Miércoles, Enero 11, 2012 | Por René Gómez Manzano
LA HABANA, Cuba, enero, www.cubanet.org -La semana pasada fue noticia un
nuevo anuncio —el enésimo— de la supuesta muerte de Fidel Castro. La
falsa información, originada al parecer en un tweet, circuló con rapidez
por las redes sociales. En Cuba —claro está— sólo pudieron conocerla los
pocos privilegiados que tienen acceso a órganos de prensa no oficiales.
El periodiquito Granma, flamante órgano comunista, no se dio por
aludido. Al parecer, los propagandistas del castrismo no se sienten
tentados de divulgar noticias de ese tipo, ni siquiera para darse el
gusto de desmentirlas y mofarse del "enemigo". El rechazo provino de los
blogueros castristas, cuyos engendros —una vez más— no están al alcance
de los cubanos de a pie.
En esto se destacó de manera especial el publicista que emplea el
improbable nombre de Yohandry Fontana, quien, en respuesta al bulo,
afirmó: "Fidel Castro estudia, analiza y se ríe de las bolas de
Twitter". Contestó —pues— como si acabara de discutir con ese personaje
los detalles de su última, kilométrica y aburridísima "reflexión"
intitulada "La marcha hacia el abismo" (que, contra lo que pudiera
pensar cualquier individuo razonable, no es la de Cuba —reconocida por
el propio Raúl Castro—, sino la de otros).
Una buena parte de la culpa por esta especulación falsa recae en el
secretismo inherente al propio régimen. Pese a tratarse de una figura
pública que, aunque alejada del poder real, es tildada aún de
"Comandante en Jefe" y "Líder Histórico de la Revolución", las
informaciones relativas a su salud son tratadas como secretos de Estado.
Además, en este caso específico, el grueso de la culpa debemos
atribuirla a la propia prensa oficialista cubana. Digo esto porque la
edición del Granma del pasado 30 de diciembre (y esto es sólo un ejemplo
extremo, pues en otros números de fechas recientes se incide en el mismo
vicio) dedicó casi la mitad de su reducido espacio a sucesos pasados en
los que intervino el supuesto cadáver.
Es verdad que la edición de los viernes de ese periódico es menos
escuálida que la de otros días, pero, de todos modos, dedicar seis
páginas —de un total de dieciséis— a hacer historia, resulta francamente
obsceno, máxime cuando ni siquiera se cumplía un aniversario de los
sucesos narrados, que tuvieron lugar en octubre y noviembre de 1962. En
un órgano de prensa normal eso sólo suele hacerse cuando la persona
fallece, o cuando está agonizante, que viene a ser más o menos lo mismo.
Como queda dicho, esas supuestas informaciones (algún nombre hay que
darles) datan de hace medio siglo. Ellas ocupan incluso toda la primera
plana y la contraportada, y están acompañadas por fotos del fundador de
la dinastía, tomadas a principios de los años sesenta del pasado siglo.
Por supuesto, un reporte de prensa de esa índole resultaría impensable
en otra latitud, con la segura excepción de la infortunada Corea de los Kim.
Todo esto data de la época en que el treintañero Fidel, que suponía al
parecer que sería eternamente joven, tildaba de "viejo chocho" a Mao
Dze-dong y afirmaba que nadie debería gobernar después de los sesenta…
Sí, esa edición del 30 de diciembre del Granma resulta harto ilustrativa.
Igual que los vejetes verdes, abrumados en su senectud por la
prostatitis y la disfunción eréctil, suelen alardear ante sus amigotes
de las conquistas amorosas y las hazañas sexuales —reales o imaginadas—
que realizaron en sus años mozos, así también los ancianitos cubanos de
la nueva clase, vestidos de ese mismo color y sumergidos en los
irritantes privilegios que les garantiza un régimen ineficiente, caduco
y gris, hacen ostentación ante sus súbditos de las supuestas glorias
escenificadas hace cincuenta años.
Si esa reseña de antigüedades es la que nos hace el Granma cuando el
personaje —según afirman— aún se encuentra enteramente vivo, ¡qué no
deberemos esperar para el momento en que perezca! ¡Que entonces Dios nos
coja confesados!
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