Aprobando el despilfarro
[02-08-2016 12:17:22]
Alberto Medina Méndez
(www.miscelaneasdecuba.net).- Es habitual escuchar frente a los más
resonantes casos de corrupción frases hechas que repiten aquello de que
el funcionario que roba se queda con los impuestos de la gente que los
paga para que el Estado funcione.
Nadie en su sano juicio podría aseverar lo contrario. Los contribuyentes
aportan una parte importante de su esfuerzo personal tributando. Cuando
un corrupto se apropia de algo indebidamente, se lo ha quitado
efectivamente a la sociedad de un modo inmoral e inaceptable.
Cabe en ese contexto una comparación incómoda pero igualmente válida. La
corrupción no es la única fuente de derroche del dinero de los
ciudadanos. Existen muchas y variadas formas de tirar recursos a la
basura con desprecio y descaro que cuentan con el aval implícito de todos.
Cuando en una oficina estatal, por relevante que sea la supuesta tarea
que se encara, se identifican más agentes que los necesarios, que cobran
salarios inexplicables, gozando de privilegios especiales, con permisos
extraordinarios, largas licencias, un ausentismo irracional y una
productividad más que cuestionable, nadie parece horrorizarse demasiado.
A eso habría que agregar que aquellos que tienen la "bendición" de ser
personal permanente son intocables ya que nadie los puede despedir. Su
estabilidad nunca está en juego. Sus incentivos para hacer lo correcto,
ser gentiles, eficientes y rendir al máximo están definitivamente relajados.
Mejor no preguntar demasiado acerca de que gobernante o funcionario
jerarquizado de turno les otorgó ese beneficio, en que época y bajo qué
circunstancias, porque es probable que todo haya sido poco transparente.
Es bastante difícil de comprender la lógica cívica de este tiempo. El
dispendio parece tener diferentes categorías y entonces por un lado
están las dilapidaciones de recursos aceptables y por el otro las
inadmisibles.
No es indispensable ser un economista experimentado para darse cuenta
que se gasta mucho más dinero de los contribuyentes en el despilfarro
cotidiano del empleo estatal, que cuenta con la aprobación de la
sociedad, que en la consabida corrupción que tanto escandaliza, a la que
se le dedica largas prédicas y enormes espacios en los medios de
comunicación.
Vale la pena recordar que la causa de muchos de los problemas que se
atraviesan en el presente tiene que ver precisamente con el excesivo
peso del gasto estatal. Sus fuentes de financiamiento no son
inagotables. Impuestos, emisión monetaria artificial o endeudamiento son
las únicas alternativas y todas salen invariablemente del bolsillo de
las personas.
La ciudadanía está convencida de que es imprescindible encarcelar a los
corruptos, eliminando esa aberración que tanto daño hace. Últimamente se
ha insistido inclusive en la necesidad de recuperar lo robado para que
los corruptos devuelvan el botín con el que se han quedado.
Sin embargo, a los ciudadanos no parece molestarles tanto ese otro
despilfarro que gotea todos los días, con oficinas improductivas,
empleados que sobran, gente que sigue parasitando para vivir de los
demás. Algunos tienen todavía algo de pudor y tratan de disimular
haciendo que trabajan, justificando horas de presencia estéril y
cumpliendo el reglamento.
Claro que generalizar siempre es un riesgo. No faltará el que intentará
defenderse corporativamente, siendo parte del sistema y haciendo gala de
una escasa ecuanimidad. Ellos dirán que muchos trabajan bien, son
eficientes e imprescindibles. Es posible que tengan razón, aunque si
conocen de la existencia de abusos y excesos bien podrían denunciarlos
en vez de ser cómplices de tanta indignidad a su alrededor.
Lo cierto es que cuando alguien plantea que sobran empleados estatales,
que se podría funcionar de un modo más profesional, bajo un esquema en
el que impere el merito y solo asumiendo la cantidad de colaboradores
que se precisan, aparecen entonces una avalancha de justificaciones para
argumentar la inviabilidad de cualquier cambio.
Están los que se enternecen y dicen que si se despidiera a los que
sobran, a los menos eficaces, muchos quedarían en la calle sin trabajo.
Es probable que esa hipótesis sea correcta aunque tampoco es una
certeza. Lo que es evidente es que la sociedad admite que son muchos e
ineficientes y parece estar dispuesta a aceptar ese dislate
subvencionando ese disparate.
Tal vez sea tiempo de dejar de lado la hipocresía y buscar algo de
coherencia entre el discurso y la acción. No parece razonable ofenderse
por la corrupción argumentando que es el dinero de todos, y cuando de
ineptitud y prerrogativas se trata, aceptar todo con resignación, como
si fuera algo demasiado diferente.
No hay dilapidación de dinero de primera y de segunda. En todo caso
existe una forma de derrocharlo que goza de una desaprobación total,
como el de la corrupción, y otra más laxa y condescendiente, que viene
de la mano de ese interminable barril sin fondo que es el inservible
empleo estatal.
La próxima vez que alguien se queje de la inflación descontrolada y las
tarifas de los servicios públicos, de la enorme carga impositiva y la
eterna deuda de los gobiernos, será importante refrescar ésta consciente
decisión de quienes esperan que todo cambie pero siguen avalando estas
nefastas prácticas contemporáneas que minan el presente y destruyen el
futuro.
Nada cambiará demasiado si la sociedad no está dispuesta a revisar en
serio sus profundas creencias. Aborrecer la corrupción es una decisión
inteligente, pero existen otras perversiones que siguen vigentes y
cuentan con la anuencia de una sociedad que continua aprobando el
despilfarro.
Source: Aprobando el despilfarro - Misceláneas de Cuba -
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/57a073323a682e1784d0e4f3#.V6CEjbh95h0
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