Miami: ¿indolencia o inmunidad?
FRANCISCO ALMAGRO | Miami | 4 Dic 2015 - 5:51 am.
Algo sustancialmente distinto está sucediendo en el Miami profundo con
la emigración masiva de cubanos a través de las fronteras
centroamericanas. Mientras ciertos líderes comunitarios, periodistas y
organizaciones caritativas del exilio comienzan a apelar a la
solidaridad con los balseros terrestres, no acaba de constituirse una
ola de donaciones y ofrecimientos de albergue para los miles de varados
en Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador…
La pregunta se la están haciendo muchos, aunque casi nadie la discute:
¿cuando entren los cubanos a Estados Unidos, qué va a pasar? ¿Vendrán
todos a Miami o serán repartidos por otros Estados? ¿Va a dar fondos
especiales de asistencia el Gobierno o el dinero saldrá de los
contribuyentes?
Es contraproducente el interés mostrado por algunas autoridades
centroamericanas e instituciones del exilio por resolver este dilema
humanitario, y la apatía de cientos de miles de cubanos de la ciudad a
donde, se supone, quieren llegar la mayoría de los encallados. No hay
una movilización masiva para ir levantando los albergues, los comedores,
las clínicas y los servicios que necesitará la nueva migración si se
decide que es en la "ciudad del sol" donde deben hacer escala o
asentarse definitivamente.
Suponemos que los oficiales electos, además de luchar diariamente con
las quejas del tráfico, la delincuencia, los salarios y las pensiones de
policías y bomberos, tengan ya un plan contingente preparado.
Es un fenómeno curioso, diríase que casi singular, pues en medio siglo,
cada vez que ha sucedido una fuga masiva —¿una migración forzada?— los
cubanos de la otra orilla han sido comprensivos y cooperativos. Fue así
en el Mariel, a pesar del escozor que provocó la jugada de Fidel Castro,
que puso a deambular por las calles de la ciudad a locos, asesinos y
violadores. Y fue así cuando el éxodo del 94 o "crisis de los balseros".
Entonces hubo hombres de negocios, artistas y políticos que visitaron
Guantánamo. Hubo envíos masivos de alimentos, ropa y hasta juguetes para
los niños. A pesar de la agreste geografía y la vida de campamento, los
miles de cubanos allí concentrados sintieron que no estaban solos y que,
algún día, saldrían hacia Estados Unidos. Miami, una vez más, fue
solidaria con este cimarronaje moderno.
Pero el Miami de ahora no es el de Camarioca, del Mariel o el de
Guantánamo. Los emigrantes cubanos tampoco son los mismos. En el Miami
de la segunda década del XXI los salarios continúan bajos y apenas
alcanzan para pagar la renta y los altísimos seguros, los trabajos
siguen escasos y cada día más exigentes, y la población latina se
diversifica al punto de que ya no es el Miami de los cubanos sino
también de los venezolanos, los argentinos y los colombianos. Miami ya
no parece la Tierra Prometida o el lugar de las oportunidades que pintan
quienes viajan a Cuba con cadenas de oro y gusanos de 120 libras.
Por si no bastara, la propaganda castrista —y también la liberal de
aquí— ha logrado sembrar la ideade que los cubanos que emigran hoy día
no son iguales a los de hace 45, 35 o 25 años. Es cierto que muchos
emigrantes han colaborado con esas presunciones; basta ir al aeropuerto
un día cualquiera y revisar la lista de pasajeros. Un porciento elevado
regresa a Cuba en cuanto son residentes permanentes. No muestran el
menor sonrojo en decir que no tienen miedo, que en la Isla nadie les
hizo nada, que vinieron para tener mejor vida y que la política no les
interesa.
En Cuba, el régimen también ha vendido la idea del emigrante económico.
Eso puede ser discutible en teoría pero no en la práctica cuando de más
de veinte vuelos diarios se bajan cubanos en los aeropuertos de La
Habana, Camagüey y Santiago de Cuba con una sonrisa de oreja a oreja,
llenos de regalos para la familia, y sin que les tiemble el pulso para
invitar a un par de cervezas a quienes le hicieron la vida imposible
apenas un año y un día antes.
Para desgracia adicional, la mayoría de los entrevistados en Costa Rica
no tienen bagaje cultural ni perspicacia para defender la idea de que
son una emigración política. Casi todos dicen querer venir a Estados
Unidos —a Miami— para darles un futuro a sus hijos, para tener más
oportunidades, y para ayudar a la familia que quedó en Cuba. Es como si
todo el mundo, Gobierno cubano, políticos norteamericanos, y cubanos
detenidos en su ruta a Estados Unidos, se hubieran puesto de acuerdo
para negarse el amparo político y humanitario que el caso requiere.
La reacción de quienes viven en Miami debe ser comprendida. Y del mismo
modo, discutida. Pues la situación es compleja. El cubano asentado en
esta ciudad y que ha sobrevivido a Camarioca, Mariel y Guantánamo ha
desarrollado cierta inmunidad ante la desgracia de sus compatriotas.
Inmunidad en el sentido que se pregunta por qué ser solidario con
quienes no escapan diciendo que buscan libertad, por qué los detenidos
en su travesía terrestre no enarbolan un solo cartel contra la
"revolución cubana", por qué gritan libertad a unos policías
nicaragüenses que tal vez tienen más hambre que ellos, y en Cuba jamás
se unieron a las marchas frente a la Iglesia de Santa Rita.
En un artículo anterior, a principios de esta crisis, citábamos la frase
de San Agustín que anima a ser implacables con el pecado y
misericordiosos con el pecador. En este caso, sería aconsejable separar
lo humano de lo social y lo político, y acabar con todo aquello que
conduce el pecado, es decir, a la falta, al daño a las personas.
Source: Miami: ¿indolencia o inmunidad? | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1449071603_18526.html
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