Represión, Opositores, Cambios
Perspectivas de la democratización: Dos cursos de acción
El comunismo asiático, con sus casos emblemáticos de China y Vietnam, ha
dado evidencias del error que constituye el aplicar un molde
conciliatorio con el totalitarismo
Julio M. Shiling, Miami | 27/11/2013 9:38 am
La neutralización de toda coordinación opositora es una tarea
obligatoria y prioritaria del despotismo. Diferencias cualitativas
agudizan esa promoción de ineficacia. Las dictaduras de dominación total
presentan un problema considerablemente más profundo a las ansias de
democratización. Estas diferencias han sido, por lo general, ignoradas
en cuanto a los formularios democratizadores que se han implementado o/e
intentado. Las campañas más exitosas en promover la democracia dentro de
regímenes no-democráticos y las que han sido un fracaso, dan testimonio
de nuestra aseveración.
Factores internacionales presentados como conflictos o/y guerras,
acontecimientos regionales, procesos de descolonización, alianzas,
corrientes de solidaridad, intereses multinacionales, acuerdos
comerciales, etc., han influenciado notablemente la exitosa
materialización de cambios de regímenes desde que se graba la historia
(directa o indirectamente). El advenimiento de la democracia, como
modelo socio-político operacional, capturó muy rápido la imaginación
global. Su aplicación, sin embargo, ha tenido un camino más tortuoso. La
ejercitación democrática se ha propagado más en la discursiva, la
imaginativa y lo teórico que en la práctica concreta. Más de dos siglos
y un cuarto después de que la revolución estadounidense y la francesa
marcaron la entrada de la democracia funcional moderna, existe sólo una
tercera parte del mundo con democracias plenas establecidas. Un gran
número de politólogos se han referidos a las corrientes históricas que
vienen reflejando como olas, las inclinaciones hacia la democracia.
Esta noción tuvo a Samuel P. Huntington como su original promotor. El
célebre politólogo norteamericano, postuló en un libro que publicó en
1991, que ha habido tres olas[1] (hay quienes argumentan que la
Primavera Árabe es la cuarta). La idea de conceptualizar el proceso como
olas obedece a que este fenómeno marino viene con manifestaciones de
reflujos (tipificados en el caso de Huntington como reversiones), lo que
facilita la visualización de los casos que no lograron perdurar como
democracias. Según la premisa consensuada (pero no sin críticos), la
primer ola ocurrió a principio del siglo XIX y duro hasta 1922. Esta ola
vio el florecimiento de veintinueve democracias, de la cual, tras el
reflujo vinculado, hacia 1944 sólo quedaban doce. La segunda ola abarcó
el periodo de 1945 a 1962. Esta segunda agrupó, según la propuesta de
Huntington, treinta y seis democracias, de las cuales seis fueron
revertidas, dejando la suma de treinta democracias consolidadas. La
tercera ola, surgida en 1974, trajo un saldo de más de cien democracias
en determinados momentos. No existe un consenso en cuanto al arribo del
reflujo final de la tercera ola. Algunos apuntan al año de 2002 (ataque
del 11 de septiembre) como ese punto. Este periodo incluyó el gran
proceso de democratización en Europa del Sur, América Latina y Asia de
las décadas de 1970 y 1980. También incorpora la caída del comunismo
soviético que repercutió en Europa Oriental y la extinta Unión Soviética
a finales de la década de los años de 1980 y 1990. Esta tercera ola ya
ha demostrado su faceta de reversión democrática cualitativa.
El punto aquí no es debatir los méritos o no de la propuesta de
Huntington y su utilización generalizada en el entorno académico libre.
Lo concreto que se puede extrapolar de la tesis, es el hecho de que el
proceso democrático referenciado en ese periodo (formalizado o
incipiente), ha visto una reversión significativa al despotismo (o
fuertes trazos de la misma). Aquí es donde unimos la base de este libro
enfatizando el diferencial cualitativo de dictaduras, como punto de
partida a priori, para ejecutar premisas democratizadoras apropiadas al
modelo en cuestión. Es como buscar la receta exacta para el mal
respectivo. Postulamos que la reversión que se ha vivido en los países
que abandonaron el despotismo en las décadas de 1970 a 1990, regresando
a estructuras políticas no-democráticas, puede reflejar fallos en la
apreciación previa del modelo dictatorial. Estos errores de cálculo han
sido cometidos tanto por las democracias que se han interesado en
promover la propagación democrática, como por los actores políticos
autóctonos dentro de esos lugares donde el despotismo fue derrumbado.
Existe una generosa cantidad de transiciones democráticas que se
frustraron. De los veintiocho Estados que declararon haber dejado el
modelo comunista soviético en 1991, trece años más tarde, en el 2004,
sólo ocho se podían identificar como regímenes democráticos (la
República Checa, Polonia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Eslovenia
y Croacia). La absorción de la antigua Alemania Oriental por la
República Federal de Alemania (antigua Alemania Occidental) también
forma parte de este grupo exitoso, aunque no la mencionamos por su forma
excepcional de adoptar la democratización. El sombrío record que la
matemática revela en el caso del ex bloque soviético, da mérito a
nuestro planteamiento. Por una parte, la deficiencia medida por la
fomentación democrática exitosa de algunos y, por otra, las reversiones
de procesos de transición (o prometedor), requieren del examen cuidadoso
de los dos modos con que el mundo libre y los movimientos políticos han
intentado promover la democratización.
Básicamente se ha seguido un curso conciliatorio o uno de confrontación.
La estrategia conciliatoria busca por medio del intercambio comercial y
de acuerdos políticos, alcanzar la cooptación del régimen no-democrático
y atraerlo al campo de la democracia. Promueve una coexistencia donde se
aceptan las normas dictatoriales y no se cuestiona la legitimidad del
régimen. Esta posición se sustenta en numerosas premisas que incluyen la
teoría de modernización. Politólogos como Seymour Martin Lipset, han
sostenido que los cambios sociales que produce la modernización,
concuerdan con la presión poblacional para el establecimiento de la
democracia.[2] Varias justificaciones racionalizan esta política hacia
la dictadura como medio democratizador.
Se cree que los lazos comerciales establecen una supuesta
interdependencia. El incremento de la riqueza nacional produce una
subsecuente elevación en el estándar de vida de la sociedad. Esto, se
espera, estimularía la cúpula dictatorial a sentirse segura y buscar
acomodar una apertura política. Se considera con esta premisa que la
sociedad civil, agente indispensable en cualquier democracia, recogería
fuerza y haría una contrapresión al oficialismo despótico. Otra noción
promovida es que buenos lazos comerciales forjarían una efectiva campaña
de relaciones públicas que sobrevolaría la censura dictatorial y
estimularía un reclamo popular del cambio. También se apuesta a que
voces moderadas dentro del régimen no-democrático, podrían romper el
tímido silencio e iniciar un carril de pacto con la oposición,
persuadiendo a los duros a transitar hacia la democracia.
La creencia subyacente detrás de la metodología conciliatoria, termina
reposando siempre en que la democracia será el producto final de buenas
relaciones de negocios, de un trato amistoso con el mundo democrático y
de una mejoría material en la calidad de vida. La fórmula de la
confrontación es diametralmente opuesta. La misma presupone un repudio
del régimen democrático hacia el no-democrático. Moralmente, el mensaje
es claro. Esto difiere de la postura ética de la estrategia
conciliatoria que puede, por un lado, criticar a la dictadura por
violaciones a derechos básicos y, a la misma vez, intercambiar
mercancía, otorgar créditos, promover inversiones, etc. La línea de
enfrentamiento no permite ambivalencias morales en su posición. El
dominio dictatorial, bajo esta postura, no es reconocido como legítimo
en su reclamo del poder político. La confrontación será manifestada en
diversos modos.
