, y poder abrirse camino hacia
parámetros que le permitieran justificar su ambición de imitarlos y
perpetuarse en el poder hasta el fin de sus días.
Pero desde que Raúl Castro visitó a China y pudo constatar el progreso
económico que experimentaba ese país, una vez puestas en práctica
algunas reformas propuestas por Tenziapín, que contemplan la apertura al
capital extranjero, cuyos resultados superan a casi todos los países del
mundo en crecimiento del producto interno bruto de una manera sostenida,
el actual Presidente de Cuba se dio a la tarea de convencer a su Estado
Mayor del Ejército, de la necesidad de salvar la honrilla de una
revolución que se acercaba entones a los 40 años, de un evidente y
rotundo fracaso.
De allí que una vez que asumió los máximos poderes que significan en
Cuba ser Jefe del Estado y del Gobierno, comenzó a convencer o a
enfrentar a los factores políticos que todavía conservan influencia
determinante en las decisiones y sobre todo en la ejecución de la
principales aunque incipientes reformas que se proponía adelantar. Para
ello se valió sin lugar a dudas de la autoridad que aún ejerce la vieja
guardia comunista sobre el control del Partido y del Congreso que acaba
de finalizar sus deliberaciones. Su voz de mando se oyó entre los
asistentes a una cónclave de más 1.000 delegados, acostumbrada a
obedecer a su hermano Fidel, a la que se enfrentaba por primera como
máximo jerarca y a la que logró controlar y hacer que sus reformas se
aprobaran por unanimidad, con lo cual le dio apariencia de resolución
colectiva.
Raúl Castro demostró que ya tiene el dominio del aparato político y
militar de Cuba, aunque todavía siente la sombra jerárquica de su
hermano mayor, lo que le permitió fustigar duramente a una burocracia
improductiva y decidió despedir a un millón de empleados públicos para
que vayan de crear pequeñas empresas , propias del capitalismo, con
ganancias y pagos de impuestos, para que tomen las iniciativas
personales de las que puedan ser capaces para emprender obras
productivas, como lo hacen en China y también en los Estados Unidos,
potencias capitalistas que se disputan la hegemonía comercial y
económica en general en el universo.
Y para no dejar dudas acerca de hacia donde quiere enrumbar a su país,
no atacó al imperialismo e informó que el Presidente Obama le había
comunicado que podían establecer relaciones normales, lo que significará
en el mediano plazo eliminación definitiva del embargo económico y
regreso de las transnacionales a Cuba, las mismas que impulsan el
crecimiento de China.
Con estas reformas y las que paulatinamente irá aplicando Raúl Castro,
no sólo ratifica lo que afirmó Fidel Castro acerca de que el comunismo
no servía ni a los intereses cubanos, también ha dado al traste con el
proyecto trasnochado y parasitario del Comandante Chávez. Si China dijo
y comprobó hace más de 20 años que la apropiación de los medios de
producción por parte del Estado era inviable, y Hugo Chávez no se había
dado por enterado y se dedicaba a ensalzar a Mao Tse Tun como el gran
conductor de la revolución y del progreso de ese inmenso país, con las
medidas tomadas por Raúl Castro, aún cuando apenas están empezando, el
socialismo del siglo XXI recibió el más duro golpe que una política
puede propinarle a un sueño descabellado. Y eso para ser generoso con lo
que en la práctica es un proyecto inspirado en los manuales del
estalinismo, convertidos en dogmas, que no le han permitido a Chávez
aceptar la caída del Muro de Berlín y el desplome de la Unión Soviética,
porque sus asesores no se lo han podido ni se lo podrán explicar, por el
carácter dogmático de su ideología marxista-leninista-estalinista.
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