Apatía y volencia
By ALEJANDRO ARMENGOL
Cuando años atrás las cazuelas sonaron en Buenos Aires, en horas
barrieron con el gobierno de Fernando de la Rúa. No ha sucedido lo mismo
en la Venezuela de Hugo Chávez, donde las protestas han indicado un
grado de desacuerdo con el mandatario a veces creciente, pero sin llegar
al grado de una revuelta popular.
En La Habana, sin embargo, las marchas de las Damas de Blanco han
logrado una amplia difusión en la prensa extranjera, pero también la
incapacidad de la población de la isla para apoyar una queja y
convertirla en un reclamo masivo. A esta ciudadanía que aún permanece en
calma van dirigidos los actos de repudio, las contramanifestaciones, los
golpes, los insultos y las obscenidades.
Varios factores conspiran para que en Cuba no ocurra lo que sucede en
Argentina y Venezuela. El primero es que ya ocurrió y la represión fue
total, durante los primeros años del proceso revolucionario. El segundo
es que más allá de las simples turbas controladas que de nuevo se han
visto en acción en los últimos días, el régimen cuenta con tropas
adiestradas y vehículos antimotines, listos para poner fin a cualquier
manifestación popular. A ello se une la existencia de una fuerza
paramilitar, que ha demostrado su rapidez y capacidad represora en otras
ocasiones.
Pero otro importante factor que demora o impide un movimiento espontáneo
de protesta masiva es la apatía y desmoralización de la población. La
inercia y la falta de esperanza de los habitantes del país. Su falta de
fe en ser ellos quienes produzcan un cambio. El gobierno de los hermanos
Castro ha matado --o al menos adormecido-- el afán de protagonismo
político, tan propio del cubano, en buena parte de los residentes de la
isla.
Hay, sin embargo, un temor creciente, por parte del gobierno cubano, de
que un estallido popular pueda ocurrir. La táctica del silencio,
utilizada en otras ocasiones, de ignorar las actividades de la
disidencia, ha sido sustituida por una campaña nacional e internacional
para desvirtuar el conjunto de actos y protestas por la muerte del
disidente preso Orlando Zapata y la huelga de hambre y sed del psicólogo
y periodista Guillermo Fariñas.
Como en otras ocasiones, La Habana enmascara la situación. Sólo en la
gramática universal de la infamia se puede llamar ``campaña mediática
contra Cuba'' a la denuncia de los abusos contra mujeres indefensas,
muchas de ellas de edad avanzada, y la tozudez e intransigencia a las
peticiones de varios opositores pacíficos y prisioneros de conciencia.
El no ceder una pulgada, el no admitir siquiera la necesidad de
reconsiderar una política de represión feroz que no admite la menor
disidencia, no es algo nuevo en Cuba. Ello no exime a esa actitud de ser
una muestra de debilidad del sistema.
En gran medida, esa debilidad es consecuencia de los tres pilares en que
se fundamenta el gobierno cubano: represión, escasez y corrupción.
El exigir una posición incondicional es abrir la puerta a oportunistas
de todo tipo, quienes a su vez se desarrollan gracias a la escasez
generalizada.
Si La Habana admitiera un mínimo de cordura, y diera muestras de superar
el encasillamiento que ha mantenido por décadas, el peligro de un
estallido social disminuiría. De lo contrario, lo único que hace es
alimentarlo a diario.
Mientras el gobierno cubano se empeñe en definir su estrategia entre la
apatía y la violencia, corre un peligro permanente de caos e ira que
hasta el momento ha podido controlar, pero no se sabe hasta cuándo.
Si ha resultado una táctica errónea e inhumana el intentar utilizar un
agravamiento general de la situación económica como detonante social
--ya sea mediante el embargo, las restricciones al envío de remesas y
los viajes familiares--, es igualmente irracional, y un ejemplo de afán
desmedido de poder, el no ceder un ápice en las libertades y garantías
ciudadanas.
Detrás de este control extremo, que no permite manifestación alguna de
los derechos humanos, hay un fin mezquino. El mantenimiento de una serie
de privilegios y prebendas. La represión política actúa como un
enmascaramiento de una represión social que ha penetrado toda la
sociedad. En última instancia, el régimen sabe que el peligro mayor no
es la posibilidad de que la población se lance a la calle pidiendo
libertades políticas, sino expresando sus frustraciones sociales y
económicas.
e producirse un estallido social en Cuba, el régimen lo reprimirá con
firmeza. No hacerlo sería la negación de su esencia y su fin a corto
plazo. Imposible no usar la violencia. En cualquier caso lleva las de
perder. La habilidad del gobierno castrista radica en evitar las
situaciones de este tipo. El ``maleconazo'' de 1994 logró sortearlo con
una avalancha de balsas hacia la Florida. Esa salida está agotada.
La represión en su forma más desnuda --arrestos y muertos-- no conlleva
necesariamente el inmediato fin de un régimen totalitario, pero en el
peor de los casos lo tambalea frente a un precipicio. Ningún dictador
tiene a su alcance un manual que lo guíe, sino ejemplos aislados: los
hay tanto de supervivencia, el caso de China, como de desplome, el de
Rumania. El régimen de La Habana cuenta con una sagacidad a toda prueba.
Pero, ¿por qué empeñarse en creer que es invencible?
http://www.elnuevoherald.com/2010/03/22/v-fullstory/679875/alejandro-armengol-apatia-y-volencia.html
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