Presente siempre en la metodología de confrontación, está la amenaza
bélica. Esta puede ser directa, indirecta o imaginaria más que real. El
ostracismo es otra arma poderosa para facilitar la caída del régimen
no-democrático. Esta intención se despliega en foros internacionales,
instituciones financieras, organismos comerciales, etc. Naturalmente,
las relaciones comerciales relevantes con el mundo libre estarían fuera
de consideración, siendo eso una inmerecida premiación. Una estrategia
de enfrentamiento comercial genuina, requeriría la extensión de embargos
y sanciones a proporciones internacionalistas entre los aliados
democráticos. La idea es simple. Para una dictadura, sobre todo las
totalitarias, los costos de mantenerse en el poder por la fuerza,
resultan en una enorme suma de dinero. Elevar el costo operativo del
régimen despótico, busca negarle a los órganos represivos los fondos
necesarios para conducir su trabajo: el de inhabilitar la coordinación
política de la oposición. La metodología referenciada al confrontar la
dictadura en numerosos frentes, busca allanar la alternativa de un
cambio sistémico, preferiblemente, desde adentro. La vía violenta de una
rebelión o de un golpe de Estado, no son las únicas alternativas
viables. También se aspira a romper el cerco monolítico de la élite
gubernamental e iniciar una liberalización integradora del sistema
político, no sólo del lado económico. Una salida pactada pero sin
concesiones de exención punitiva, pudiera producir una transición sólida
hacia la democracia.
Como se puede apreciar, estas dos manifestaciones de políticas
confeccionadas para llegar a una democratización en regímenes donde no
existe, ha tenido resultados mixtos. Esto ha ocurrido dentro de la
aplicación de ambos formatos metodológicos. De manera que la evidencia
apunta a que la problemática no descansa en la especificidad de cada
modelo estratégico per se. Tanto el modo conciliatorio como el de
confrontación, tienen historias de éxitos y de fracasos. La deficiencia
queda señalada como una de aplicación errónea, atribuible a una falsa
percepción del modelo dictatorial en cuestión. Equivocadas suposiciones
en el análisis del fenómeno político, conllevó a la ejecución de la
estrategia democratizadora inapropiada.
La historia demuestra que el formato conciliatorio, con sus
acercamientos comerciales, acuerdos y alianzas establecidas entre el
dominio no-democrático por un lado y el orbe libre por el otro, tiene
una sólida trayectoria. Pero este no ha sido el caso a través del
tablero. El éxito del modo conciliatorio/comercial solamente ha rendido
frutos democráticos en las dictaduras que se subscribían netamente al
autoritarismo. Taiwán, Corea del Sur, Brasil y España[3] son algunas de
las democracias actuales, donde esta política conciliatoria desembocó en
democracia. Su aplicación al despotismo totalitario, sin embargo, ha
demostrado ser un fracaso contraproducente.
El comunismo asiático con sus casos emblemáticos como China comunista y
Vietnam, han dado evidencias del error que constituye el aplicar un
molde conciliatorio con el totalitarismo. La premisa de que la
democracia pudiera llegar por medio del intercambio comercial, de
modificaciones en la economía, de avances materiales indiscutibles y de
una aparente política de coexistencia con las democracias del orbe,
queda hasta el día de hoy, invalidada. Las dictaduras de dominación
total han demostrado una inmunidad a cualquier efecto de contagio
democrático, producto de la comercialización y la modernización. Todo lo
contrario. Uno de los fundamentos de la metodología estratégica
conciliatoria es la anticipada expansión de la sociedad civil. Aquí
vemos otra demostración de ignorancia que resulta negligente y dañina
hacia pretensiones democratizadoras.
