Wednesday, August 31, 2011 | Por José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) – Dios ordena las cosas, dirán
los crédulos. En tanto los dicharacheros puntualizan que aprieta pero no
ahoga. En cualquier caso, el hecho es que los ministros de la
Providencia en La Habana están intercambiando sus roles ante la dictadura.
La iglesia católica, su antagonista histórica, deviene de pronto aliada
para ciertos asuntos terrenales que más bien pertenecen a los predios
del diablo. Mientras los evangélicos, que estuvieron atados a lo cortico
por el régimen al menos durante las dos últimas décadas, se espabilan y
echan a andar, como Jesús resucitado, dispuestos por lo que parece a
rendir réditos a la justicia divina.
Son varios los pastores que en los últimos meses han sido sancionados
institucionalmente por brindar apoyo o simpatía a la oposición pacífica.
En particular, después de la muerte del activista evangélico Juan
Wilfredo Soto (pateado por los esbirros del régimen), se observa un
claro brote de escisión entre los adscritos al Consejo de Iglesias de
Cuba, sobre todo hacia el interior del país.
Por supuesto que los directivos de esa institución no solamente son
ajenos sino contrarios al brote, incluso son el instrumento que utiliza
el régimen para intentar neutralizarlo. Pero ello precisamente hace que
el fenómeno sea aún más interesante.
No caben especulaciones sobre una posible actitud de despecho o venganza
por parte del Consejo de Iglesias de Cuba, debido al protagonismo
otorgado por el régimen a los obispos católicos en algunas proyecciones
públicas. De hecho, cualquiera que sepa cómo funcionan las cosas en
Cuba, sabe que no podía ser otra la elección, no sólo por la influencia
internacional de la Iglesia de Roma, lo cual la presentaba mucho más
idónea para el caso, sino también por aquello de que no se puede ser
juez y parte, papel que le hubiese tocado a la alta jerarquía del
protestantismo, cuyas primeras figuras actúan aquí como funcionarios
gubernamentales.
Menos aún cabe la tontería que sostienen algunos con respecto al
mandamiento que exige a los protestantes abstenerse ante cuestiones de
la política.
A esa misma tontería, por cierto, le echan garra ahora sus directivos
para exigirles a los pastores que impidan a los disidentes predicar o
subir al púlpito dentro de los templos. Sería bueno preguntarles qué
hubiese respondido Martin Luther King ante la prohibición de que los
negros estadounidenses hablaran en su iglesia sobre la discriminación
que sufrían y sobre la necesidad, y el derecho, de enfrentar con medios
pacíficos aquel mal tan político como económico y social.
En fin, parece quedar claro que este amago de sublevación que hoy
desencadenan los pastores en la Isla responde a un verdadero postulado
como representantes de la conciencia del pueblo. Y es algo que contrasta
de un modo notable con la actitud de los ministros católicos. Más
aleccionador no podría resultar el contraste. Los coaligados se
distancian al mismo que tiempo que los esquivos se coaligan.
Verdaderamente, no hace falta ser muy crédulo para ver en ello la mano
de Dios.
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