El Ángel Exterminador
FRANCISCO ALMAGRO DOMÍNGUEZ | Miami | 22 de Abril de 2017 - 08:48 CEST.
Luis Buñuel definitivamente debería haber filmado en Cuba. Material
sobraba y todavía sobra. No le hubiera hecho falta escribir uno de sus
rocambolescos y enigmáticos guiones; bastaba un hecho nimio, tal vez tan
común como este, el derrumbe de una escalera en Centro Habana.
En su famosa película de 1962, El ángel exterminador, Buñuel sitúa un
grupo de burgueses mexicanos en una habitación tras asistir a una ópera.
Los hombres y mujeres de la alta sociedad comienzan compartiendo copas y
refrigerios en un ambiente relajado. De pronto se encuentran atrapados,
sin poder salir del lugar y sin saber qué se los impide. Maestro de la
incertidumbre y los significados múltiples, el director aragonés pone al
espectador en un estado de angustiosa perplejidad: ¿por qué no escapan
de allí?, ¿qué los limita a atravesar la puerta?
Pero esta vez no se trata de ricachones mexicanos sino de humildes
habaneros, inquilinos de un edificio de diez pisos situado en la esquina
de San Miguel y Amistad, en Centro Habana. La noticia no es el derrumbe
en sí, pues se calculan entre dos y cinco viviendas colapsadas en la
capital tras una intensa lluvia. Dos tercios del fondo habitacional
cubano necesita reparación parcial o total, para no hablar de las
violaciones de la seguridad de las viviendas, la mayoría motivadas por
el hacinamiento de hasta tres generaciones bajo el mismo techo.
La noticia, es decir, lo notable, son dos detalles: uno, que la escalera
del edificio fue lo que colapsó, y solo de manera parcial, del piso
tercero hacia abajo. De esa manera, quedaron atrapados los vecinos del
tercero hacia arriba. Pero del quinto al sexto piso la escalera se
despegó de la pared; la evacuación debía hacerse a partir de tal altura.
Entonces, el segundo detalle notorio: con la escalera de los bomberos en
las ventanas, la gente no quería salir de un edificio que tal vez podía
venirse abajo.
Para un espectador no buñueliano, no cubano, la sorpresa podría ser
doble: las escaleras suelen ser una parte resistente de los edificios,
al extremo de recomendarlas como refugios para bombardeos y terremotos.
Uno: ¿cómo pudo colapsar una parte y no toda la estructura? Dos: ¿cómo
un ser humano prefiere ser sepultado por un derrumbe antes de abandonar
una simple habitación?
La primera incógnita es relativamente fácil de explicar. La parte de la
ciudad donde se produce el hecho lleva construida entre 80 y 120 años.
La expansión de La Habana extramuros se aceleró a finales de la Colonia.
Las obras que flanquean el Paseo del Prado son portentos de fina y
ecléctica arquitectura en la bisagra temporal del XIX y las primeras
décadas del siglo XX. La explosión constructiva hizo emplear
materiales disponibles en la época, algunos hoy poco recomendados. Pero
con un mantenimiento oportuno, los inmuebles hubieran resistido el clima
húmedo y salitroso del Caribe.
Los vecinos han dicho que el edificio de diez pisos llevaba años sin
elevador. Es de suponer que la escalera aguantó durante mucho tiempo
personas y animales de todo tipo, escaparates, bicicletas, mudanzas,
peleas, chismes, vigilantes y cuanta cosa fuera preciso subir y bajar.
No pudo más y dijo hasta aquí. Lo hizo a la usanza de una antigua dama
habanera: por pedazos.
Y de esa forma tenemos la segunda escena buñueliana: las personas
atrapadas en los pisos superiores no querían ser salvadas, se negaban a
salir del edificio. Gritaban desde las ventanas que se iban a quedar
allí. La explicación, esta vez, es un poco más compleja.
Al no haber un fondo habitacional para cubrir las necesidades, cada vez
mayores por los desmoronamientos de estructuras frágiles, y la
sobrepoblación en las ciudades, las familias permanecen años en moteles
convertidos en albergues, donde el hacinamiento y otros asuntos mundanos
amenazan la salud mental y física de quienes los habitan. Los moteles,
conocidos en Cuba como posadas, eran lugares donde las parejas furtivas
y también las hacinadas tenían relaciones íntimas.
Un amigo me dijo un día que al quitarles a los cubanos las posadas, era
el régimen quien iba a colapsar. Pero parece que el vaticinio no se
cumplió. Otros lugares menos ocultos habrán encontrado las parejas
cubanas para intimar. Ya apenas posadas quedan en La Habana. ¡Un réquiem
por la famosa 11 y 24 del Vedado, cuyas paredes tantas cosas ocultaron!
Los atrapados en el edificio saben muy bien, al contrario de los
opulentos mexicanos, lo que les espera cuando bajen por la escalera de
los bomberos. Lo mejor que les pudiera pasar es ser integrados al nuevo
plan de terminar casas a medio hacer que por miles se pudren por la toda
la Isla. Un proceso que parece una concesión humanitaria y al final es,
simplemente, admitir que el Estado y la centralización de la economía
son incapaces de satisfacer las necesidades cada vez más crecientes de
la sociedad.
A esos inquilinos de los pisos superiores la escalera de los
rescatadores les da miedo. No pueden atravesar la ventana. Prefieren
morir sepultados por el pasado en ese añoso edificio a un invivible
futuro prometido. No le hará falta, como a Buñuel, pasar un enorme oso
negro frente al inmueble para engañar al público. Ellos saben bien quién
es el Ángel Exterminador.
Source: El Ángel Exterminador | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1492792640_30557.html
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