¿Tender puentes o complicidad con el castrismo?
Si algo ha comprendido muy bien el régimen castrista, es la facilidad
con que se alcanza a convertir en intelectual a cualquier papanatas
José Gabriel Barrenechea, Santa Clara | 12/06/2017 9:59 am
Hace unos meses el filme Santa y Andrés, que anteriormente había sido
censurado del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano habanero, fue
excluido de la competencia en la 18ª edición del Havana Film Festival de
Nueva York. La razón por la que se adoptó esa medida, según la directora
del evento, Carole Rosenberg, estaba en la necesidad de tender puentes,
no romperlos: o sea, de no provocar las iras del régimen castrista, con
lo que no se ganaría más que provocar la ruptura de los lazos culturales
que con mil trabajos la institución referida ha tendido en los últimos años.
Lo cierto es que, de esa manera, cual ha quedado demostrado en más de 30
años de acercamientos amparados por semejante lógica, no se logra más
que hacerle el juego a la dictadura y su inteligente política de control
sobre la intelectualidad cubana, nunca tender verdaderos lazos
culturales con el pueblo cubano.
Al segregar a los intelectuales contestatarios o abiertamente
opositores, para no perder el contacto con los que permanecen bien
acomodados en el redil estatal, no se consigue más que estimular en la
intelectualidad cubana esa actitud acomodaticia, a la vez que se
desincentiva la asunción de una independiente (una actitud independiente
no implica necesariamente que quien la sostiene se oponga al régimen: es
este, con su total intolerancia a todo lo que escapa a su control, quien
iguala ambas actitudes).
En principio esta política de excluir a los intelectuales incómodos para
no molestar al régimen castrista se sostiene sobre una de estas dos
creencias: la neocolonial, de cierta izquierda occidental, según la cual
la nación cubana es incapaz de producir por sí misma nada más que formas
culturales primitivas, sea música popular, artes pláticas muy dadas a lo
sensual, cine de las ruinas o "literatura" folklórica, y nunca un
diverso, profundo pensamiento filosófico o político propio. Para estos
izquierdosos señores, cualquier pensamiento que en Cuba vaya más allá de
esa clara racionalización del autoritarismo paternalista que es en
definitiva el llamado "Enfoque Sur" de la señora Talía Fung, será
siempre un interesado trasplante a nuestro país, dictado por los
intereses de los centros de poder mundial, nunca un producto autóctono y
por tanto legítimo.
No parecen tener en cuenta los mencionados neocolonizadores de izquierda
que cuando alguno de esos centros de poder mundial no era todavía más
que un pantano inmundo en medio de bosques interminables, poblado por
rústicos y muy prosaicos políticos (tras cuya asunción a la suprema
magistratura la casa de gobierno solía quedar hecha una pocilga), ya en
esta Isla el padre Varela había anticipado con su filosofía electiva en
esencia todo el pensamiento de Paul Feyerabend, o que una generación
antes, capitaneados por Don Francisco de Arango y Parreño, los
ilustrados propietarios habaneros habían creado el sueño de la primera
nación que en puridad nació por completo bajo el imperativo de las ideas
liberales: la de nosotros, los cubanos, porque la americana en no poca
medida surge de los intereses coloniales por restringir el acceso al
mercado americano de los productos ingleses, más competitivos.
La otra creencia sobre la que se justifica esa política de exclusión de
la minoría contestataria y disidente, ciertamente menos ofensiva a
nuestro orgullo nacional que la de más arriba, es la consabida de que al
mantener los puentes abiertos a cualquier precio poco a poco se
conseguirá hacer mover a los muchos más que, por ahora, permanecen
apretujados en el redil gubernamental. En esta vertiente, la política
señalada se basa en un supuesto erróneo. El de pensar a la
intelectualidad cubana en los mismos términos, imbuida en similares
circunstancias que las de cualquier otra contemporánea: en esencia en la
idea de que la circunstancia en que vive el intelectual cubano le
permite anteponer sus principios éticos a la más burda necesidad de
mantenerse vivo, a sí mismo y a los suyos.
La nación cubana, de por sí muy poco poblada como para convertirse ella
misma en un mercado cultural rentable, no tiene al presente la capacidad
de alimentar a un sector intelectual de ciertas dimensiones, aun
modestas, por la pobreza extrema a que ha sido conducido el país. Una
intelectualidad solo puede vivir en la Cuba del Raulato de dos fuentes
principales de recursos: en primer lugar, de lo que el estado
post-totalitario castrista, que controla a la nación cubana como su
finca particular, quiera asignarles como grupo de lo que esquilma para
sus necesidades de sobrevivencia. Sobre todo, lo que quiera asignarles
por el prestigio que obtiene a los ojos de los observadores foráneos,
gracias a esa supuesta activa vida cultural, pero muy condicionada por
él, que fomenta su "desinteresado" mecenazgo.
En segundo, el intelectual cubano puede vivir de su personal
participación en la vida cultural de más allá de las fronteras nacionales.
