Entre la utopía oficial y el realismo generacional
Los jóvenes de hoy están asistiendo al final de la utopía que signó la
vida de varias generaciones de cubanos
Jueves, junio 1, 2017 | Miriam Celaya
LA HABANA, Cuba.- Un rasgo característico de los regímenes políticos
ineficaces y caducos es la constante apelación al pasado histórico como
mecanismo de legitimación del presente y como recurso de supervivencia.
En el caso cubano ese principio ha sido el rector del discurso oficial y
de sus medios de difusión, y se ha aplicado con particular fuerza en la
enseñanza de la Historia.
Como consecuencia, varias generaciones de cubanos nacidos poco antes o
después de 1959 han crecido adoctrinados en el supuesto de que todos los
acontecimientos desde el "descubrimiento" de la Isla por Cristóbal
Colón, pasando por la colonización española, la Toma de La Habana por
los Ingleses, las Guerras de Independencia, y la breve República, no
fueron más que las losas que pavimentaron el largo camino que conduciría
a esta (aún más larga) guardarraya –con ínfulas de eternidad– conocida
como "revolución cubana", destino único y final de la nación.
La prédica tomó visos casi religiosos. Así como el Arca de Noé salvó
todas las especies vivas de la Tierra, el yate Granma con sus jóvenes
tripulantes fue la "salvación" de los cubanos. De esta manera, a juzgar
por los libros de texto de Historia en todos los niveles de enseñanza
"revolucionaria", los padres fundadores, los próceres independentistas,
los más brillantes intelectuales criollos y todos los cubanos decentes
de los últimos 525 años tenían puestas sus esperanzas, aún sin saberlo,
en la Cuba "socialista" de hoy y –sobre todo– en la preclara guía de un
líder indiscutible de talla mundial que seguiría conduciendo el bajel
incluso más allá de la vida material: Fidel Castro.
Con un entusiasmo digno de mejores causas, la mayoría de los profesores
cubanos, incluidos los que imparten otras materias y no únicamente la
Historia, han reforzado la sistemática tergiversación del pasado. Un
ejemplo ilustrativo pudiera ser el de una profesora de la Facultad de
Artes y Letras, de la Universidad de La Habana, quien acostumbra a decir
a sus estudiantes que "José Martí hubiera sido un cubano perfecto, salvo
por una sola limitación: no era marxista. No obstante, de haber nacido
en esta época sí lo hubiera sido, con toda seguridad". Huelgan los
comentarios.
Sin embargo, pese a los esfuerzos oficiales, la terca respuesta
estudiantil es el rechazo de plano a la Historia. Año tras año, los
tecnócratas de la pedagogía, fieles servidores del régimen y por tanto
cómplices de esa Historia de Cuba apócrifa, maniquea y aburrida,
insisten inútilmente en la necesidad de mejorar los programas de
enseñanza, "actualizando" los contenidos y adecuándolos a los nuevos
tiempos para hacerlos "más atractivos" para los estudiantes. El problema
es de fondo, ya que el objetivo y principio esencial de esa asignatura
sigue siendo desdibujar los valores del pasado, ensalzar un sistema
sociopolítico fracasado –tal como la mayoría de los estudiantes pueden
constatar en la realidad que les rodea–, y sacralizar un liderazgo que a
los jóvenes de hoy les resulta distante, ajeno e indeseado.
Tan perverso ha sido el adoctrinamiento y tan impostada la idea de que
en Cuba todo está hecho y decidido desde el 1ro de enero de 1959, que se
ha logrado el efecto contrario al que se propone el Poder. No solo las
nuevas generaciones manifiestan desinterés por la historia de Cuba, sino
que –además– muchos jóvenes se sienten enajenados del sistema, del
propio país en que nacieron y de ese futuro tan promisorio como
inalcanzable, en pos del cual se desgastaron inútilmente sus padres y
abuelos. La revolución ha perdido su aura heroica para las nuevas
generaciones y es percibida por éstas como una suerte de fatalidad de la
cual, cuando menos, es mejor desentenderse. Ahora los héroes y los
villanos de los videojuegos son infinitamente más apasionantes que
aquella pandilla de guerrilleros hambrientos y malolientes que
deambulaban por una sierra inhóspita.
No es casual, entonces, que los peores resultados de los exámenes de
ingreso a las universidades, en especial en los últimos años, sean
precisamente los de la asignatura de Historia de Cuba, según reconoció
Elsa Velázquez Cobiella, ministra de Educación, en el marco del Consejo
Nacional de la federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (FEEM),
clausurado el sábado 27 de mayo último en La Habana.
La propia Ministra también mostró preocupación por la disminución del
número de estudiantes que se presentan a exámenes de ingreso, fenómeno
que se está manifestando con mayor fuerza cada año, lo que evidencia el
creciente desinterés de las nuevas generaciones por cursar estudios
superiores en un país donde los profesionales suelen tener menos
ingresos que muchos obreros calificados o empleados de la gastronomía y
los servicios.
De hecho, a diferencia de las generaciones de estudiantes de los años 70
y 80, en la actualidad se está verificando una tendencia a la
disminución de las matrículas universitarias. Tendencia que no
necesariamente responde en su totalidad a una política estatal, como
aseguran algunos, sino a un escenario que toma distancia de la utopía
oficial y de los discursos en tanto se acerca a una realidad cada vez
más descarnada.
Tampoco los sucesivos intentos de captar estudiantes para las carreras
pedagógicas han tenido los resultados esperados. No solo sus matrículas
siguen siendo insuficientes, sino que estos centros se nutren
fundamentalmente de aquellos educandos cuyos deprimidos promedios
académicos les impiden aspirar a otras especialidades más atractivas.
Durante décadas, las carreras pedagógicas –junto a las especialidades
agropecuarias– han mantenido una baja demanda, por lo que han
constituido la última (y a veces la única) opción para aquellos jóvenes
de bajos resultados que aspiran a cursar estudios superiores. Ese
factor, a su vez, ha lastrado el nivel de los docentes, en particular en
las enseñanzas primaria, media y preuniversitaria.
Por su parte, el relativo éxito de algunos sectores privados
(cuentapropistas) relacionados con la gastronomía, los servicios de
hospedaje a turistas, y otras actividades independientes del Estado,
parece estar influyendo en la toma de decisiones de los jóvenes a la
hora de optar entre la continuidad de estudios en las universidades o
decantarse por una formación expedita y práctica que les permita
insertarse en un mercado laboral mucho más atractivo y con mejores
dividendos.
El crudo realismo que exhiben las actuales generaciones supera con
creces el ingenuo romanticismo de sus padres, cuyo paradigma de éxito,
prestigio y ventajas salariales se lograban, en primer lugar, obteniendo
el título universitario. Un espejismo que se difuminó rápidamente ante
la profunda crisis económica –nunca superada– que produjo en la Isla el
desplome del llamado socialismo real de Europa del Este y que empujó a
miles de profesionales calificados a una situación de supervivencia
traducida en la reorientación ocupacional ante la desvalorización de la
moneda, en la contratación en condiciones de semi-esclavitud (como es el
caso paradigmático de los médicos) o –con marcado acento– en la
emigración como la mejor alternativa.
Los jóvenes de hoy están asistiendo –en muchos casos de manera
inconsciente– al final de la utopía que signó la vida de varias
generaciones de cubanos. Finalmente el capital ha acabado por imponerse,
así que ellos prefieren dedicarse a aquello que les proporcione
ganancias y prosperidad en el menor plazo posible.
Es, sin dudas, una visión pragmática, más coherente con una sociedad
post igualitaria, donde proliferan los contrastes entre unos absurdos
Lineamientos orientados por el PCC y el atractivo glamur del capitalismo
asomando en las vidrieras de los nuevos hoteles de lujo de La Habana y
de otros espacios del país. "Si la elite del poder y su descendencia
pueden disfrutar las cosas buenas de la vida, ¿por qué no nosotros?",
razonan los jovenzuelos.
Cierto que aún quedan algunos perfiles de interés para los jóvenes
cubanos en la enseñanza superior, como es el caso de las carreras
vinculadas a la informática, a la ingeniería industrial, al arte y al
diseño, entre otras. Sin embargo, basta consultar las cifras de
matrículas en la actualidad y contrastarlas con las de años anteriores
para avizorar un porvenir que se sigue dibujando con trazos
inequívocamente opuestos a la utopía.
Todo apunta que el viejo mito de los niveles de instrucción de los
cubanos ha comenzado a desmoronarse, y con él aquella sentencia de que
"el futuro en Cuba será el de hombres de ciencias". Otro craso error del
Innombrable, porque el futuro cubano será de aquellos iluminados que
mejor hayan aprendido a manejarse bajo el imperio del capital.
Source: Entre la utopía oficial y el realismo generacional
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