La fascinante atracción de la miseria
"Los americanos son los mejores clientes: siempre pagan, dejan las
mejores propinas, no molestan y son amigables"
lunes, noviembre 16, 2015 | Miriam Celaya
LA HABANA, Cuba.- El escándalo de pitos y sirenas rompió los sonidos
habituales de la avenida Carlos III, una de las arterias más transitadas
de la ciudad, y los transeúntes se detuvieron para descubrir la causa de
tanta algarabía.
Una flotilla de viejos automóviles descapotables, los célebres "clásicos
de lujo" de los años 50 del pasado siglo, desfiló ante la vista de los
habaneros sudorosos bajo la tarde tórrida de este noviembre ardiente.
Sobre la media docena de lustrosos autos, puñados de turistas sonrientes
y felices saludaban a la gente agitando las manos, mientras tomaban
fotografías y filmaban todo a su alrededor. Las banderitas acompañantes
del desfile no dejaban lugar a dudas: eran "americanos", y parecían
fascinados con el escenario jurásico de una ciudad mitad ruinas, mitad
leyenda, que hasta hace muy poco tiempo les estaba prohibida. Tras el
paso del inusual jolgorio rodante que siguió su ruidoso curso avenida
arriba, hacia la boscosa Quinta de los Molinos, la rutina cubana retomó
su ritmo sin más variaciones.
El incidente, sin embargo, es un buen pretexto para verificar una
tendencia en ascenso: en los últimos meses la presencia de visitantes
estadounidenses se ha vuelto cada vez más frecuente. Suele vérseles por
plazas, calles y parques en grupos, en parejas o en solitario, pero de
alguna manera los cubanos los distinguen desde una primera ojeada.
Porque con o sin banderitas, ellos tienen un halo indiscutiblemente
americano que se delata no solo en su forma de vestir y en las
peculiares inflexiones del idioma –ya sea su inglés o un recién
aprendido español– sino en ese aire confiado, en el interés que parece
despertarles cada detalle del entorno, y muy en especial su disposición
a relacionarse directamente con los nativos.
Diríase que hay una empatía espontánea entre estos nuevos descubridores
de una isla mítica –con un clima siempre veraniego, playas de finas
arenas y tibias aguas cristalinas, gente amigable y sencilla– y los
isleños. Ellos vienen a conocer el último reducto agónico del ya
fenecido comunismo de Europa del Este, el espacio vedado por más de 50
años, el país de las personas risueñas y felices que, no obstante, están
protagonizando una invasión silenciosa por aire, mar y tierra de su
recién recuperado amigo norteño.
"¡Que vengan más!", me comenta mi amigo Roberto, un cubano emprendedor,
veterano de la guerra de Angola, que hace años se dedica al alquiler a
extranjeros y que también abrió un pequeño restaurante (paladar) de
comida criolla para redondear las ganancias. Su pequeño emporio familiar
radica en La Habana Vieja, donde ha vivido toda su vida. "Los americanos
son los mejores clientes: siempre pagan sin problemas, dejan las mejores
propinas, no molestan y son amigables", me dice. Y añade, "desde que
empezaron a venir (un amigo le envió desde EE UU su primer cliente
americano) he tenido cubiertas con ellos las dos habitaciones que rento.
Estoy pensando en ampliarme o en invertir en otro apartamentico, porque
si vienen en familia ellos prefieren independencia y privacidad, no una
o las dos habitaciones con baños que tengo".
El negocio de alquileres es uno de los más rentables, a pesar del asedio
de inspectores y del monto de los impuestos. En realidad, la carga
impositiva ha disminuido un poco en comparación con años anteriores,
pero persisten reglas abusivas que impiden mayores ganancias a quienes
se desempeñan en este renglón, como es el cobro de un impuesto fijo
tengan o no huéspedes, o la arbitraria suma por "sub declaración" que
les han comenzado a aplicar desde el cierre del año 2014.
Por eso Maritza alquila por la izquierda, enfrentando los riesgos. "Yo
empecé hace poco, cuando anunciaron lo del restablecimiento de
relaciones y empezaron a venir más yumas… Porque todo el mundo sabe que
en realidad ellos ya estaban viniendo a Cuba hace rato. Mi prima, que es
guía de turismo en Varadero, me contaba que venían paquetes enteros de
americanos en vuelos chárter de esos, y que dejaban mucho dinero. Así
que cuando empezaron a llegar en viajes personales, con los permisos que
da (Barack) Obama, le dije a mi prima que yo quería ponerme a alquilar
un cuarto en mi apartamento, en Centro Habana, y ella me conectó con mi
primer cliente. Después de eso he tenido algunos más. No muchos, la
verdad, pero parece que eso va a seguir".
Otros cuentapropistas dedicados al mismo negocio en distintas partes de
la ciudad o las decenas de restaurantes familiares y de sociedades
relativamente autónomas, también se frotan las manos con la idea de una
potencial afluencia de turismo americano, "el mejor". Sin que hasta
ahora se hayan producido cambios palpables al interior de Cuba y la
situación de la mayoría de los cubanos fluctúe entre mal y peor, ya
mucha gente hace planes para una hipotética oportunidad de sacar alguna
ventaja de la marea americana que, según prevén, se avecina.
"El gobierno no tiene capacidad para alojar y darle comida a todo el
turismo que entrará de la Yuma si por fin se acaba el bloqueo. Ni con
todos sus hoteles juntos", asegura Yordi, quien hace unos años abrió
junto a su hermano un bar-restaurante que ha pasado por tiempos
difíciles, pero ha logrado sobrevivir los embates de un sistema hostil
al sector privado. "Nosotros vamos a invertir ahora todos los ahorros y
vamos a 'tunear' esto para ponerlo a la altura. Los yumas gastan, pero
hay que darles un servicio de calidad. Si los complaces, vuelven y
también te mandan a sus amigos cuando vengan a Cuba. ¡Y nosotros a ganar
buen dinero!".
Sonrío, contagiada por su entusiasmo, y le pregunto a Jordi qué piensa
hacer con todo el dinero que aspira a ganar. Él se sorprende ante lo que
parece considerar una pregunta tonta. "¡Cómo que qué voy a hacer! ¡Irme
echando pa' la Yuma…! ¿Para qué más querría mucho dinero? ¿Tú crees que
este país tenga futuro? No, a mí no me coge la rueda que cogió a mis
viejos… ¡De eso nada!".
Camino de regreso hacia mi casa y me cruzo con otra caravana de
visitantes americanos. Esta vez vienen en cinco bicitaxis que circulan
por la calle Zanja, quizás desde las calles aledañas al Capitolio. Van
también alegres y animados, toman fotografía de todo y de todos,
mientras los transportistas pedalean afanosos, tracción animal en plena
capital cubana, en pleno siglo XXI. Porque para los deslumbrados
visitantes es igual moverse en viejos automóviles de pasados tiempos de
gloria que en estos artefactos de inspiración asiática, herencia tardía
del castrocomunismo decadente. Definitivamente en Cuba todo es folclore…
Incluyendo la miseria.
Source: La fascinante atracción de la miseria | Cubanet -
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