viernes, junio 01, 2012

Lo peor que nos ha sucedido en los últimos 50 años ha sido la separación familiar

Literatura

"Lo peor que nos ha sucedido en los últimos 50 años ha sido la
separación familiar"

CUBAENCUENTRO conversa con el narrador cubano Manuel Pereira, a raíz de
la edición mexicana de su libro Mataperros, Premio Iberoamericano de
relatos Cortes de Cádiz, España, 2006

Carlos Olivares Baró, México DF | 01/06/2012 10:05 am

Manuel Leonel Pereira Quinteiro (La Habana, 1948) es un viajero
literario incansable. Peregrinación que asume en los riesgos de una
escritura que se abalanza sobre las rendijas de la reminiscencia para
entregarnos un cosmos desbordado de insólitas trasnominaciones
iconográficas. El Comandante Veneno (1977), exploración por la aventura
de la campaña de alfabetización en la Sierra Maestra de Cuba, 1961
("Esta es la novela que me hubiera gustado escribir sobre Cuba", dijo
sobre ella Gabriel García Márquez); El Ruso (1980), ronda, revisión
política, que se convierte en una suerte de indagación de los
entusiasmos juveniles que despertó la revolución de Fidel Castro;
Toilette (1993), periplo, marcha alucinada y extravagante en busca de un
retrete que se vislumbra en El Jardín de las delicias de El Bosco;
Insolación (2006), itinerario de la tragedia cotidiana —desvalorización
humana y moral de la Cuba castrista— que desemboca en el periodo
especial desde la mirada del joven Joaquín Iznaga que se niega a aceptar
una beca del Comandante. Cuatro novelas de pujas autobiográficas que son
viaticu, camino, andanzas: testimonio de las mutaciones y acosos
padecidos por varias generaciones de cubanos.

Pereira es un novelista de casta. Desde los años 70 se empeñó en un
proyecto narrativo de absoluto rigor. Nunca olvido sus premuras y
afanes, su disciplina. "La literatura es un destino, una encrucijada, un
derrotero. Aquí te entrego El Ruso, pero esto no termina. Ya tengo la
que sigue, El 231, en la que trataré el tema del servicio militar y así
completar una tetralogía que cuenta hasta cierto punto, mi formación, un
poco de mi vida, mis avatares…", me dijo en conversación que mantuvimos
mientras caminábamos por San Juan de Dios, La Habana Vieja, hace muchos
años.

Un viejo viaje (Textofilia Ediciones, México, 2010) —muy bien acogida
por los lectores y la crítica en México ("Esta novela recoloca a Pereira
en donde siempre debió estar: en la vanguardia de la literatura
latinoamericana contemporánea", Eliseo Alberto)—, aborda las
encrucijadas del alucinado protagonista de Toilette, el pintor Lucio
Gaitán, quien reaparece "extraviado entre la selva y el zoológico", en
el vestíbulo del aeropuerto de Barajas: "bolsa salchicha en bandolera y
dos maletas abultadas como cadáveres inflados de fuegos fatuos". Después
de transitar por comarcas demoníacas y placenteras —y en fuga
fantasmagórica: entradas y salidas del tríptico de El Bosco—, Lucio
Gaitán se enfrenta a la disyuntiva de "si debía o no subir el avión de
regreso a La Habana".

"Pertenezco a una generación muy acusada. Me interesa el carácter, la
sicología de esa generación… la fase utopista, sueño e idealismo, Unión
Soviética y periodo especial: el proceso cubano es mi tema; siempre
estoy escribiendo sobre eso", ha dicho muchas veces el autor de
Biografía de un desayuno (2008).

Acaba de aparecer en México la segunda edición de su libro Mataperros
(Textofilia, 2012), cuentario galardonado en 2006 con el Premio
Iberoamericano de relatos Cortes de Cádiz, España. Lo busqué en las
rutas del Instituto Cultural Helénico de la capital mexicana —donde se
desempeña como Director de Difusión Cultural y Relaciones Públicas— y la
Universidad Iberoamericana, lugar en el que imparte clases de historia
del arte y literatura. Siempre posponíamos la entrevista por sus
ocupaciones burocráticas o por faenas docentes impostergables. Una tarde
lo encontré en la librería Bella Época del Fondo de Cultura Económica
del D.F., hablando de mitología y cine, dos pasiones que también cultiva
con desvelo: François Truffaut, Alain Resnais, Godard, Chabrol, Glauber
Rocha, el neorrealismo italiano, Bergman, Fellini y Buñuel se empalmaban
con pasajes de Proserpina, las Moiras, Narciso, Sísifo, las Gorgonas y
Hades. Pongo a disposición de los lectores de CUBAENCUENTRO la
conversación que, al fin, pude sostener con él.

