José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - Durante los últimos decenios
se han registrado en Cuba dos pintorescas carreras por el bronce. La
primera fue ganada arrolladoramente por la dictadura, cardiaca de los
monumentos, las medallas, los cañones, los clarines y trompetas.
Ahora que volvemos a parlotear sobre el ahorro y la moderación en los
gastos, sería útil que alguien se planteara poner coto al barril sin
fondo que ha representado para nuestra economía la elaboración
compulsiva de monumentos y de medallas, cuyo promedio por metro cuadrado
debe distinguirnos como campeones absolutos en la región, o en todo el
hemisferio.
Después de los remotos tiempos en que no se habían descubierto los
beneficios del hierro, deben ser pocos los que, como el régimen cubano,
apostaron con tanta vehemencia por el bronce, dispuestos a otorgarle,
digamos, peso, dureza, brillo, solemnidad y trascendencia a su paso por
la historia.
Fue una carrera contra el buen gusto y contra el sentido común, que así
como tuvo su ganador indiscutible, tendría también al bronce como gran
perdedor.
Pero nunca van lejos los de adelante si los de atrás corren bien. Y
ocurre que últimamente, con el agravamiento de la crisis (económica y de
todo lo demás) estamos asistiendo a una especie de revancha del bronce
que, como flor en el pantano, se abre y busca oxígeno en pos de su
resurgimiento.
Basta con un somero repaso a las ferias de arte que hoy tienen lugar en
La Habana (no sólo la más reciente, celebrada durante este verano en La
Rampa), para vislumbrar una suerte de feliz aunque aún pálida liberación
del bronce, que al menos vuelve a ser visible entre los objetos
decorativos de uso utilitario, así como en la artesanía en forma
general, y hasta en la quincallería.
Al mismo tiempo, se aprecia el uso creciente de este metal en trabajos
de herrería o de fundición artística. De manera que parece ir en serio
su vuelta a la vida.
Claro que en la mayoría de los casos tales trabajos son realizados por
particulares, quienes, salvo excepciones, deben procurarse por su cuenta
la materia prima. Entonces la pregunta sería: ¿De dónde y cómo obtienen
el bronce?
Es un misterio en el que más vale no hurgar demasiado. Las vías para el
abastecimiento de este material suelen ser aquí tan impredecibles como
los caminos de Dios.
Bien conocida es la tarea como suministradores de los llamados buzos,
gente menesterosa que se dedica a extraerle el sumo a los basureros y a
los edificios en ruinas o (más o menos) abandonados. Se conoce incluso
un método muy suyo para identificar el bronce entre la basura y los
escombros, el cual consiste en prenderle fuego a toda la pila y ponerse
a cazar aquellos sitios desde donde brotan llamas de color azul,
indicadoras, dicen, de su presencia.
Pero obviamente la revancha del bronce no puede depender sólo de los
vertederos de desechos.
Tal vez ello ayude a explicar la razón por la cual en algunos
asentamientos escultóricos de la Isla –por ejemplo, en la hilera de
monumentos a los mártires de Santiago de Cuba, que está situada a lo
largo de la carretera entre Siboney y Baconao-, han ido desapareciendo
de la noche al día todos los componentes de bronce, sean nombres, citas,
signos simbólicos o cabezas.
En fin, lo que sí parece quedar fuera de duda es que estamos ante la
segunda carrera por el bronce y que esta vez el ganador podría ser el
bronce.
Cuba: Carrera por el bronce (28 August 2009)
http://www.cubanet.org/CNews/y09/agosto09/28_C_1.html
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