Impuestos, la argucia que se afianza
[28-06-2012]
Alberto Medina Méndez
(www.miscelaneasdecuba.net).- Cierta forma de ver las cosas se ha
incorporado a la forma de pensar de muchos con excesiva naturalidad. De
tanto escucharlo, y hasta de repetirlo, se aceptan demasiadas falacias,
como verdades que no admiten discusión.
Literalmente la palabra "impuesto" significa obligado, exigido, forzoso.
Es excesivamente claro. Es algo que ocurre contra toda voluntad, que se
impone y que se concreta cuando el que cobra ( el Estado ) hace uso de
la fuerza de la ley para conseguirlo.
Vaya concepto de armonía social, consenso y acuerdo cívico. Sin embargo
su aceptación como obligación ciudadana, en el discurso cotidiano de los
más, es "demasiado" habitual.
Cabe recordar que el impuesto, en un sentido práctico, es esa parte del
fruto del esfuerzo individual, del sacrificio personal, que el Estado
detrae coercitivamente, haciendo uso del monopolio de la fuerza que detenta.
El discurso político que endiosa al impuesto, que lo coloca como algo
bueno, positivo, moralmente correcto, se ha instalado definitivamente.
Nadie se detiene mucho en señalar que en realidad, los instigadores de
esta visión, son los mismos que finalmente amparados en su alegato
ideológico, se aprovechan convenientemente de esos recursos económicos.
La política, los burócratas y el socialismo como ideología madre, se
ocupan de fortalecer esta mirada. Es la que les permite darle cierta
legitimidad al saqueo, revestirla de un manto de piedad a lo que
claramente es el método más habitual para esquilmar a los más, para
quitarle a cada individuo el resultado de su talento, el fruto de su
habilidad, para finalmente manejar fondos de modo discrecional, sin
consulta previa.
Tanto han trabajado esta forma de percibir la realidad, que han
conseguido que mucha gente repita con absoluta convicción, aquello de
que un buen ciudadano "debe" pagar sus impuestos. La lógica planteada es
tan perversa que instala la idea de que el saqueado debe avalar el
atraco por una cuestión de orden moral, es decir debe producir, trabajar
para todos, aceptar ser esquilmado y luego aplaudir a quienes lo saquean
por aquello del altruismo y la solidaridad. Claramente al límite del
ridículo.
Nunca más apropiada aquella archiconocida comparación que dice que
cuando el que te roba lo que has generado con tanto esfuerzo es un
particular a eso le llaman robo, y que cuando el que te quita lo tuyo es
el Estado, solo le cabe el nombre de "impuesto".
Queda claro que, para quienes creen que el Estado es una necesidad de
este tiempo, este debe brindar seguridad, justicia y ocuparse de las
relaciones internacionales. Inclusive para los mas también debe hacer lo
propio con la educación y la salud, por solo citar algunas de las
cuestiones que el estado del bienestar moderno contempla- Todo eso hay
que financiarlo de algún modo.
En ese esquema, por detestable que sea, parece que no se disponen de más
alternativas que aceptar mansamente la existencia de impuestos que
permitan sostener esas supuestas tareas que despliega la utopía estatal.
Pero aun asumiendo, a regañadientes, que esta tendencia resulta
inevitable, pues entonces habría que decidir qué tipo de impuestos se
deben implementar y cual su nivel de razonabilidad, lo que constituye
una discusión difícil y un arte complejo de articular con alguna
inteligencia.
La prudencia debería orientar a establecer "pocos" impuestos, de la
menor cuantía posible y cuyo impacto sea mínimamente distorsivo, sin
dejar de entender previamente que no existe tal cosa como un impuesto
sin consecuencias indeseadas.
Un debate casi interminable se ha instalado respecto de que resulta
mejor si fijar impuestos al consumo, a las ventas, a la rentabilidad, a
la tierra, a la riqueza, a la propiedad o a esa lista ingeniosamente
interminable de criterios que siempre parece reproducirse.
Es que la creatividad de los que esquilman a todos, es realmente
inagotable. Cabe decir que, en realidad, no precisan considerar estos
parámetros, sino todos ellos y al mismo tiempo, además de que siempre
terminarán priorizando simplemente aquellos que resultan más fáciles de
recaudar y más complicado eludir para los saqueados.
A los recaudadores solo les interesa disponer de recursos para sus
aventuras políticas y sus fantasías de ayudar a la sociedad con dinero
ajeno, esas que les permiten alimentar sus ensayos electorales y
ambiciones personales.
El creciente gasto público, esa tendencia mundial por la cual los
Estados intentan gastar más de lo que disponen, los ha llevado a
recorrer con mucha inventiva, aunque sin tratarse de algo novedoso, este
nuevo capítulo de los impuestos al trabajo.
Pero se han metido en un verdadero brete, sus discursos políticamente
correctos empiezan a entrar en contradicción. Su retorica sobre la
"clase" trabajadora y los impuestos como obligación ciudadana se
contraponen y entran en franca colisión. Son prisioneros de sus falsas
ideas. Sus mentiras finalmente los ponen en un dilema. Gastan
irresponsablemente los dineros ajenos. Nos endeudan, emiten dinero
exponiéndonos a la perversa inflación que lastima con más dureza a los
que ellos dicen defender y ahora, a su interminable batería de
impuestos, tributos y tasas, se agrega la profundización del impuesto al
trabajo.
No tienen principios, ni escrúpulos, tampoco son coherentes. La
evidencia dice que no han necesitado esa consistencia, al menos hasta
aquí. Cuando se trata de generar "caja" para ellos todo vale. Las
justificaciones se acomodan, las ideologías se ajustan y los argumentos
se inventan. Lo importante es que la fiesta siga, a cualquier precio.
Nunca faltan ciudadanos funcionales a esta estrategia. Lamentablemente
vivimos tiempos en los que las falacias están a la orden del día. Esta
vez sería, los impuestos, la argucia que se afianza.
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