La relevancia de ampliar la sociedad civil es enorme. El vínculo entre
esta institución plural (por su efecto competidor con el Estado) y la
democracia, es real. El aporte que brinda la comercialización al
acrecimiento de la sociedad civil en regímenes dictatoriales, es válido
cuando el modelo socio-económico no es de planificación. Muchas
dictaduras autoritarias encajan en esta descripción. No es el caso en
los regímenes de dominación total. Pese a una falsa percepción
predominante (como hemos ya enfatizado), el mercantilismo que se ejerce
en China comunista y Vietnam (para dar sólo dos ejemplos obedece a un
plan central coordinado por y subordinado al poder político. No son
economías de mercado, aunque se muevan dentro del mercado global del
comercio. Mucho menos son capitalistas, a pesar de estas acumular
capital y de poseer propiedad (bajo las directrices del oficialismo).
Consecuentemente, toda la actividad económica en estos modelos depende
del consentimiento dictatorial político. Esto es el caso, tanto dentro
del sector público como del privado. La comercialización que recibe
licencia de la política conciliatoria, fortalece, no a la sociedad
civil, sino a las instituciones represivas que están bajo el mando del
poder político. El resultado es una domesticación social, la cooptación
generalizada y el fortalecimiento de la cultura totalitaria enrolando a
la sociedad en masa en la promoción tácita de la ineficacia política.
El método de enfrentamiento no solamente tiene aplicación en torno a
producir la caída del despotismo. Los procesos de transiciones han visto
igualmente la encrucijada de decidir entre cuál de los procedimientos
aplicar. El ex bloque socialista nos ofrece en este tema, un laboratorio
excelente para acentuar nuestro punto. Gran parte de los ejemplos que
alcanzaron grados satisfactorios de democratización, fueron esos que
habilitaron un enfrentamiento contra, no sólo el dominio no-democrático
per se, sino contra el sistema íntegro propiamente (el comunista), e.g.,
Polonia, la República Checa, Lituania, Estonia, Lituania, Alemania
Oriental, Hungría, Eslovenia y Croacia. La teoría de confrontación, como
estos casos dejan ver, consiste de movimientos desde abajo conteniendo
elementos no-colaboracionistas con el sistema y desafectos dentro del
gobierno. La democratización cursó un tránsito más sólido en estos
casos, producto de la metodología escogida. En el timón de los nuevos
gobiernos, estaban líderes comprometidos con el desmantelamiento del
régimen totalitario preexistente, no con su reforma y menos con su
"salvación".
La imposición (directa o indirecta) desde abajo, como sugieren los casos
referenciados de Europa Centro-Oriental (hoy democracias funcionales)
previamente expuestos, da muestras del superior efecto que tuvo el curso
de la confrontación sistémica, cuando se trata de dictaduras de
dominación total. Rusia, Kazajistán, Tayikistán, Mongolia y Rumanía son
sólo algunas muestras de transiciones democráticas fracasadas o aún en
gesta, muchos años después de la supuesta "caída" del comunismo
soviético. En estos ejemplos, la actitud hacia el dominio dictatorial
preexistente no fue la de enfrentarlo, desplazarlo y democratizarse en
la praxis. En estos casos mencionados, pese a una verbosidad inicial
sobre lo contrario, el cenit del nuevo poder se acomodó en conciliación
armoniosa con el ancien régime. Estos procedimientos lograron cambios
pero dentro del marco autocrático.
