El mejor presidente de EEUU
CARLOS ALBERTO MONTANER | Miami | 15 Nov 2015 - 9:28 am.
'Espero que el señor Donald Trump no sea el candidato de los
republicanos y mucho menos el próximo presidente de EEUU.'
Espero que el señor Donald Trump no sea el candidato de los republicanos
y mucho menos el próximo presidente de Estados Unidos. No solo por su
deplorable manera de enfrentarse al problema de la inmigración. Eso es
desagradable y absurdo, pero no lo más grave. Lo peor es que no tiene
una psicología presidenciable.
Su personalidad no es compatible con la delicada tarea de dirigir en el
siglo XXI una compleja y mastodóntica nación de 320 millones de
individuos, enfrentados por intereses y valores contrapuestos, adscritos
a todas las etnias, culturas, razas y religiones imaginables,
artificialmente vinculados por la adhesión a una constitución y a unas
instituciones comunes.
El señor Trump, qué duda cabe, es un buen negociante capaz de descubrir
oportunidades de ganar dinero, para lo que se requiere una imaginación
específica aunada a la voluntad de arriesgarse —lo que también varias
veces lo ha precipitado a la bancarrota—, pero esos rasgos no
necesariamente lo capacitan para desarrollar una buena labor en la Casa
Blanca.
Si el Gobierno de EEUU fuera una gigantesca empresa de servicios
—educación, sanidad, seguridad, transporte, relaciones exteriores,
todo—, y en vez de elegir a un presidente por la vía de las urnas
contratara a una firma de cazatalentos para que localizara a un buen CEO
o presidente, ¿a quién reclutaría esta hipotética compañía?
Ante todo, tendría en cuenta la inmensa diversidad de la clientela a la
que hay que satisfacer, los instrumentos que tiene para lograrlo y las
limitaciones legales en las que debe llevar a cabo sus actividades. A
partir de ese punto repasaría a los clásicos y fijaría siete
características ineludibles que ya fueron exploradas por los pensadores
de la época.
La primera es la prudentia. Debe ser previsor, prudente. Debe
autocontrolarse. No se juega con el destino de la gente. Los grandes
errores de los gobernantes son producto de una jugada audaz que les
salió mal. Napoleón se hundió cuando invadió a Rusia (lo mismo que le
sucedió a Hitler a mediados del siguiente siglo).
La segunda es la auctoritas. La autoridad emana de la experiencia, pero
no exactamente de la edad. En 1901 Teddy Roosevelt apenas tenía 43 años
cuando el asesinato de McKinley lo convirtió en presidente de EEUU. John
F. Kennedy comenzó a gobernar en 1961 a los 44 años. Ambos poseían una
inmensa carga de autoridad.
La tercera, muy relacionada con la anterior, es la gravitas. Hay que
tomar las cosas en serio y transmitir esa determinación a los
subalternos. Incluye la capacidad para decidir la importancia o
prioridad de los asuntos. Un gobernante que no sabe ponderar sus tareas
está destinado a perder el tiempo inútilmente.
La cuarta es la concordia. No se gobierna con el ceño fruncido, peleando
con todo el mundo y provocando temor. Esto es verdad dentro y fuera de
las fronteras. Gobernar es negociar, buscar consensos, pactar,
comprender las debilidades propias y las fortalezas del adversario. Hay
que sostener los principios, pero admitir, al mismo tiempo, que a veces
son inevitables algunas concesiones que nos repugnan porque no hacerlas
acarrearía unos terribles males. La flexibilidad no es una debilidad,
como sostienen las personas autoritarias. Es una virtud.
La quinta es lo que los romanos llamaban humanitas. Es decir, la
cultura, la preparación. Todos los problemas son poliédricos, poseen
múltiples lados y aristas. Tienen consecuencias económicas, morales,
sociológicas, legales. Para entender la realidad y tomar decisiones
acertadas es conveniente poder abordarlos desde distintos ángulos de
manera equilibrada y sin dogmatismos. Esto requiere una buena formación.
La sexta es la clementia. Es la virtud que lleva al gobernante a ser
compasivo, a pensar en el daño al prójimo que puede producirle con sus
decisiones. A veces la firmeza es contraria a la clemencia. Jimmy
Carter, que no fue un gran presidente, fue, sin embargo, una persona
genuinamente compasiva que introdujo en el debate internacional el tema
de los derechos humanos y le hizo un gran favor a la humanidad. Alguna
vez dijo una frase que lo reivindica: "Si yo no puedo ejercer la
compasión en la Casa Blanca no me interesa estar en ese sitio".
La séptima es la industria, que para los romanos era el trabajo intenso.
No hay resultados buenos que no tengan detrás una gran carga de
esfuerzo. El gobernante tiene que trabajar mucho y hacerlo honradamente,
por la gloria de servir, y no para el beneficio personal.
Por último, queda la suerte. Un buen jefe de gobierno puede tener esas
siete virtudes, y otras cuarenta, pero si el viento le da de frente, y
lo agarra una crisis económica violenta, lo atacan los enemigos
exteriores, la naturaleza se rebela y la sociedad a la que sirve
presenta síntomas de anomia y no reconoce ni respeta las normas, es muy
poco lo que podrá hacer. Hay cien ejemplos.
Source: El mejor presidente de EEUU | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/internacional/1447540978_18134.html
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