Veo en Mataperros visos enmascarados de novela en la modulación del
narrador en tercera persona (estilo indirecto flaubertiano), en la
confluencia de los personajes, en los escenarios concurrentes, en la
intermitencia temática… El lector cierra la última página con las
huellas que impregna una novela, no un libro de cuentos. Coméntame esa
duplicidad genérica presente en este libro.

Manuel Pereira (MP): Ya desde La Celestina los géneros se están
mezclando. La técnica inventada por el gran Flaubert me permite una gran
libertad, casi jazzística, para ir combinando, improvisando y creando lo
que llamas "duplicidad genérica". Por otra parte, estos cuentos se
desprendieron de una larga novela titulada Insolación. A medida que yo
la trabajaba, iba quitando lo que consideraba accesorio. Más tarde,
revisé ese material sobrante, y ya lo iba a desechar cuando, de pronto,
descubrí que aquí y allá fulguraban en bruto algunas perlas narrativas.
Las retoqué y con ellas engarcé los abalorios de Mataperros. Estos
cuentos son como diminutos planetas que giran alrededor de ese inmenso
sol que es Insolación. Por eso tu olfato literario te dice que en este
libro hay una "novela enmascarada".

El voceo relator recurre a la gradación de la crónica y a las
especulaciones del ensayo. Estamos en presencia de un texto que rompe
contantemente con los cánones: suerte de collage, presentación de un
cosmos que es índice iconográfico de La Habana pre castrista y,
asimismo, de los primeros años de la Revolución del 59. Explícame esa
concepción del manejo del tempo, develada en el ánimo del relator. (No
tienen las mismas inflexiones el habla elocutiva de las narraciones de
antes del 59 que las historias que ocurren en los primeros años de la
Revolución.)

MP: Ese cambio de tono se debe a la drástica transformación
experimentada por el país después de 1959. La mirada del
narrador-cronista se vuelve más crítica a partir de esa fecha, mientras
que antes del 59, la dicha y el candor infantil todavía impregnaban su
voz. Mataperros es un díptico que funciona como una doble bisagra, ya
que la acción transcurre en dos momentos de transición. Por un lado,
asistimos al tránsito de la niñez a la adolescencia y, por otro,
presenciamos el final de la dictadura de Batista y el inicio de la
castrista.

Folios marcados por la nostalgia. Narrador omnisciente: testigo que
pondera los gestos y desconciertos de Joaquín Iznaga frente a su padre,
Coliseo, fotógrafo-camarero. Fábula que subraya algunos elementos de la
novela de formación sentimental desde apuntes de las antagonías
ideológicas que se producirán en el seno de la familia cubana en los 60,
retratadas en las peleas de Coliseo y Numancia (madre de Joaquín).
Podría abundar un poco sobre esa problemática presente en la familia cubana.

MP: Desgraciadamente ese agón en la familia cubana no ha terminado. Lo
peor que nos ha sucedido en los últimos cincuenta años ha sido la
división o la separación familiar. Todo lo demás se podrá arreglar más
tarde o más temprano, pero la tragedia familiar, ya no tiene remedio.
Todas esas tumbas alejadas en las dos orillas del estrecho de la
Florida, el cementerio marino que se extiende entre Cayo Hueso y Cuba…
es algo irreparable. Todos esos muertos separados, que quisieran reposar
juntos en la misma tierra que los vio nacer, tienen la metempsicosis
trastornada. A veces imagino un futuro tráfago de huesos en barcos y
aviones hacia Cuba. Con todas las lágrimas derramadas por los cubanos
durante medio siglo podría fabricarse un océano tan abrumador que si
hubiera un tsunami no quedaría nada vivo en la faz de la Tierra.

Recreación del habla habanera: "perforo cortante", "guapería",
"fajazones", "bayúes", "estrallón", "chivichana", "cabillazo", "jabao",
"garnatones", "bayoya", "postilla", "sopapos", "matahambres", "bemba"
"guillados", "tropelaje", "voysinfreno", "guagüita", "bulla", "pingúo",
"mandangas", "guayabito", "vitrola", "tizón", "macao", "galleguismo",
"azuquita", "entalcados"…: erizado inventario de términos, idiolecto muy
exclusivo. ¿El habla como consonancia y urdimbre (maniobra) para hacer
literatura?

MP: A pesar de haber vivido tanto tiempo en Francia, en España y ahora
en México, mi lenguaje sigue siendo ciento por ciento habanero. La
lengua es nuestro pneuma, un arcano que se adquiere o se desarrolla en
la niñez. Dado que los protagonistas de este libro son niños,
lógicamente ese tesoro lexical que enumeras recorre como un soplo de
susurros estas páginas.

¿Mataperros o el preludio, la proporción futura de El comandante veneno
(1977), El Ruso (1980), Toilette (1993), Insolación (2006)…?

MP: A medida que mi obra evoluciona percibo, cada vez con mayor
claridad, que estoy levantando —ladrillo tras ladrillo— un único
edificio narrativo, una catedral de la memoria habitada por tres
personajes recurrentes: Joaquín, Lucio y Leonel.

Creo que si hacemos una ordenación de tu obra, Mataperros sería tu
primer libro, a pesar de haberse publicado en 2006 a raíz del Premio en
Cádiz ese año. ¿Mataperros estaba en tu cabeza antes de El Comandante
Veneno o fue forjado después de tus novelas?

MP: En mi cabeza lo primero que surgió en 1972 fue El comandante Veneno,
una narración que salió casi entera de mi "Diario de Campaña de
Alfabetizador", un cuaderno que siempre me acompaña y que consta de 98
páginas escritas a lápiz por mí a los doce años. Ese Diario contiene en
potencia todo mi quehacer literario, no solo lo hasta ahora publicado,
sino también lo que me falta por escribir. A partir de esos garabatos
infantiles mi obra se ha ido expandiendo en una especie de Big Bang…

Hay una viñeta, "Azogados" —me parece uno de los momentos más hermosos
del libro— de corte totalmente borgesiano y ciertos guiños con
Felisberto Hernández. Un pequeño poema en prosa: suerte de pausa íntima
del personaje central de estos capítulos (cuentos) de una novela triste
y alborozada. ¿Contrapunto en las aristas estructurales de una pieza de
jazz en tiempo de bebop?

MP: Me alegra mucho que hayas captado la secreta estructura musical de
este libro. Por si fuera poco, también descubriste el cuento clave de
esta colección de relatos. "Azogados" es el punto matemático cero, es
esa singularidad que desencadena el Big Bang. Paradójicamente ese cuento
fue escrito mucho después de mis primeras ficciones publicadas, lo cual
no tiene mayor importancia, porque en esta poética cuántica el orden de
los factores no altera el producto y la flecha del tiempo puede volar al
revés, o quedarse detenida en el aire, como en una aporía eleática.

Narrador de voz múltiple que hace las crónicas de las "Espaldas
entalcadas", "Perforo cortante", "Crónica roja" o "Despaisajado"…
¿Recreación estilística del Manuel Pereira de Cró-nicas (1981)?

MP: No había reparado en esa correspondencia con Cró-Nicas. Me dejas
pensando. Aquel fue un libro escrito de prisa, en tono de crónica o
reportaje. Lo que pasa es que con tanta censura en la prensa, algunos
hacíamos un periodismo poético. En efecto, puede que los cuentos de
Mataperros transmitan algo de esa urgencia casi telegráfica, aunque
destilados en un registro más literario, alejados de la efímera
inmediatez que impone el oficio informativo.

Guillermo Cabrera Infante hizo la crónica de La Habana: bolero,
pachanga, luces, cabaret, salas de cine, las guaguas, padre,
lentejuelas, soliloquio, el parque central, santería, solares, el mundo
de los músicos populares, perorata de la gente común… Tú, sin embargo,
has realizado el itinerario, el memorándum, de un microcosmos impar en
el que un grupo de muchachos actúa y testifica fajazones, burlas,
improntas revolucionarias, aparición de barbudos, toques de tambores,
formación de milicianos, jolgorio y carnaval. Veo ciertas
trasnominaciones en los ecos de Mataperros con Tres triste tigres y La
Habana para un infante difunto. ¿Qué piensas de mi lectura, estás de
acuerdo?

