La Habana que va conmigo
A pesar de la tormenta, es una ciudad que invita a ser caminada
miércoles, noviembre 18, 2015 | Juan Antonio Madrazo Luna
LA HABANA, Cuba – La Villa de San Cristóbal acaba de cumplir 497 años de
fundada y la inmensa mayoría de sus pobladores no se dio por enterada.
Vivir la Habana cuesta, y la vieja villa, desde que los mapas cambiaron
de color, ha experimentado diversos cambios.
La Habana de ahora mismo está marcada por nuevas narrativas. Es una
ciudad donde uno de sus nuevos lujos es vestirse de rosa. En la misma
se imponen nuevas etiquetas y fronteras sociales, verticales gráficas
políticas y plurales textos marginales. Las paredes de la Habana no solo
escuchan, sino que también miran y son testigos de interminables y
anónimos barrios que se levantan al sur de la ciudad. La Habana Sur es
parte del tablero de la ciudad, el patio trasero de varios enclaves que
no dejan de crecer hacia adentro, lo cual tampoco se registra en los
planos ni en las maquetas del Plan Maestro de la Oficina del Historiador
de la Ciudad.
Un segmento de La Habana de hoy se presenta hostil. Basta penetrar sus
particulares patios interiores para darse cuenta de la pobreza que
habitan múltiples barrios de azabache en los que la gente enfrenta la
vida con coraje. No hay sitio de la ciudad que no esté dibujado por el
dolor o la indiferencia, pero ella cómodamente abre sus piernas al
forastero.
En La Habana femenina y húmeda se respira la inconformidad, pero la
gente pide cosas en silencio. Los blancos viejos y los negros viejos
después de tanto sacrificio al final de sus vidas se la están viendo
difícil para ganarse un peso. Alguno intenta sobrevivir vendiendo sus
recuerdos o su ropa más íntima. La chusmería revolucionaria y la cultura
de la chancleta no dejan de ganar terreno.
Viejos repartos como el Vedado tiemblan entre el ruido y el polvo. La
indiferencia oficial hacia la arquitectura republicana permitió que
grandes edificios como el Alaska o el Hotel Trotcha hoy no existan. La
misma suerte pudieran correr otros emblemáticos dentro de la ciudad,
como el del Retiro Médico o el López Serrano. El ecosistema de esta
ciudad ha estado permanentemente bombardeado por el movimiento sísmico
del castrismo.
Ya en los tradicionales barrios habaneros de Jesús María, Los Sitios,
Belén, Pueblo Nuevo, la Cueva del Humo o Pogolotti no se escucha la
vieja escuela de la rumba. Ya casi nadie habla con orgullo de rumberos y
rumberas como El Chori, Alambre, Aspirina, Carlos Embale, Chano Pozo,
Blanquita Amaro, Eugenio Arango, Totico, Cristobalina Arrieta, Papa
Montero, Miguelina Baro, Carmen Curbelo, Los Chinitos de la Corea, Juan
Alberto Dreke (El Cueva) o Alicia Parlá Mariana, quien con su sanduga
llevó la rumba a Montecarlo y París y hasta le dio lecciones a Eduardo,
Príncipe de Gales.
Es una ciudad vestida por una galería de personajes que ya no existen
pero que muchos recuerdan, como el Caballero de París o Isabel Veitía y
Armenteros –conocida popularmente como "La Marquesa"–, una negra
mitómana que presumía ser una garzona irresistible, la reina bizarra de
los bares y cantinas de la ciudad, que no llevó en sus venas una gota de
sangre azul pero era más real que los reales.
Otros fantasmas que la habitan son Bigote Gato, Don Antonio Álvarez, o
"Valeriano I Su Majestad Emperador del Mundo", un negro viejo y
andrajoso siempre vestido de militar y lleno de medallas que fue nuestro
primer estadista en las calles, Amelia Goyri "La Milagrosa", Armandito
el Tintorero –un fanático del béisbol–, Doña Catalina Lasa, entre otros
notables patricios.
En su galería viven otros personajes como Yarini, María Antonia, Santa
Camila de la Habana Vieja, Iluminada Pacheco, Calixta Comité, Lagarto
Pisa Bonito y Emelina Cundiamor
Pero La Habana es también la ciudad letrada y musical habitada por Dulce
María Loynaz, la hija del general; Carlos Montenegro, Lidia Cabrera,
Bola de Nieve, Reinaldo Arenas, Cabrera Infante, Alberto Pedro, Ernesto
Lecuona, Eliseo Alberto, Titón, Celia Cruz. También por Abilio Estévez,
un habanero de las distancias, Eugenio Hernández Espinosa, Wendy Guerra,
Fernando Pérez y Carlos Acosta. Cada uno ha sabido colocar La Habana en
el mapa.
Entre las cosas que no le ha podido ser arrebatada es que continúa
saturada por la conversación, es una ciudad de múltiples altares y de
sábanas blancas que siempre bendice las aguas del regreso. Es santera,
ciudad bruja en la cual son notables las diferencias por su
estratificación, pero lo mismo en el barrio de Belén, en Nuevo Vedado o
Miramar se hace brujería. Negros brujos y blancos brujos en cualquiera
de las cuatro esquinas de la ciudad o bajo una ceiba dejan una ofrenda o
un sospechoso paquete que a cualquiera le provoca un susto. Los
girasoles, los príncipes negros, la lengua de vaca, el rodar un coco, la
cascarilla, el olor a albahaca y el aroma de siete potencias son
fetiches de esta ciudad.
Mi Habana es la tumba de la pureza, es negritud, pero también es
blancura pues es el templo de un sabroso mestizaje difícil de encontrar
en otras partes. Es también la casa-templo de diversas tribus urbanas
(emos, freakies, leñadores, vampiros, repas, babalawos, musulmanes,
rastafaris y pingueros). Es también el hábitat de mendigos, negros
dementes, buzos, chicos que se visten de Prada y de hombres verdes que
florecen por toda la ciudad.
A pesar de la tormenta la Habana es una ciudad que invita a ser
caminada, pero merece del buen gusto para vivir.
madrazoluna44@gmail.com
Source: La Habana que va conmigo | Cubanet -
https://www.cubanet.org/actualidad-destacados/la-habana-que-va-conmigo/
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario