Los intelectuales cubanos y el "pecado original"
Más allá de la discusión entre práctica oportunista y voluntad
revolucionaria, lo que definió la década iniciada el primero de enero de
1959 en Cuba fue la imposibilidad de que los escritores pudieran escapar
al debate político
Redacción CE, Madrid | 12/06/2017 9:47 am
El primero de enero de 1959, los intelectuales cubanos despertaron con
una noticia alegre que pronto se transformó en amarga: el triunfo de una
revolución en la que —pronto comenzarían a escuchar la reclamación hasta
el cansancio— ellos no habían hecho lo suficiente.
Ernesto "Ché" Guevara lo caracterizó con una frase lapidaria: "El pecado
original de los intelectuales cubanos es que no son verdaderos
revolucionarios". El poeta Roberto Fernández Retamar (asociado hasta ese
momento con el grupo Orígenes, formado por los escritores y artistas más
alejados de la realidad política y social) le dedicó un verso que
pareció sentido y luego resultó hipócrita: "¿Quién murió por mí en la
ergástula?".
A partir de ese día y durante años muchos escritores cubanos lucharon
—algunos con honestidad, otros dedicados a las apariencias— por librarse
de una carga que al principio adquirió la forma de culpa existencial y
terminó transformada en alabanza fácil, justificación oportunista o pura
cobardía.
El origen de la culpa hay que buscarlo en el siglo XIX, cuando surge en
la Isla un grupo de eminentes intelectuales que se destacan por su
lucidez y el deseo de evitar que tras la independencia de España se
repitieran en el país los errores que por entonces ya ocurrían en las
nacientes repúblicas hispanoamericanas. Su labor educativa fue enorme,
pero su "fracaso político" —no lograr librar a la sociedad cubana de los
males que anticiparon— marcó el destino de la nación.
El fracaso en la esfera ciudadana se justificó con la idealización
emocional: la imagen del poeta combatiente como símbolo del intelectual
sacrificado por el futuro del país. Basta un solo nombre para llenarla:
José Martí, pero hay ejemplos antes y después de la Independencia:
Carlos Manuel de Céspedes, Rubén Martínez Villena y Pablo de la
Torriente Brau, por citar varios de los más destacados.
Tras la república, muchos intelectuales entendieron la labor de educar
como un ejercicio diario, a través de la prensa, la radio y el libro.
Algunos rozaron el poder político o formaron parte de él, otros se
sintieron más a gusto en sus bibliotecas. Pero la mayoría limitó su
lucha al terreno de la confrontación cívica y ciudadana —aunque siempre
sin olvidar los nombres ya mencionados.
Que el intelectual viera relegado su papel en los aspectos políticos no
fue necesariamente una consecuencia negativa. Quizá todo lo contrario.
Más allá de la función de conciencia crítica, inherente al acto de
creación, la participación de los escritores y artistas en los medios de
gobierno —aun limitada a los aspectos de orientación— no solo ha
resultado en muchos casos errónea, sino incluso contraproducente y hasta
peligrosa.
Sin embargo, el fantasma del "fracaso" de los intelectuales cubanos del
siglo XIX —que al principio no había aprobado la lucha armada como la
vía hacia la independencia y terminaron sin poder imponer sus reformas—
volvió a repetirse en la segunda mitad del XX. La aspiración a una
evolución y no a una revolución terminó por convertirse en un "error"
del que había que renegar a todas luces.
De esta forma, muchos intelectuales cubanos terminaron siendo "más
revolucionarios" cuando precisamente lo fueron menos. Marcharon,
hicieron guardias y gritaron consignas. Pero demostraron una
complacencia mayor que nunca con el poder.
Pero más allá del debate entre hasta qué punto se impuso la práctica
oportunista y cuándo termino la voluntad revolucionaria, lo que definió
las primeras décadas del proceso revolucionario fue la imposibilidad de
que los escritores pudieran escapar al debate político.
No es hasta los años noventa que se abre la posibilidad de definir una
labor literaria al margen de la política, y asumir una posición que es
tanto un rechazo a la situación imperante en la Isla como un
establecimiento de jerarquías que deja fuera aspectos que deben
preocupar a todo ciudadano, pero que sobre todo debe ser respetada como
una opción personal.
Una y otra vez el papel del intelectual en la sociedad cubana vuelve
como un fantasma del pasado, y adquiere cierta urgencia a medida que
aumenta la incertidumbre sobre el futuro.
No se trata de confundir la labor del escritor con la del político. Un
peligro siempre presente en un país donde uno de sus mejores escritores
fue a la vez un héroe independentista y ha sido elevado a la santidad
nacional, en Cuba y en el exilio.
Pero responder a esta urgencia hace indispensable plantearse varias
preguntas que no tienen una respuesta fácil.
La primera es hasta qué punto el creador debe sacrificar la realización
de su obra frente a una situación transitoria. De nuevo el ejemplo de
Martí puede resultar contraproducente. La famosa frase del arte a la
hoguera no hay que seguirla al pie de la letra. De ser así, Cuba sería
un páramo cultural porque siempre han existido razones para el fuego. El
grupo Orígenes, tan fructífero en martianos, no siguió las palabras del
"Apóstol": más bien hizo todo lo contrario durante toda la tiranía de
Batista y en algunos casos y situaciones también tras el primero de
enero de 1959: se alejó lo más posible de las llamas.
Otra cuestión es el peligro de la manipulación en cualquier sentido. El
argumento —no pocas veces usado como justificación— es que los fines
políticos de ambos bandos no dejan de ser eso: fines políticos, medios
para alcanzar el poder.
A todo esto, se añade que la cultura la hacen los miembros de una
comunidad o un país, no un gobierno. Hay que diferenciar entre las
acciones individuales y las de un Estado. Apoyar a los mediadores
culturales del régimen es otra forma de apoyar al régimen, pero rechazar
en bloque a todos los creadores es menospreciar la cultura.
Queda también la necesidad de debatir una situación que no resulta fácil
de comprender fuera de Cuba, y cuya capacidad de asimilación comienza a
alejarse desde el día en que se sale de la Isla: el ambiente de
encierro, frustración y desesperanza en que viven quienes no abandonan
el país.
Las respuestas para algunas de estas preguntas vienen forzadas por las
mismas condiciones imperantes en Cuba en la actualidad. El intelectual
cubano —en la Isla y el exilio— no está obligado a definir su obra en
términos políticos, pero al mismo tiempo no debe eludir su
responsabilidad ciudadana. No es un problema político. Es una condición
moral.
Source: Los intelectuales cubanos y el "pecado original" - Noticias -
Cuba - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/cuba/noticias/los-intelectuales-cubanos-y-el-pecado-original-329676
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