MP: La novela de Cabrera Infante que más me impactó fue La Habana para
un infante difunto, principalmente por sus recreaciones de los solares
de un barrio colindante con el mío. Entre él y yo había una diferencia
generacional de veinte años, por eso no conocí mucho el mundo nocturno
descrito en TTT, si acaso asistí a sus últimos coletazos. Sin embargo,
es posible que existan esos ecos que tú barruntas. Los caminos de la
genética literaria son inescrutables.

Niños bitongos, niños góticos y mataperros… Blanquitos y negritos.
Pandilleros y matarifes. Tierno/práctico (Coliseo);
gallega/gótica/sorda/costurera/tierna (Numancia); guapetón/protector (El
Chama); pícaros/vividores… ¿Disección metafórica del entramado social de
la Cuba Republicana?

MP: Por supuesto, todo ese desfile de personajes constituye una biopsia
del tejido social y económico de La Habana de aquel tiempo. Creo que ese
mismo tejido ya está reapareciendo en estos momentos y se impondrá en
los próximos cinco años con la fuerza impetuosa de un atavismo.

¿No te parece que el último relato, "No todo lo que brilla es oro", sobra?

MP: Tienes razón. Ese relato no figuraba en la versión original (edición
española) de este libro, pero a mi editor mexicano le gustó mucho y me
pidió incluirlo, a guisa de coda, en un contexto epocal algo posterior.
Decidí complacerlo.

Ironía, añoranza, procacidad, venturas y ensueños infantiles en una
novela embozada como cuentario, que mucho le debe a la picaresca
española (El Buscón, Lazarillo, Guzman de Alfarache…). ¿En la narrativa
cubana contemporánea están ausentes esos tonos? ¿Qué piensas al respecto?

MP: No conozco suficientemente a fondo la narrativa cubana actual como
para expresar una opinión seria. Pero me parece que siendo Cuba tan hija
de España (para bien y para mal), la picaresca es una herencia
inevitable. Durante las etapas del Realismo Socialista (o literatura
"comprometida") que padecimos en las décadas 70-80, la picaresca casi
desapareció en las letras cubanas. Se pusieron de moda las novelas con
temas fabriles de corte más o menos soviético, libros dedicados a la
Zafra de los Diez Millones, novelas policíacas o de espías… En El
comandante Veneno yo intenté revivir la picaresca a través del
tratamiento desenfadado e irreverente del asunto y de los personajes,
razón por la cual me busqué más de un problema con altos oficiales del
ejército y con funcionarios del Instituto Cubano del Libro. Muchos
ignoran que a esa novela le arrebataron un premio, fue acusada
públicamente de "pornográfica" y estuvo tres años y medio engavetada en
una oficina del MINFAR.

La escritura como obsesión, destino, acabamiento, azar recurrente. ¿Qué
proyecto tiene en la cabeza el incansable Manuel Pereira?

MP: Hace una semana terminé un libro de ensayos que espero publicar este
año. El ensayo es un género que cada día me interesa más, porque
moviliza ideas obligando al lector a pensar, a ser más inteligente, que
es lo que hace falta en esta época de tanta indigencia intelectual. Por
lo demás, hace tres días retomé una novela en barbecho —llevaba dos años
estancada— y ahora avanza viento en popa.

Comenzamos a las 6 de la tarde y terminamos a las 10 de la noche. Una
luna redonda, inmensa —ojo de azogue en el cielo—, se entrometió en la
charla: salimos a mirarla. Pereira seguía hablando: desbocado,
temperamental, labia febril arrolladora… Me dedicó Mataperros y me dijo:
"Si te vas a referir a la foto de portada, te informo que la tiró mi
padre en 1957 en el litoral rocoso del malecón habanero. Aparezco yo
—tercero al frente, sacando pecho y enseñando costillas— con mis amigos
mataperros bañándome en una poceta".

http://www.cubaencuentro.com/entrevistas/articulos/lo-peor-que-nos-ha-sucedido-en-los-ultimos-50-anos-ha-sido-la-separacion-familiar-277289

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