Las plantillas infladas pasan factura al Gobierno, incapaz de pagar los
sueldos
MAURICIO VICENT - La Habana - 01/05/2010
Un trabajador cubano dormita sobre una carretilla... Otro, sentado en un
pedrusco, se limpia las uñas con un alambre. Sólo un tercero da unos
golpes de cincel en un murete, tampoco demasiados. La escena es de ayer
mismo, y esta brigada estatal que trabaja a las afueras de La Habana es
representativa de lo que sucede en todo el país; en la Cuba socialista
uno puede comer en una cafetería de 10 mesas atendida por 20 empleados,
hay empresas con tantos inspectores y vigilantes como obreros y la
plantilla nacional de dirigentes supera las 380.000 personas, casi un 9%
de los trabajadores estatales.
Raúl Castro lo admitió hace tiempo: los salarios no alcanzan.
Obviamente, ganar el equivalente a 15 euros al mes no estimula la
productividad, pero el problema de las plantillas infladas no es menos
grave. El 4 de abril, el presidente cubano reconoció que en el sector
estatal sobran un millón de puestos de trabajo. Una barbaridad; esto
representa uno de cada cuatro cubanos que trabaja para el Estado.
Si durante medio siglo el pleno empleo ficticio fue un emblema de la
revolución, como la educación y la salud, hoy lastra la economía y
entrampa la salida de la crisis. Con 11,2 millones de habitantes y una
fuerza laboral de 4,9 millones de personas -de las que más de cuatro
millones trabajan en el sector estatal-, Cuba se encuentra en una
encrucijada. Un millón de trabajadores sobrantes es un grave problema
político, pero hacer esta reconversión es de necesidad imperiosa,
advierten los economistas.
El Gobierno ha adelantado que las soluciones del pasado no son una
opción. Antes, a los trabajadores cesantes se les enviaba a casa con una
prolongada garantía salarial o se les ofrecía la posibilidad de
estudiar, cobrando el sueldo completo. Eso se acabó.
Salvador Mesa, el secretario general de la Central de Trabajadores de
Cuba, el sindicato único, afirmó que la "reubicación" se hará "con
orden" y que "nadie quedará abandonado". El país, dijo, "no dispondrá de
fórmulas mágicas, los puestos de trabajo tenemos que crearlos en los
municipios, como en la agricultura y la construcción". Precisamente,
este es uno de los problemas. "Mucha gente no quiere reconvertirse de
oficinista en campesino o albañil. ¿Qué van a hacer?", expone un sociólogo.
"Si se quiere desinflar esas plantillas en las que casi todo el aire lo
ha puesto la política paternalista del Estado, habrá que permitir que
los que pierdan sus improductivos puestos laborales puedan hacer
cualquier actividad que no sea delictiva", opinó recientemente el
escritor Guillermo Rodríguez Rivera. "Hacerlos abandonar sus empleos
para echarles encima el mar de prohibiciones que existen para realizar
cualquier trabajo, mandaría directamente a esa masa a delinquir",
afirmó, en un artículo publicado en la página web de la Unión Nacional
de Escritores y Artistas de Cuba.
La salida, según la mayoría de los analistas, es de cajón: el Gobierno
debe extender la iniciativa privada y fomentar cooperativas y pymes en
los sectores que el Estado es incapaz de administrar con eficiencia.
Para Rivera, las "nuevas empresas empezarían a ser una alternativa
laboral, a cuyos empleos podrían aspirar muchos cubanos".
Mordido por la realidad, el Gobierno realiza algunos tímidos
experimentos en esta línea. En varios municipios de La Habana se ha
entregado la gestión de las peluquerías a los trabajadores, que han de
pagar un impuesto mensual de unos 34 euros al mes. También, a modo de
experiencia piloto, se ha permitido a un pequeño grupo de taxistas que
exploten por cuenta propia el vehículo del Estado a cambio de un
impuesto, ocupándose ellos del mantenimiento.
"El reordenamiento laboral" de un millón de trabajadores es un reto
descomunal, y "lo hecho hasta ahora es irrisorio", asegura un
economista. Además, dice, está "la desconfianza".
"El primer objetivo es el resurgir de estas formas de producción y no
crearle obstáculos que más bien parecen pretender su fracaso", afirma
Rivera, que pide "confiar en la probada diligencia del cubano para
llevar adelante una empresa que de veras le importe". Han pasado cuatro
décadas desde que, en 1968, Fidel Castro acabó por decreto con la
mayoría de los negocios privados. Ahora, en este 51º Primero de Mayo de
la Revolución, son vistos por muchos como la salvación.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario