jueves, diciembre 29, 2016

Alcohólicos, el ejército que crece en Cuba

Alcohólicos, el ejército que crece en Cuba
Lo que las cifras oficiales no dicen
Jueves, diciembre 29, 2016 | Jorge Ángel Pérez

LA HABANA, Cuba.- Existen los que no tienen grandes sueños y se
conforman con una vida austera y nada más. La de Ella fue peor. A los
quince años se casó y a los diecisiete ya era viuda y con una hija, con
muy escasa preparación. Ella no fue más allá de la secundaria básica. A
finales de los años ochenta y principio de los noventa la vida se hizo
muy difícil para casi todos en la isla, pero en Oriente, en Guisa, era
peor, y por eso se decidió por el viaje.

La Habana se convirtió en su sueño más grande. Suponía que la ciudad iba
a darle todo lo que estuvo añorando, que el viaje la despojaría de su
mala suerte, que conseguiría una mejor vida. Por eso salió de Guisa una
mañana e hizo el viaje que, suponía, iba a regalarle todas las bondades
de la urbe. La abuela se ocuparía de la nieta, que ya había cumplido
cuatro años, hasta que Ella consiguiera el triunfo que buscaba.

Llegó a La Habana "con una mano alante y la otra atrás", pero su
hermano, que ya andaba por aquí, le consiguió un trabajo en una empresa
constructora. Unos días después ya era vigilante nocturna, y tenía un
albergue donde "vivir". Las condiciones no eran buenas pero al menos
tenía una litera con una colchoneta en un espacio que compartía con un
montón de mujeres con historias parecidas a la suya. Fue allí donde Ella
destapó su caja de Pandora.

Sería mejor escribir que destapó su botella de Pandora, la primera de
todas. Según cuenta, todo fue culpa de la lejanía, de lo mucho que
extrañaba a su hija, y de todas aquellas mujeres desesperadas que
tampoco conseguían lo que se habían propuesto y la incitaban a olvidar.
Ella no quería olvidar pero muy bien que lo consiguió esa noche, y
también al día siguiente, y dos meses después llegaría el primer Él,
quien le propuso olvidarse de sus angustias disfrutando de los placeres
que llegarían cuando juntaran sus cuerpos. Ella aceptó.

Cada noche lo mismo: alcohol, sexo, y un largo día de resaca. Una de
aquellas noches no consiguió sentir el camión que vino a recoger los
materiales de construcción que nunca llegaron a su destino, pero si
apareció su maltrecha firma asegurando que Ella, la custodio, había
chequeado la carga. "Si algo se perdió después fue su culpa, por
borracha", así dijo Él, quien era jefe de almacén, y sus compañeras
aseguraron que Ella había pasado toda la noche bebiendo… Quizá fue el
alcohol quien la salvó de la cárcel, pero la dejó sin trabajo, sin
albergue, y la zambulló más en el mismo alcohol.

Lo peor vendría después, y ya en la calle. Una noche aquí y otra allá,
hasta que un pariente consiguió que unos ancianos la dejaran vivir en su
casa a cambio de que hiciera todas las cosas que se hacen en una casa.
Ella aceptó y siguió bebiendo, y en las noches, cuando salía a
hurtadillas, se enredaba con alguien que le daba de beber y quizá algún
dinero que juntaba, "pa' mandárselo a mi hija". Así pasó el tiempo, y
Ella siguió en "las mismas". Su botella de Pandora estaba abierta y no
había manera de cerrarla.

Sus peripecias fueron infinitas y miles sus desgracias. Conozco muy bien
su historia. Mucho hemos conversado desde que la conocí. Alguna vez
hasta pensé recoger sus testimonios en un libro. Cada una de las
botellas que vació estuvo acompañada de eventos escabrosos. Hace un año
fui a verla a una sala de psiquiatría, las puertas protegidas por
balaustres de hierro, por un candado enorme y de inviolable apariencia.
Esa vez apareció en una cuneta, junto a la autopista nacional. La
creyeron muerta pero solo estaba borracha.

Ella es una más de los tantos alcohólicos que pululan por la isla, esos
que en la resaca prometen dejar el alcohol pero lo buscan desesperados
cuando están sobrios. Ellos conocen muy bien lo que significa el
rechazo, el desprecio de todos; de los psiquiatras y las instituciones
de salud, de los médicos que te encierran en una sala enrejada y te dan
una "trova que ni ellos mismos se creen". Ella conoce muy bien de todo
eso. Sabe, por ejemplo que pertenece a un enorme ejército de enfermos.
Sabe que para las instituciones de salud en Cuba no es más que un número
de una enorme cifra de enfermos.

