martes, octubre 30, 2012

Los leones del Prado están vivos

Los leones del Prado están vivos
Martes, Octubre 30, 2012 | Por Gladys Linares

LA HABANA, Cuba, octubre, www.cubanet.org -Juan, un vecino muy querido,
es médico. Hace años fue a trabajar a Nicaragua y allí conoció a Ilsa,
una joven alemana médico también, con la cual inició una amistad que se
mantiene hasta hoy.

Como Ilsa siempre había vivido en la Alemania Federal, y no conoció la
Alemania comunista, había oído decir muchas cosas de Cuba que no creía,
pero cuando comenzó a visitar a Juan pudo comprobar varias de ellas. Lo
primero que ocurrió fue que su amigo tuvo problemas con el CDR y las
autoridades, porque no podía hospedar a una extranjera en su casa.

Al año siguiente, ella inició los trámites para que él fuera a Alemania,
pero el viaje no se dio porque a los médicos en Cuba no se les da
permiso para salir de visita. Desde entonces, Ilsa viene a verlo anualmente.

Este año, vino acompañada por otra amiga alemana. Esta quería conocer el
casco histórico de La Habana, así que planificaron un recorrido por la
parte antigua de la ciudad. Sarita, la sobrina de Juan, les serviría de
guía. Comenzaron su recorrido por el Malecón, y de ahí irían al Paseo
del Prado. En cuanto llegaron a este, las golpeó un fuerte mal olor que
enseguida identificaron como orina. Lo imprevisto del incidente hizo que
Ilsa le dijera a su amiga en tono de burla: "Parece que los leones están
vivos."

Pero Sarita, avergonzada por aquellas palabras, les dijo: "Es que no hay
baños públicos por esta zona. Hasta hace poco había uno en la calle
Obispo, pero en su lugar hicieron una cafetería."

Mientras caminaban por el Prado en dirección al Capitolio, el olor a
comida de los restaurantes que solo cobran en divisa se mezclaba con la
fetidez de la orina y los excrementos. Pero la amiga de Ilsa insistía en
ir al Capitolio, y Sarita no pudo disuadirla, a pesar de que sabía que
allí se encontrarían con una situación similar.

En efecto, varias esquinas del edificio habían sido usadas evidentemente
como urinario público clandestino. Pero además de esto, a las alemanas
les sorprendió lo abandonadas que estaban las áreas verdes del lugar.

Para tratar de olvidar la mala experiencia olfativa, las amigas
decidieron alejarse del Prado y buscar algún lugar donde comer, y a
Sarita se le ocurrió sugerir El Floridita. La idea parecía buena, solo
que no tuvo en cuenta que para llegar al Floridita tendrían que bordear
el Museo de Bellas Artes, que al parecer también se usa con esos fines.

Cuando llegaron allí, ni siquiera pudieron caminar por los portales,
pues la basura, mezclada con los desechos del metabolismo humano,
presentaba un cuadro desolador. Las extranjeras casi pierden el apetito
tras este último choque con una de las realidades cubanas más frecuentes.

Las alemanas no comprendían el por qué de esta situación, cuando toda
esa parte de la ciudad está llena de restaurantes, hoteles y tiendas.
Entonces Sarita les explicó que en la mayoría de esos establecimientos
no dejan entrar a cualquiera solo para usar los servicios sanitarios.

Ese día, la sobrina de Juan se sintió triste, porque estaba segura de
que el recuerdo que se llevaría la amiga de Ilsa era el de una ciudad de
salvajes, cuyos habitantes hacen sus necesidades en plena vía pública.

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