Kazajistán y Tayikistán representan solamente dos de las antiguas
repúblicas anexas a la extinta Unión Soviética que nunca abandonaron un
régimen no-democrático. Más interesante es el propio caso ruso. Boris
Yeltsin, figura emblemática de la caída del comunismo soviético, falló
al priorizar reformas económicas antes que las políticas. El parlamento
cuasi-democrático en marzo de 1990 consistía, predominantemente, de
comunistas. La crisis constitucional que conllevó al país al caos, con
el ascenso de Vladimir Putin, vio la expiración de la transición
democrática en Rusia. Mongolia no presenció directamente un cambio del
monopartidismo, sino hasta 1996. Rumanía, quien concluyó violentamente
con el régimen del dictador comunista Nicolae Ceaușescu, daba toda la
apariencia de tipificar un usuario del método de confrontación. El caso
rumano resultó más bien un caso de simulador oportuno. El Frente de
Salvación Nacional, entidad política dominada por comunistas que tomaron
las riendas del poder tras la ejecución de Ceaușescu, desmanteló la
figura del dictador pero no el sistema no-democrático. Rumanía presenció
sólo para el 2004, quince años más tarde de la llamada revolución rumana
de 1989, el primer ascenso al poder de un demócrata.
El punto debe de presentarse ya como obvio. Perspectivas democráticas
urgen la valoración del punto de partida. Dictaduras totalitarias
requieren un enfoque considerablemente más integrador, cuando se
pretende institucionalizar un modelo socio-político tan pluralista como
la democracia. Para provocar la caída del régimen dictatorial
totalitario, la confrontación es la vía más viable y eficiente. Una vez
desplazada la dictadura de dominación total, hay que suministrar igual
energía y enfoque para asegurar que la transición hacia la democracia no
se trunque. El mecanismo que más seguridad ofrece para poder completar
el proceso democratizador, es el reto frontal al sistema preexistente.
Esto requiere su desmantelamiento y la obstaculización de corrientes
extremistas anti-sistemas que, seguro, conspirarán para tratar de tomar
nuevamente el poder. Sería una triste ironía que esto sucediera a través
del mismo modelo que aplastaron: la democracia. La inversión para
promover el capital democrático entre la sociedad es imperativo.
La realidad que se conoce o que se percibe es delimitada por la cultura.
Los regímenes totalitarios conocen esta realidad. La imposición y
manutención de la contracultura es un medidor del éxito dictatorial y de
sus movimientos afines. La consecución triunfal de una sociedad libre en
democracia, evoca una concienciación cívica democrática, en otras
palabras, la propagación de una cultura de libertad. Sin una
fundamentación que sostenga en qué consiste esta forma politizada de
practicar la barbarie, los sistemas democráticos y sus sociedades quedan
en el riesgo de despedazarse. Sin un asentamiento adecuado, ¿cómo se
espera que caigan las dictaduras más recalcitrantes que han sobrevivido
y que transiten a la democracia con libertad?
Este es un extracto del libro Dictaduras y sus paradigmas: ¿Por qué
algunas dictaduras se caen y otras no? Tomo I (Miami: Eriginal Books,
2013, 416 páginas).
Julio M. Shiling es politólogo, escritor y Director del foro político y
la publicación digital Patria de Martí. Tiene una Maestría en Ciencias
Políticas de la Universidad Internacional de la Florida (FIU) de Miami,
Florida. Es miembro de The American Political Science Association ("La
Asociación Norteamericana de Ciencias Políticas") y de International
Political Science Association ("La Asociación Internacional de Ciencias
Políticas"). Es autor de Dictaduras y sus paradigmas: ¿Por qué algunas
dictaduras se caen y otras no? Tomo I (Miami: Eriginal Books, 2013, 416
páginas). Nació en La Habana, Cuba y reside en EEUU.
[1] Ver Huntington, Samuel. The third wave: Democratization in the late
twentieth century. Oklahoma City: University of Oklahoma Press, 1991.
[2] Lipset, Seymour Martin. "Some social requisites of democracy:
Economic development and political legitimacy", American Political
Science Review, Volume 53, No. 1, March 1959, pp. 69-105.
[3] La política conciliatoria hacia España franquista se inició, dentro
del contexto de la Guerra Fría, a partir de 1955.
Source: "Perspectivas de la democratización: Dos cursos de acción -
Artículos - Opinión - Cuba Encuentro" -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/perspectivas-de-la-democratizacion-dos-cursos-de-accion-315680
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