Y se carcajea cuando la prensa oficial publica que la culpa del número
creciente de enfermos es el alto nivel de vida, del dinero que les
sobra. A Ella le parece ridículo que esa prensa asegure que si antes de
1959 se bebía menos, la causa era el bajo poder adquisitivo de los
cubanos. Ella se molesta cuando esos periódicos, como el Granma, no
cuenta con esos pobres borrachos que beben "'mofuco', 'chispa e' tren',
'bájate el blúmer' o 'pingutín', que es como le llama al 'preparao' que
se bebe en Guisa y en Manzanillo".

Esta mujer tiene la certeza de que cuando así escriben solo están
pensando en los borrachos de cuello blanco, en los que tienen puestos
importantes y toman un trago escoltados por la imagen esculpida de
Hemingway en el Floridita. Esta alcohólica cree que esa cifra de
cuatrocientos mil alcohólicos que advierte el Granma es insuficiente, y
que defender el sistema de salud para denigrar a los "borrachos" es
asqueroso. Ella se pone a sacar cuentas y sonríe, le parece cínico
hablar solamente de ochocientos mil bebedores en riesgos, y supone que
son muchos más, como muchos son los que se drogan con psicofármacos, y
cree que es tarada la prensa que asegura que el consumo de esas
sustancias de prescripción facultativa crece en la isla por el aumento
de servicios de psiquiatría que hay en la nación. "Eso es cínico", dice
Ella y sonríe, socarrona, "porque al discurso oficial solo le interesa
hablar de ellos mismos y de sus falsas bondades".

Mi amiga ha conseguido la sobriedad por un año enterito y está feliz,
pero no quiere que el gobierno se crea responsable de esa salud que
disfruta ahora. A ella no la salvó ninguna institución de salud cubana.
Ella no está mejor porque se ocuparan de ella un grupo de trabajadores
sociales, ese engendro que, supone, aportó gran cantidad de alcohólicos
al país. "Esos muchachos creyeron que se comerían el mundo, y muy poco
les duró la fiesta. Desaparecieron enseguida y nada resolvieron". Y
entonces menciona a los alcohólicos que conoce que antes estuvieron en
esas filas de trabajadores sociales. Esos que repartían bombillos
ahorradores y recogían refrigeradores viejos, los mismos que con notas
excelentes soñaron con ser médicos e ingenieros y el gobierno les
propuso "ayudar a la revolución".

Muchos de ellos son alcohólicos hoy, y se van recuperando no por los
programas de salud de la revolución. Muchos están hoy en Alcohólicos
Anónimos. Ella se carcajea cuando habla de esto, porque dice que en la
isla jamás se habla de esa organización, y supone que la razón no es
otra que el hecho de que son independientes, que nada le piden al
gobierno, que nada quieren de ellos, y también tiene la certeza de que
si es tan exitosa esa "organización" es porque no reciben un centavo de
nadie, para que no le exijan luego "compromisos". Su ironía es
descomunal e inteligente, es muy aguda esta mujer alcohólica que cree
que cualquier día a las autoridades les da por prohibirlos. Luego
explica, como si yo no me hubiera enterado, que los alcohólicos anónimos
fueron creados por dos norteamericanos, y menciona a Bill y a Bob, el
corredor de bolsa y el cirujano que fundaron esa maravilla. "Recuerda
que son del Norte", y menciona el World Learning y todo el "aparataje"
que se armó hace unos meses.

Yo la acompañé cuando celebró su primer año sin beber, disfruté por un
rato de las bondades de Alcohólicos Anónimos, y tengo la certeza de que
funciona muy bien, mejor que muchas instituciones de salud, y creo que
su éxito tiene que ver con su independencia. Ahora, mientras cierro
estas líneas, pienso en los cubanos que se emborracharan durante estas
fiestas, y que usarán como pretexto lo bueno que es olvidar la mala vida
que sufren.

Source: Alcohólicos, el ejército que crece en Cuba | Cubanet -
https://www.cubanet.org/opiniones/alcoholicos-el-ejercito-que-crece-en-cuba/

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