Miércoles 23 de Junio de 2010 17:32 Orlando Luis Pardo Lazo, La Habana
No sé qué le habrá hecho Ariel Sigler a Cuba. El acta judicial que aún
lo condena tampoco abunda mucho al respecto. Sólo sé lo que Cuba ha
hecho de él. Pero no lo escribo por pudor con Ariel Sigler, recién
liberado y literalmente expirando una licencia extrapenal tras cumplir
siete de los veinte años de su sanción.
El programa cubano de reeducación de convictos parece ensañarse con los
delitos políticos, que legalmente no existen. Desde la policía de barrio
hasta los fiscales de buró, el sistema asume que la disidencia es una
pesadilla goyesca que, al despertar de la resaca, por suerte no era
verdad (el sueño de la Revolución engendra monstruos).
Reeducar, en semejante epoquita sin épica, donde ni los verdugos tienen
fe en nuestro futuro fósil, es una violencia mental contra las víctimas
que ha dejado de funcionar. La era de La Naranja Mecánica no es
operativa en el paraíso del proletariado. En el siglo XXI, es un hecho
estadístico que ningún cubano cambia del cráneo para adentro. Kubrick ha
muerto, Kafka no.
Incluso Ariel Sigler sale de su jaula/aula con un hilito de vida y jura
continuar la lucha pro-democracia en el punto mismo en que su arresto de
2003 lo interrumpió. Es un fracaso educacional, en términos de Makarenko
o tal vez Makarov. Pero, como los reeducadores no quieren perder en masa
el empleo, ahora les basta con ejercer su funesta faena a flor de piel.
"Revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado": la cita de Fidel
bien podría incluir a la imagen física de la oposición.
En términos técnicos, el poder ha concluido que la mayoría de la
población (sea penal o penalizable) no se somete al modo oficial de
pensar los retos o restos de nuestra nación. No hay consenso, así en la
cárcel como en la calle. La Isla se desintegra a la deriva, sin que
ningún discurso demagógico la saque a flote de la zozobra. En este
zeitnot soez no tenemos ni el timo de un timonel. Y eso es lo más
peligroso para ciudadanos libres y reos: la reeducación se re-enfoca
ahora exhaustivamente sobre nuestros cuerpos.
Dado que la conversión del espíritu es imposible, se ejecuta entonces
una caricaturización criminal del cuerpo que lo contiene. Lo secuestran
de su entorno familiar, lo disfrazan a la fuerza con el uniforme de
culpable, lo someten a regímenes rigurosos de dieta y malas compañías,
lo momifican a cuentagotas, envejeciéndolo fenotípicamente como uno de
esos fetos transgénicos que nacen casi cadáveres. Antropológicamente,
abortan la biografía a través de su biología, sin importar lo que piensa
el preso ni la presión de la prensa internacional (de buenas campañas
está empedrado el camino del infierno).
Tras décadas de una sociedad cuyo sentido se supone sea la salvación a
ras de la Tierra, por fin resurge en Cuba la sinceridad materialista de
lo salvaje. Cirugía plástica subvencionada por el Estado para sofocar la
estética de la subversión. Ariel Sigler sería al respecto el primer
ejemplar en probeta del Hombre Nuevo.
Fidel Castro (fragmento), pintado por el pintor ecuatoriano Osvaldo
Guayasamín.
Fidel Castro (fragmento), pintado por el pintor ecuatoriano Osvaldo
Guayasamín.
La metamorfosis ya no aspira, pues, a reclutar nuevas almas para
destupir la utopía. A la hora del Cubapocalipsis, mientras menos sean
los elegidos de la tribu en la tribuna, mejor. La disciplina no
involucra más a la ideología. Se llama socialismo somático.
O sea, que para el poder lo más rentable no es el mimetismo espiritual
sino epidérmico con los iconos clásicos de la Revolución. Los peores
perfiles de Ariel Sigler, por ejemplo, no difieren demasiados píxeles de
las últimas fotos de Fidel. La retórica raquítica de la reeducación ya
no apuesta por la corrección moral. Antes bien, los pedagogos políticos
se conforman con imponer a sus pupilos contestatarios un patético
parecido patrio con el Premier.
Hacer es hoy la peor manera de decir.
http://www.diariodecuba.net/cuba/81-cuba/2136-el-cuerpo-en-los-tiempos-del-colera.html
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