domingo, junio 04, 2017

Debe castigarse a los cómplices de la indecencia

Debe castigarse a los cómplices de la indecencia
CARLOS ALBERTO MONTANER

Puro papel mojado. De nada sirvió la Carta Democrática Interamericana
solemnemente firmada en Lima en el 2001 por los 34 países miembros de la
OEA. Sesenta muertos, cientos de heridos y torturados y más de dos mil
detenidos, pero la Organización de Estados Americanos no pudo ponerse de
acuerdo para condenar al régimen de Venezuela tras la deriva totalitaria
adoptada por Nicolás Maduro.

Casi todos los países del CARICOM, que son aproximadamente los mismos de
Petrocaribe, la Odebrecht venezolana, corrompidos a punta de
petrodólares, le vendieron al chavismo la conciencia democrática y la
compasión por los muchachos que luchan y mueren por la libertad.

Formaron un club de estómagos agradecidos, secretamente coordinados en
este evento por la cancillería venezolana controlada por los hábiles
operadores políticos de la Dirección de Inteligencia (DI) cubana,
presidida por el general Eduardo Delgado Rodríguez, para oponerse a la
resolución presentada por EEUU, Canadá, México, Perú y Panamá, aportando
una declaración alterna, totalmente anodina, que no tenía otro objeto
que impedir la mayoría calificada que exigía el reglamento de la OEA
para forjar una declaración conjunta.

La población combinada de los 15 Estados afiliados al CARICOM es apenas
un 5% del censo de las naciones decididas a censurar a Maduro, pero la
ficción democrática que impera en la OEA determina que el voto de
Monserrat, una excrecencia geológica con menos de 6,000 habitantes
poseedores de una bandera, un himno, una gasolinera y dos farmacias,
vale lo mismo que el de Brasil.

Es decir, Raúl Castro y Nicolás Maduro súbita y hábilmente dotaron de
política exterior a unos minúsculos países que carecían de ella, con el
objeto de bloquear la acción de unas naciones que pretendían cumplir con
el compromiso moral contraído por todos en la Carta Democrática
Interamericana.

Este resultado era predecible. La OEA es una institución geográfica que
surgió impulsada por la Guerra Fría. No obstante, su arquitecto, Estados
Unidos, perdió interés en el organismo. Especialmente desde que, en
diciembre de 1989, la institución se le escapó de las manos y condenó a
Washington por la invasión a Panamá, efectuada para terminar con la
narcodictadura criminal del general Manuel Antonio Noriega.

Los hechos se precipitaron tras el asesinato de un oficial
norteamericano destacado en la Zona del Canal y la violación de la
esposa de otro por cuenta de los militares norieguistas. La invasión,
finalmente, le trajo la democracia al país. Pocos meses después, el
gobierno legítimo de Guillermo Endara, inspirado por el vicepresidente
Ricardo Arias Calderón, desmilitarizó a Panamá, cancelando para siempre
unas Fuerzas Armadas que sólo habían servido para tiranizar al pueblo y
estimular el tráfico de drogas.

Deberían existir sanciones para los diplomáticos y los Estados miembros
que violan los compromisos que habían jurado defender. No es posible que
funcionarios y políticos comprometidos con el cumplimiento de los
Derechos Humanos y las reglas de la democracia liberal, acaben
respaldando a la dictadura de Maduro por un puñado de barriles de
petróleo y otros oscuros negocietes.

Fue premonitoria la reciente amenaza del senador Marco Rubio a República
Dominicana, Haití y El Salvador si no respaldaban posturas democráticas
dentro de la OEA. Tras el reciente espectáculo, acaso algunos
legisladores republicanos y demócratas propicien en Estados Unidos la
aprobación de una ley bipartidista por la que se castigue de oficio a
quienes ignoran o traicionan los compromisos previamente contraídos en
las instancias internacionales.

Ya se sabe que negarles las visas de acceso a Estados Unidos a los
políticos y funcionarios corruptos, la confiscación de sus recursos mal
habidos, o decretar la imposibilidad de adquirir propiedades en el país,
tienen un fuerte efecto disuasorio sobre las conductas reprobables de
estos bandidos de cuello blanco. Sería una forma legítima de contribuir
a la decencia y a la seriedad de la región.

Periodista y escritor. Su último libro es la novela Tiempo de Canallas.

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Source: Debe castigarse a los cómplices de la indecencia | El Nuevo
Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/carlos-alberto-montaner/article154046044.html

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