29.06.2009
RAUL RIVERO
UNA MAÑANA de diciembre de 2007, dos años después de asumir la
presidencia de Honduras, Manuel Zelaya Rosales amaneció diferente,
tocado por una fuerza interior y con una cercanía invencible con los
pobres. Entonces, salió al balcón del palacio para ver cómo rayaba sobre
Tegucigalpa el alba del día en el que descubrió -conmovido, ilusionado-
que era un hombre de izquierda.
En efecto, otro individuo. Un político entregado con profundidad nupcial
al destino de los olvidados de su país que, según el poeta Roberto Sosa,
son tantos que pueden llevan en hombros el féretro de una estrella,
destruir el aire como aves furiosas o nublar el Sol.
Tenía que dejar atrás las majaderías de la escuelas religiosas donde
estudió. Al olvido, los afanes, el tiempo y la energía dedicados a
desarrollar el patrimonio familiar, las fincas, el ganado, las empresas
agropecuarias. Al latón de la basura las escaramuzas dentro del Partido
Liberal que le llevó al poder. Y a borrar de la crónica social esa
estúpida melaza burguesa de llamarlo Melito Zelaya.
A lo mejor, con Hugo Chávez, Daniel Ortega, Evo Morales, Rafael Correa,
Fidel Castro y otros amigos íntimos de última hora, puede admitir que se
le trate de camarada Mel.
El problema grave para llevar adelante su proyecto izquierdista de
atosigar de libertad y riquezas a Honduras es el tiempo. Zelaya, electo
en 2005, debe dejar la presidencia el 27 de enero del año que viene. Y
no tiene derecho a ser reelegido, según la Constitución de su país.
Pero, por la fea costumbre de los demócratas aburridos de tratar de
alternar el poder, Zelaya había convocado una consulta popular con la
intención de que los pobres lo apoyen para cambiar el contenido de un
simple papel que le impide montarse en las ancas del caballo blanco de
Simón Bolívar y recorrer América junto a otros liberadores de pueblos.
Pero ese afán no justifica en ningún caso lo que ocurrió ayer. El golpe
de Estado en Honduras es condenable desde todo punto de vista, y ha
hecho bien la comunidad internacional en condenarlo enérgicamente y en
pedir el inmediato restablecimiento de la normalidad constitucional.
Zelaya tiene en Latinoamérica su espacio natural como parte del folclor
de la región. Con su sombrero tejano y su bigotazo criollo. Un pícaro
que ha hallado en la pobreza que avivaron él y otros pícaros, y en el
populismo salvaje, la plataforma para tratar de imponer un régimen que
le facilite mover los lindes de su hacienda privada hasta el borde de
las fronteras del país.
Esa fórmula para el poder eterno es un éxito en Latinoamérica, una
región donde se puede hallar un dictador debajo de cualquier piedra. O
de cualquier sombrero.
Zelaya y los tiempos rotos | Opinión | elmundo.es (29 June 2009)
http://www.elmundo.es/opinion/columnas/raul-rivero/2009/06/16865013.html
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