En este escenario, si esa segunda posibilidad es puesta de una u otra
manera bajo el control indirecto de los comisarios político-culturales
habaneros, es evidente que solo quien esté dispuesto a marcharse a vivir
al desierto, alimentándose de bayas, insectos y agua de los charcos,
asumirá una actitud en realidad independiente ante el régimen castrista.
Pero además, esta política de mantener los puentes abiertos cueste lo
que cueste choca con la muy bien armada a lo largo de los años que, como
réplica a aquella, sigue hacia los intelectuales el régimen castrista.
Aunque no caben los absolutismos en este tema, es necesario destacar que
una parte considerable de la intelectualidad cubana oficial —o sea, no
enfrentada por el régimen (para este o se está con él, o contra él, no
hay posiciones intermedias posibles)—, es una creación suya. Personas
que han alcanzado a enseñar en una universidad, o a publicar en alguna
de las innúmeras editoriales que pululan en un país en que
contraproducentemente solo existen dos diarios nacionales de ocho
páginas, y que saben muy bien que tales logros "personales" se los deben
al régimen. Pero no, aclaramos, porque la pobreza económica de sus
orígenes les hubiera impedido alcanzar esos logros en otras
circunstancias político-sociales de la nación, sino porque su medianía
natural les habría imposibilitado llegar a semejantes estatus en unas
condiciones en que hubieran tenido que competir por alcanzarlos con los
naturalmente dotados para ellos. Ya que la realidad es que, sin el apoyo
de un Estado con interés en copar el ambiente intelectual de elementos
conscientes de su deuda de gratitud con él mismo, muchos de nuestros
intelectuales nunca habrían podido agenciarse ese título (en las
condiciones de la Cuba actual ser intelectual funciona de la misma
manera que un título de la baja nobleza cercana al poder, o sea, cortesana).
Ejemplos se sobran. Aparte de que es esta la explicación última de que
en Cuba tan pocos marxistas hayan pasado más allá de Manifiesto
Comunista, o literatos del primer capítulo del Quijote, solo recordaré
aquí uno de los más antiguos: El de aquellos muchachitos universitarios
a quienes Fidel Castro, en medio de una movilización militar, decidió
convertir en el nuevo Claustro de Filosofía de la Universidad de La
Habana. Es quizás el recuerdo agradecido hacia quien, en medio de una
conversación en que como siempre Fidel Castro no dejó hablar a nadie
más, los sacó a dedo de un gris destino de ingenieros, funcionarios o
profesores de poca monta, para convertirlos en los ideólogos de una
Revolución iconoclasta, lo que le impide a personajes como Fernando
Martínez Heredia o Aurelio Alonso adoptar una posición honesta ante el
sistema político cubano actual. Que de manera evidente ni es heredero
del pensamiento de Marx, ni tampoco puede llamarse nacionalista por el
daño profundo que le causa a la nación.
Si algo ha comprendido muy bien el régimen castrista, tan interesado en
mantener bastante colmada una vitrina de floreciente vida cultural hacia
las avenidas foráneas, es la facilidad con que se alcanza a convertir en
intelectual a cualquier papanatas. En general dentro de los marcos de un
discurso oficial muy estrecho, avocados "a la defensa de la nación
frente al Imperio", empeñados "en la lucha por la autodeterminación de
los pueblos y la liberación de los oprimidos", y claro está, enzarzados
"en la lucha contra la banalización cultural", todo ello memorizado de
carretilla y bien sazonado con los gestos, aspavientos y carantoñas que
desde infantes aprendemos en los actos revolucionarios de la escuela
(Abel Prieto al parecer nunca faltó a uno), no se necesita mucho para
pasar por intelectual ante cualquier ojo u oído foráneo. Basta con
cierta cultura promedio y algunas habilidades sociales que nunca nos
faltan a los cubanos. Pueblo que por situado en una de las encrucijadas
de los caminos mundiales nos habituamos desde chiquitos al trato social
cosmopolita, y por herencia andaluza a la picaresca, con lo que también
somos capaces de engatusar al más pinto. Y es que incluso lo mucho que
tal "intelectual" ignore de su Zeitgeist será justificado por su
interlocutor foráneo como el resultado de la cultura diferente, enfocada
en más cardinales asuntos, de un pueblo más próximo a los valores más
esenciales: Que, para reubicar al Buen Salvaje en esta Isla utópica, en
esta Ciudad del Sol poblada de mulatas complacientes y parientes
solícitos, los intelectuales occidentales se pintan solos.
El régimen, por tanto, siempre tendrá la capacidad de ocupar las plazas
de quienes sean expulsados de la UNEAC, o sean segregados de los
espacios oficiales, porque además dispone de un amplio ejército de
reserva del cual sacar los reemplazos, entre los no pocos aspirantes al
mencionado título de nobleza inferior: el estatus de intelectual. Con lo
que siempre habrá ante gentes como la señora Carole Rosenberg un
numeroso conjunto de intelectuales a los que no se deberá renunciar en
la labor de tender puentes, solo por mantener en cambio los contactos
con los siempre minoritarios contestatarios o disidentes, y así la de
nunca acabar.
