El desembarco
PEDRO RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ, Miami | Agosto 26, 2016
¿Por dónde empezar? Bendecida, atribulada pregunta en el argot
leninista. ¿Empezar por lo que más preocupa? ¿Por el primer día en la
Pequeña Habana? ¿Por el lugar que respeto inspira? ¿Por los que
protagonizan lo que desearían para Cuba? ¿Por la libertad, esa palabra
que separa y une a cubanos de las dos orillas? Nada fácil describir con
respeto cómo viven, sufren y gozan aquí los emigrantes cubanos y de
otras latitudes.
Confusión, incertidumbre (contentura) predominan cuando el inmigrante
llega a Miami y su Pequeña Habana, donde "desembarcan" decenas de miles
de cubanos por tierra, mar, aire y esperanza cada año.
Incontables pero inolvidables difuntos por medio, ahogados o muertos en
la espera, hacen que pervivan y se expresen sentimientos encontrados,
pero los del pie en tierra y los que aspiran a hacerlo agradecen mucho a
primeros y posteriores emigrados, que en conjunción con políticas de
gobiernos norteamericanos lograron esa prebenda migratoria de llegar y
encontrar brazos abiertos, una quimera para millones de humanos en este
planeta. Prebenda, por cierto, amenazada por muchas voces, intenciones y
por los crecientes peligros y descréditos.
"¿Ustedes son cubanos? Ah, entonces no tienen problemas", dijo el
sargento Gutiérrez de policía a los tres balseros de río cuando se
presentaron ante autoridades en Le Jeune, frente al aeropuerto
internacional de Miami, el mismo año del derribo de las torres gemelas
de Nueva York en sendos actos de terrorismo. No era el río de Miami el
que cruzaron. Venían de lejos, más allá del arco que describe el golfo
de México en la geografía norteamericana.
Impune, feliz y arriesgada facilidad con la que emigran los hijos de la
mayor Antilla, inmensa válvula política de escape cuya perspectiva
preocupa en ambas costas. Esa fue y sigue siendo llave de la conversión
de este territorio norteamericano en una franca zona cubanoamericana.
Se ha erigido un lugar del sureste de los Estados Unidos sin hostilidad
para los hispanos, diferentes en cultura, sociedad, economía (y mirada)
con el resto de este gran país, donde también hay pequeños pero
poderosos cerebros que todavía no aceptan de corazón a la más grande
porción del continente, a la pobre en gran medida pero enriquecedora
Latinoamérica. Parte de la riqueza del cubano y sus congéneres del sur
es la bondad para la adaptación.
Una amiga recogió a los tres recién llegados en una estación de policía
de North West (donde ordenaron no asomarse a la puerta porque era
peligroso) y durmieron esa noche en una posada, esa palabra denodada por
la Cuba pre y post 1959. Apretujados, trataron de ser indiferentes al
olor de muchas personas acumulado en el ambiente. En ese motel Vivencio,
uno de ellos pasó la noche recordando a Melba, su hermana mayor, una
campesina semi analfabeta de Sierra Cristal que ofrecía su cama y se
acurrucaba en cualquier parte cuando llegaba una visita. Pero cada cual
tiene sus costumbres... y las cambia a conveniencia.
Continúan, sin embargo, los recibimientos cálidos de amigos y conocidos
en el Miami siglo XXI a quienes llegan a esta regia ciudad levantada
sobre arenas y pantanos por cubanos. Los recién llegados, apenas cruzado
el Estrecho de la Florida aprenden, o los hacen aprender, el sálvese
quien pueda que en la otra orilla denominan individualismo, esa
desacreditada denotación del ser humano.
En la misma bienvenida comienza la conversación –iniciada por
anfitriones– sobre la inmediata búsqueda de trabajo y renta de un
apartamento para vivir independientes quienes acaban de llegar.
Detalles, de la libertad para vivir donde uno quiera.
Rentaron una habitación en la Calle Once de South West, entre la 11ª y
la 12ª avenida. Una vieja casa de madera, propiedad de un sudamericano.
Allí conocieron viejos seres vivos de la Pequeña Habana, cucarachas y
ratones, que les velaron el sueño toda la noche en libertad. A veces
ratones y cucarachas gorditos se propasaban y querían estar tan cerca de
los huéspedes, que los despertaban o hacían gruñir bajo las sábanas.
Al amanecer Vivencio corrió a aplastar una cucaracha y oyó decir que no
lo viera la policía.
–¿...?
–Aquí no puedes maltratar a los animales, le dijo un vecino, y se echó a
reír a carcajadas.
En la Pequeña Habana casi todos los cubanos no se detienen por siempre.
Continúan la emigración tan pronto el capital de bolsillo lo permite.
Quienes no prosperan –desfavorecidos para los neoliberales– mantienen la
decreciente presencia caribeña aquí.
Este remedo de capital cubana viene quedando como punto de un "tercer
mundo" cuya pobreza e imagen amenazarían la industria primera de la que
vive y sufre Miami, el "turisteo", ahora amenazada también por el zika.
La pobreza es relativa, pero hay que ver la extensa cola de Thanksgiving
(día de Acción de Gracias), alrededor de la iglesia de Juan Bosco cada
año, de quienes llegan a recoger alimentos gratis, para darse cuenta que
la situación para muchos aprieta, quizás sin ahogar todavía.
Cubanos, centroamericanos y sudamericanos se hallan aquí en una febril
sobrevivencia. La embajada de Nicaragua en la calle Flagler vive activa.
Pero la Pequeña Habana que los acoge está bajo amenaza de desaparecer.
El centro comercial, político y financiero de Miami crece hacia esta
barriada, con moles de edificios y precios de apartamentos y renta que
desplazan a los de menos recursos (el alcalde de Miami calla cuando le
pregunto por la denunciada desaparición progresiva de Little Havana).
Los que se van de aquí, vuelven, se ven en el Carnaval de la Calle Ocho
o el día de los Reyes Magos, donde gozan a lo grande o pasan a mirar y a
recordar...
Entrar como Pedro por su casa en estas entrañas, todo indica que no será
por siempre. Cambios inevitables en la ley norteamericana de
inmigración, en la demografía, en los hábitos (americanizarse es nada
fácil, y en el fondo de corazones y conciencias, tal vez imposible),
derroteros imprevisibles en la economía de Miami y la conversión de Cuba
en un país vivible y respirable plenamente quizás hagan reducir
sensiblemente la presencia de cubanos en el sur de Florida. Pero hay
huella para rato. Esto pienso mientras cruzo en la memoria este río de
Miami que delimita por el Este la imborrable Pequeña Habana...
Source: El desembarco -
http://www.14ymedio.com/opinion/desembarco_0_2059594026.html
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