"Ich bin ein Kubaner"
La historia está llena de muestras magníficas de oratoria exquisita por
líderes de naciones que decoran los libros de la historia, pero son
huérfanos en cuanto a producir consecuencias fructíferas
Julio M. Shiling, Miami | 31/03/2016 11:40 am
En la conmemoración del decimoquinto aniversario del bloqueo de Berlín
por parte de la Unión Soviética y menos de dos años de la imposición del
infame muro, John F. Kennedy ofreció uno de los mejores discursos de un
presidente moderno. Ich bin ein Berliner ("Soy un berlinés" o "Soy
ciudadano de Berlín") fue como se llegó a conocer esta alocución
estupenda que ofreció en el Rathaus Schöneberg, el ayuntamiento de
Berlín libre (Occidental). Para una nación dividida por la fuerza por
los ocupadores comunistas que nunca quisieron dejar de ocupar, la
denuncia de Kennedy ese 26 de junio de 1963, fue como música a los oídos
de los amantes de la libertad. Quedaron como sólo palabras hermosas e
inspiradoras, carentes de un resultado concreto.
La historia está llena de muestras magníficas de oratoria exquisita por
líderes de naciones que decoran los libros de la historia, pero son
huérfanos en cuanto a producir consecuencias fructíferas. No es que la
buena intención no haya estado. El problema es que la maquinaria brutal
de determinados regímenes absolutistas y sus visiones particulares de
cómo debe de regir los destinos de sus súbditos, rara vez escuchan
sermones que no vengan acompañados por voluntad y acción proactiva.
Ciento cinco años antes, probablemente el más grande de los presidentes
norteamericanos, ofreció un discurso estelar delante de más de mil
delegados republicanos reunidos en Springfield, Illinois, para elegir su
candidato senatorial. Abraham Lincoln, dos años antes de ser elegido
presidente, alertó a sus conciudadanos en su alocución "Una casa
dividida contra sí misma no puede sostenerse". Lincoln refiriéndose
obviamente a la imposibilidad de que los EEUU permaneciera mitad libre y
mitad esclava, o sea, una parte del país tolerando la esclavitud y la
otra no, pronunció este discurso polémico y profético, con un pulso
firme sobre lo moral y lo inaceptable.
El décimo sexto presidente de la unión norteamericana no sólo ofreció
palabras rectas y éticas. Lincoln supo resistir una presión draconiana,
por parte de su partido, de su administración, del congreso, de la
prensa y de una buena parte de los votantes estadounidenses, para que
pactara una paz con la Confederación del Sur a cualquier costo. La noble
resistencia del mandatario estadounidense, pese a ser considerado el
mejor orador que escribía sus propios discursos, nos dejó no sólo una
rica gama de discursos fenomenales, entre ellos están: el Primer
Discurso Inaugural (1861), el Discurso de Gettysburg (1863), el Segundo
Discurso Inaugural (1865); sino tenía la voluntad, el valor y la brújula
moral que hacía falta para concretar las palabras en hechos.
Veinticuatro años después de las palabras de Kennedy en Berlín, Ronald
Reagan pronunció parado frente a la Puerta de Brandeburgo, uno de sus
discursos más conocidos donde retó a la URSS a que "Derrumbara este
muro". Reagan, como Lincoln, acompañó su retórica con una política
exterior proactiva. Habló firme, pero actúo aún con más decisión. De
1981 a 1989, plasmó el curso de su agenda anticomunista y prodemocrática
en una serie de Directivas de Decisión de Seguridad Nacional ("National
Security Decision Directives").
Estas instrucciones ejecutivas fueron diseñadas para expresar y marcar
los objetivos del presidente a las oficinas de la defensa, la
inteligencia y los Asuntos de Seguridad Nacional. En su totalidad, hubo
trescientos veinticinco de estas directivas presidenciales. Entre las
más impactantes en demoler el experimento macabro de Lenin en Rusia
fueron los números 12, 17, 32, 37, 66, 75, 77, 124, 170, 235 y 274. La
verdad fue que Reagan no dejó nada al chance. Desafió a Gorbachov con su
discurso muy diplomáticamente, sí. Eso es totalmente cierto, pero no es
menos cierto que ya para 1987 (el año del discurso insigne), su política
de revertir la malignidad roja había causado daños letales.
Obama acaba de pronunciar en su gira por América Latina, sendos
discursos, hablando en un sentido estrictamente de capacidad de la
oratoria. Muy parecido a Kennedy, este posee dones innegables para la
articulación pública. Como el primer presidente católico, este primer
presidente de la raza negra, reúne una serie de cualidades a la hora de
abrir la boca que le ha servido bien. Lamentablemente, tanto Kennedy
como Obama, unen características de otros dos presidentes con mucho
menos brillo a la hora de hablar: Jimmy Carter y Richard Nixon.
Compilan, como Carter, una alta dosis de ingenuidad acerca de la
naturaleza de dictaduras apocalípticas. De Nixon, comparten su mal
sentido de un pragmatismo obtuso. Estilo sin una política consensuada
con un entendimiento real de la esencia y la maquinación de los enemigos
más viles de la libertad, le faltó a Kennedy y le falta a Obama. Mucho
estilo y poco sustancia.
No se puede negar que Obama tuvo momentos estelares en sus
pronunciamientos. Su referencia a lo que Cuba transnacional ha hecho en
su capital, Miami, estuvo para alquilar balcones. La clase sobre la
democracia que impartió al Partido Comunista de Cuba también fue,
pedagógicamente hablando, interesante. El momento que hizo referencia a
la importancia de recordar, de en efecto no olvidar para poder
reconciliar, también estuvo genial. Lo único que esta última parte lo
dijo en Buenos Aires y no en La Habana. Qué pena que en Cuba aboga por
la amnesia. Obama tiene una visión peculiar de realpolitik: darle todo
lo que pide el régimen castrista, pedir nada a cambio y dejar a los
cubanos a que solos enfrenten la dictadura más duradera y brutal del
Hemisferio Occidental. ¡Tremendo reto el de los cubanos! Gracias, pero
no gracias por sus palabras Obama. El castrismo con la retórica solo, no
se cae.
Source: "Ich bin ein Kubaner" - Artículos - Opinión - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/ich-bin-ein-kubaner-325240
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