Y es que el castrismo no nació ayer. De hecho, por estos días se cumplen
56 años de su primer encontronazo de envergadura con los intelectuales;
y de tantos palos en algún momento tenía que comenzar a aprender (¡el
otro día encontré a un seguroso exultante de orgullo por haberse leído
la entrada de Erich Fromm en la Wikipedia!, sin embargo, lastimeramente
el pensamiento humanista del filósofo y psicólogo alemán no había
logrado hacerse un lugar en aquella limitada y obtusa mente).
Es necesario aclarar que si la política de mantener los puentes abiertos
se justifica en el caso del comercio o de las relaciones
institucionales, ya que a quienes participan de parte del régimen en
esos intercambios esa apertura siempre termina por abrirles los ojos, al
hacerlos entender que una evolución positiva de esas relaciones resulta
ineludible para el propio mejoramiento de sus personales condiciones de
vida en un futuro inmediato, no ocurre lo mismo con las relaciones
culturales: La intelectualidad cubana oficialista sabe muy bien que
nunca vivirá mejor que bajo las condiciones actuales.
Bajo el régimen castrista la intelectualidad oficial tiene de entrada
asegurado el monopolio del mercado cultural cubano, gracias al
aislamiento que a la nación cubana impone el Estado post-totalitario.
Semejante monopolio le asegura por sobre todo los considerables
subsidios del Estado castrista, y que en realidad sirven para pagar una
obra sin mercado entre los consumidores cubanos presentes. Porque para
hablar con propiedad, los subsidios no solo tienen como objetivo
convalidar la pobreza del mercado cultural en cuestión, sino por sobre
todo la necesaria no coincidencia entre la jerarquía de los temas que
más preocupan al cubano presente y la de los tratados por nuestros
intelectuales. No coincidencia imprescindible para la estabilidad de un
Estado totalitario que pierde poco a poco su poder de control social,
pero que por otro lado tampoco desea deshacerse del prestigio y la
legitimidad que ante los observadores foráneos le reporta el mantener a
su sombra una amplia capa intelectual.
Si se relee con cuidado muchas de las intervenciones en el pasado
Congreso de la UNEAC, y por sobre todo las discusiones en la base que
antecedieron al mismo, se comprobará que es en esta dirección de
conservar el monopolio sobre el mercado cultural cubano, y el
consecuente aseguramiento del subsidio oficial, que se mueve el interés
de la inmensa mayoría de los intelectuales oficialistas. En este sentido
no hay nada de altruismo detrás del interés por el Estado del gusto de
las grandes mayorías cubanas, sino simple cálculo egoísta.
Pero además, si no el monopolio, bajo el régimen castrista y su contra
política de chantaje, sobre la base del minado o no de los puentes, la
intelectualidad oficial alcanza a disfrutar de las preferentes
posibilidades que brinda la ya mencionada política foránea de
acercamiento, que por el contrario pretende a toda costa no permitir que
se dinamite aquellos. De este modo un sector de la intelectualidad
oficial llega a tener un acceso preferencial a otros mercados
culturales, que le permite a muchos que en condiciones normales nunca
conseguirían ni tan siquiera señalarse en los mismos, obtener de cuándo
en cuándo cuotas mínimas de participación en ellos; e incluso y sobre
todo beneficiarse del subsidio foráneo, gubernamental o no, que, aunque
despreciable visto desde afuera, permite en una Cuba empobrecida vivir
muy por encima de la media.
De hecho, para aprovecharse de esas preferencias, ayudas y subsidios ya
el intelectual cubano ha desarrollado toda una serie de habilidades
camaleónicas que le permiten mantenerse dentro de la oficialidad, y sus
no despreciables recursos, a la vez que sin tener que renunciar a lo que
pueda pescar en el afuera cultural de la nación cubana (incluso en Miami).
Hay así al presente todo un partido intelectual de la "defensa de la
cultura nacional", asaz ambivalente, por no decir ambiguo, en que lo
único que en verdad se defienden son las fuentes de subsistencia, entre
ellas los frecuentes viajes al exterior o los "regalitos" y "ayuditas"
de intelectuales amigos exiliados.
Un pensamiento al parecer copiado del de mantener abiertos los puentes a
cualquier costo, en que el intelectual, supuestamente crítico, acepta
callar en los espacios públicos con tal de que no se los separe de
ellos, para así evitar que otros peores que él, de mentalidad más
retrógrada, lleguen a ocuparlos en su forzada ausencia. Un camino que,
no obstante, convierte en indistinguibles al intelectual verdadero de la
creatura gubernamental, y por el que no solo se termina por callar ante
las peores aberraciones del régimen, sino que cuando este constriñe
también se acaba por entregarle la firma en apoyo de desde exclusiones o
recogidas de libros, hasta de fusilamientos.
Source: ¿Tender puentes o complicidad con el castrismo? - Artículos -
Opinión - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/tender-puentes-o-complicidad-con-el-castrismo-329682
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