Sandy: Crónica del desastre contada por una damnificada
Martes, Octubre 30, 2012 | Por Frank Correa
LA HABANA, Cuba, octubre, www.cubanet.org -A cincuenta años de la crisis
de los mísiles, la naturaleza asesta un golpe nuclear sobre la ciudad
héroe de la República de Cuba, dejándola, tal como dicen los
santiagueros, como una ciudad después de un bombardeo.
Otras ciudades sufrieron el rigor del ciclón Sandy, como Gibara, Banes,
o Palma Soriano, la ciudad que más sufrió la embestida, a medianoche y
el mismo día de octubre, cuando fue cercada en 1958 por el Ejército
Rebelde, para comenzar su toma, la batalla de la derrota final del
ejército de Batista.
Mi esposa tiene su familia en Palma Soriano, por la mañana llamó por
teléfono a su madre, que todavía aterrorizada le dio las primicias del
desastre. Vilma Cruz contó que la idea general de la población era que
se sentirían ráfagas de viento y mucha lluvia, pero cuando el ciclón
llegó, más bien sintieron la fuerza de un terremoto azotándolos.
Dice que nadie jamás había visto una cosa así. Ni siquiera el ciclón
Flora, hasta ese día el símbolo de la fortaleza máxima de un huracán.
Dice que ella tuvo que encerrarse en el baño con su pequeña Claudia, de
siete años, cuando el techo de la casa se fue volando. Fue rescatada por
su hermano Hugo, entre objetos que viajaban en el aire como sostenidos
por una mano invisible, su hermano las llevó cargadas a la casa de
abajo, que es de mampostería y más resistente.
Siguió contando Vilma que su esposo Ramón estaba desparecido, él atiende
una pequeña parcela en el monte, donde siembra el sustento de la
familia, no pudo regresar por la fuerza del viento, estaban
temiendo por su vida. Contó que el pillaje estuvo a la orden del día,
cuando fueron abajo la tienda en divisas TRD Caribe, Guareña, La
campana y El águila. Bajo el temporal algunos "salvaron" lo que
pudieron, y se lo llevaron a su casa, o la casa del vecino si había
quedado en pie.
Había manzanas completas sin techo, los barrios marginales Indalla y
Maribel habían casi desparecido. Muchas calles estaban vueltas
escombros, con el pavimento removido como por un buldócer. Las siete
panaderías se habían ido a bolina y no había pan. Los precios de las
pocas cosas que aparecían para comer, estaban disparados por las nubes.
No tenían electricidad y demorarían en ponerla, porque casi todos los
postes del alumbrado público estaban en el piso, y los de teléfonos, muy
pocos quedaban en pie.
Ya está faltando el agua, porque muchas cañerías fueron destrozadas.
Esto es un infierno –dijo –. El estado es el único que puede salvarnos
de esta hecatombe, y ayudarnos a la reconstrucción, porque nosotros
solos jamás podremos. Ahora es el momento de demostrar que esto es
una revolución. Confiamos en eso. Su voz era entrecortada y llorosa. La
voz de una mujer que tendría por delante el trauma permanente, de la
posible llegada de otro holocausto.
Por la tarde mi esposa trató de contactarla de nuevo, para saber el
paradero de su padrastro, pero fue imposible. Ha continuado llamando
inútilmente, al parecer los postes que quedaban en pie también fueron
abajo. Al momento de escribir esta nota no conocía aún la suerte de Ramón.
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