29-06-12 | Opinion
Deserciones sin fin en el deporte cubano
Por Iván García Quintero ivangquintero@yahoo.es
(Desde La Habana).- El gobierno arma su barullo. En un artículo
reciente,Granma acusó de terrorista a un abogado cubano-boricua. Según
el diario, alentó las deserciones de cinco jugadores de baloncesto, casi
la mitad del equipo de la selección nacional.
Unos meses atrás, Edmundo García, reportero cubano radicado en Miami,
publicaba en el periódico La Calle del Medio un análisis del desengaño
sufrido por la mayoría de los peloteros que abandonan su patria. García
usó argumentos razonables, pero miopes.
Todos los deportistas profesionales no pueden ser Lionel Messi, Albert
Pujol o Rafa Nadal. Como en cualquier sector de la vida, hay personas
talentosas, simples empleados y gente mediocre. El punto no es si de los
más de 300 peloteros que han abandonado Cuba desde 1991 sólo el 15% ha
podido jugar en Grandes Ligas.
No. De lo que se trata es de que cada deportista está en su derecho de
intentar competir al más alto nivel. Luego, si fracasan, existen otras
competiciones de menor calibre donde probar fortuna. En cualquiera, ya
sea jugando baloncesto en Uruguay o béisbol en la liga profesional de
Italia, los salarios son cien veces superiores a los devengados en Cuba.
Es lógico que el régimen se preocupe por el goteo incontrolable de
deserciones. Ha invertido dinero y tiempo en formar atletas de alto
rendimiento.
Lo peor es que no tienen manera de frenarlo. De nada vale llenar las
delegaciones deportivas de agentes secretos para desalentar las huidas.
Los deportistas se las ingenian para evadir la vigilancia y los
controles. Granma no dice que el motivo de los atletas para abandonar su
país es simple: quieren ser profesionales y ganar salarios acorde a su
calidad.
Mire usted, en Cuba un medallista de oro olímpico gana el equivalente a
300 dólares mensuales. Comparado con un obrero, su salario es 15 veces
más alto. Pero cuando ese deportista mira hacia sus homólogos en otras
partes del mundo, lo que gana es una miseria.
Si eres una estrella como el luchador Mijaíl López o el pelotero
Yulieski Gourriell, te autorizan a comprar un auto chino. Con 300
dólares en la isla se puede desayunar café con leche y tener dos comidas
abundantes al día. Los fines de semana puedes acudir a discotecas de
calibre. Poco más.
Los deportistas que devengan 300 dólares al mes son los menos. La
mayoría compite todo el año como si fuese un profesional y, cuando pasa
por el cajero, cobra un salario de obrero.
A más de un atleta ya retirado, y que en su día fue destacado, usted se
lo puede encontrar fumigando por las casas en la campaña contra la
epidemia del dengue. O como porteros y personal de seguridad en hoteles
cinco estrellas.
Es cierto que cuando un pelotero de nivel como Yoennis Céspedes llega a
la gran carpa, de su salario millonario se le descuentan los gastos
ocasionados en su preparación. Reste todo lo que quiera, y al final,
pregúntenle a Céspedes si no está satisfecho con su paga.
Intentar frenar el éxodo de jugadores con el argumento de que no todos
llegan al estrellato, es insultar la inteligencia de un deportista.
Ellos son los primeros en reconocer que el deporte profesional no es
cosa de coser y cantar. Muchos de los que se marchan no son siquiera
atletas de primer nivel. Pero piensan en grande. Quieren ser libres,
firmar por clubes rentados y ganar un salario decoroso.
A ningún atleta se le debe negar la posibilidad de probarse. Si fracasa,
y si así lo desea, debiera permitírsele regresar a su patria. El régimen
del general Raúl Castro ve la contratación de deportistas como una
batalla solapada para descalificar el sistema político cubano.
Puede que haya algo de eso. Pero es un fenómeno que atañe al deporte
mundial. Cientos de futbolistas brasileños prueban fortuna en ligas
europeas. Unos triunfan, otros fracasan. Al retornar a Brasil, si
pueden, se contratan en clubes de su país. De lo contrario, deben
buscarse un oficio o profesión.
Quiéralo o no el gobierno de los Castro, el deporte es un negocio. Y los
atletas cubanos con calidad desean competir al más alto nivel. La vida
útil de un deportista es corta. En el béisbol, a los 38 ó 39 años,
todavía se pueden tirar unos cartuchos. En otras disciplinas pasado los
30 ya eres un veterano.
No es lo mismo jubilarse con una cuenta en el banco de unos miles de
dólares o euros, que retirarse sin siquiera una despedida pública, como
viene aconteciendo en Cuba, después de varios años de trabajo con niños,
cobrando un salario mínimo en una devastada aérea deportiva municipal.
Si el deporte en la isla anda de capa caída no es debido al acoso de los
"mercaderes" o scouts profesionales. El gran culpable es el régimen
verde olivo.
Al no autorizar a los deportistas que compitan libremente en un club
profesional, la única puerta que les deja abierta es la del destierro. A
día de hoy, las autoridades deportivas cubanas le están haciendo la
faena gratis a las sucursales de Grandes Ligas. O a la liga italiana de
voleibol.
Tantas deserciones han pasado factura al deporte cubano. En las
olimpíadas de Beijing quedamos en el lugar 22. En la cita londinense no
espere más.
Hasta el campeón de las vallas cortas, Dayron Robles, con solo 26 años,
piensa retirarse después de Londres. Y es que entrenar en condiciones
anormales y ganar sueldos miserables desalienta a las luminarias del
deporte en Cuba.
Por vez primera en 48 años, ningún equipo cubano de deportes colectivos
estará en unos Juegos Olímpicos.
Las deserciones prometen no detenerse. Y no es que en otras naciones
todo sea fácil para un atleta. Pero pueden ganar salarios decentes.
Algunas veces de seis ceros.
http://america.infobae.com/notas/53412-Deserciones-sin-fin-en-el-deporte-cubano
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