Disidencia, Miami y la herencia totalitaria
ALEJANDRO ARMENGOL
Ni Miami es siempre tan intransigente como la pintan, ni en ocasiones
tan tolerante como debiera. Olvidar que es una ciudad generosa con
exiliados de los más diversos orígenes resulta una injusticia.
Quizá la clave del problema radica en esa tendencia a los extremos que
aún domina tanto en Cuba como en el exilio, donde falta o es muy tenue
la línea que va del castrismo al anticastrismo, palabras que por lo
demás sólo adquieren un valor circunstancial en muchos casos. Suele
ocurrir, con impertinente frecuencia, que furiosos castristas —de allá
lejos y hace tiempo— son ahora furibundos anticastristas aquí.
No se trata, sin embargo, de criticar el recorrido —a veces oportuno,
otras sincero— por el camino de Damasco transformado en Estrecho de la
Florida. La conversión es saludable, siempre que sea sincera, y sobre
todo si se abandonan tras ella los modos totalitarios de pensamiento,
que no responden al sentido del camino —derecha e izquierda— sino al
perenne empecinamiento de imponer ideas y modos de vida.
Igualmente nefasta es la vieja práctica —reverdecida tras el triunfo de
Donald Trump— de ciertas figuras de la oposición cubana, con
pretensiones de contribuir a la práctica política de este país; de soñar
con influir en su rumbo —aspiraciones vanas que nunca han pasado del
triste papel de comodín al uso—, e incluso de dictar pautas de conducta.
Ese colaboracionismo disfrazado de intenciones patrióticas no hace más
que reflejar una vieja tradición isleña, que siempre trata de hacerse
sentir en el continente más cercano, o de pasado colonial proyectándose
en la metrópolis. Más en este momento y en esta ciudad, donde creen
llegada la oportunidad de ocupar puestos facilitados por la biología.
Como rezaba aquel grafiti berlinés de 1989: "Adiós dinosaurios,
bienvenidos cocodrilos".
El problema con estos patrones es que resultan poco útiles a la hora de
plantearse el futuro de Cuba. Los cubanos nos hemos destacado en agregar
una nueva parcela al ejercicio estéril de ignorar el debate, gracias a
practicar el expediente fácil de despreciar los valores ajenos. Aquí y
en la isla nos creemos dueños de la verdad absoluta. Practicamos el
rechazo mutuo, como si sólo supiéramos mirarnos al espejo y vanagloriarnos.
El encuentro de la diversidad de criterios ha quedado pospuesto. La
apuesta reducida al todo o nada. Antes que discutir o aceptar
diferencias, abogar por la uniformidad. Para agravar aún más la
situación, los que la practican se equivocan en lo que —con otros
argumentos y una exposición menos estrecha— habría que aceptar como
válido en buena medida, y defienden con falsedades lo que es cierto.
Por décadas, el maniqueísmo de La Habana ha definido el pensamiento
binario en Miami. Ese exigir una definición en blanco y negro se hizo
práctica común en Cuba después del triunfo de Fidel Castro. Por un
tiempo ―por demasiados años― el exilio adoptó este principio no solo
como táctica: fue su razón de ser. Lo curioso es que muchos partieron
hacia Estados Unidos precisamente ―entre otros motivos― para abandonar
esa rigidez, y practicar el rechazo a subordinarse a una inquisición
versallesca.
Lo que sigue vigente en la mente de algunos llamados "anticastristas",
opositores con corro solo en Miami y artistas del cuento disidente, es
el afán en ejercer el monopolio del pensamiento opositor. Este texto no
se detiene en nombres, pero sí en actitudes que una y otra vez se han
reportado por la prensa, figurado en declaraciones, mensajes y
comentarios. Limitar el empeño de los opositores cubanos a tales
controversias, simples peleas o griterías y confusiones, es tan nocivo
como tratar de disminuirlas.
Triste el hecho de abandonar Cuba, o viajar fuera de la isla con el
supuesto objetivo de abogar por la libertad y la democracia, para
terminar convertido en caja de resonancia.
Escritor cubano radicado en Estados Unidos. Director editorial de
Cubaencuentro.com.
Source: Disidencia, Miami y la herencia totalitaria | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/alejandro-armengol/article157860114.html
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