Jorge Olivera Castillo, Sindical Press
LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - Prefieren los zapatos
deportivos de marca y las pisadas firmes sobre el asfalto. El campo
quedó atrás, congelado en una imagen que ha perdido el brillo entre los
estantes del recuerdo.
El azadón y el rastrillo, la yunta de bueyes y el sombrero de guano, las
botas a prueba de fango y el sol del mediodía amenazando con arrancar la
piel. Eso es historia antigua, cosas que las últimas generaciones de
jóvenes consideran de mal gusto.
La disposición para ocupar las tierras fértiles como sembradores o
recolectores se difumina en un mar de apatía siempre crecido y con ganas
de romper los diques que impiden, por puro milagro, el naufragio total.
Regresar al campo es una propuesta que se recibe con una mueca de
disgusto y un rotundo rechazo
Aunque muchas veces los aludidos opten por refutaciones más discretas,
en el fondo bullen los deseos de articular la frase que sintetiza una
oposición concluyente hacia un posible retorno al trabajo agrícola: ¡¿Tú
estás loco?!
Después de los intentos para alterar las reglas socioeconómicas por
medio de una disparatada industrialización que priorizó el desarrollo
urbano en detrimento del rural, el gobierno busca revertir una situación
creada a partir de premisas ajenas a las posibilidades del país, y que
no permiten pensar en resultados sustentables en el ámbito agropecuario.
Obligar mediante decreto a millones de jóvenes a realizar estudios
profesionales sin atender el perfil vocacional, ha sido un disparate. La
revolución ha graduado miles de médicos, científicos, ingenieros,
licenciados. ¿Por qué se subvaloró la importancia del campesinado?
Estos desequilibrios son la consecuencia directa de gobernar una nación
con la metodología de un sargento de infantería.
La masividad y el virus revolucionario, en vez de sensatez y esperanza,
sembraron truenos. Ahora, cuando arrecian las tempestades, es que dan
los partes meteorológicos sin atreverse a revelar los datos negativos
que podrían derivar en un final apocalíptico.
Es impensable que los jóvenes encabecen las nóminas de los trabajadores
agrícolas. Según los partes oficiales, son el seis por ciento de la
fuerza laboral dedicada a estos menesteres. Dudo que la cifra pueda
alcanzar los dos dígitos en los próximos años, a no ser que comiencen a
aplicar medidas compulsivas que favorezcan una obligatoriedad escondida
tras los muros del patriotismo.
Ya los cuadros de la Unión de Jóvenes Comunista están inmersos en tareas
de concientización con el fin de despertar el interés de los jóvenes por
las actividades agrarias. Si así consiguen aumentar el número de
campesinos, hay sobradas razones para declarar con antelación que todo
terminará en un gran fiasco.
En un lapso que comenzó en 1959 -hasta su radicalización en 1968 con la
aplicación de la ofensiva revolucionaria- se sepultaron las costumbres y
tradiciones que reflejaban el amor a la tierra, y que hicieron posible
el logro de índices productivos envidiables en comparación con los actuales.
Un notable por ciento de los descendientes más jóvenes de las familias
que habitan en áreas rurales anhela vivir en zonas urbanas,
preferiblemente en la capital. No quiere que le hablen de semillas ni
regadíos.
Convencer a un habanero para asumir esa encomienda es la vía más fácil
para una sarta de improperios. Lo más seguro es que el campo continúe
vapuleado por la decadencia.
Es de esperar que aparezcan los activadores fuegos artificiales, el
personal fijo de la opereta, los tarugos por contrato y la escuadra de
recitadores de las últimas coplas revolucionarias. Los farsantes no
descansan. Trabajan jornada completa y horas extras. Sembrando lechugas
o recogiendo mangos tal vez serían los más productivos.
oliverajorge75@yahoo.com
Cuba: Se buscan campesinos (27 May 2009)
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