viernes, noviembre 13, 2015

Cuatro horas en manos de los policías de Raúl Castro

Cuatro horas en manos de los policías de Raúl Castro
noviembre 11, 2015 12:27 pm·

Cidra, Matanzas, Oscar Sánchez Madan, (PD) Eran las dos y diez de la
madrugada del 5 de noviembre de 2015, jornada que se iniciaba con el
cielo nublado, al menos en el poblado de Cidra, localidad del municipio
matancero de Unión de Reyes donde resido. Me acababa de despertar.

Tras levantarme, caminar hasta el baño de mi casa y observar a través de
una ventana, que tres oficiales del Departamento de Seguridad de Estado
vigilaban mi morada, estuve a punto de perder definitivamente el sueño.

Más eso no sucedió. Me acosté de nuevo, coloqué la almohada sobre mi
cabeza y así, no escuchar la tediosa conversación de los insomnes
gendarmes. Reinicié un agradable viaje por los caminos del sueño.

A las ocho de la mañana me volvieron a despertar las voces y risotadas
de los esbirros. A esa hora, rechacé el desayuno que nerviosa, me sirvió
mi anciana madre. Acto seguido me aseé, me vestí y después de echar una
ojeada –durante más de 30 minutos- a varias páginas del libro China
¿otro socialismo?, del escritor, Julio Aracelio Díaz Vázquez, me dirigí
a la puerta de salida de la casa.

Había estrechado la mano de un vecino, en medio de la calle Matadero,
cuando nueve agentes de la policía política me rodearon, como si yo
fuera Osama bin Laden. El que, al parecer, los dirigía, sin saludarme,
-como lo demandan las más elementales normas de cortesía- me dijo:
"Tenemos órdenes de no dejarlo salir de su casa. Está bajo arresto
domiciliario". "¿Por qué?", le pregunté. No me respondió.

Indignado, aunque sin perder la cordura, le expresé que de acuerdo con
las leyes vigentes en nuestro país, son los tribunales de justicia los
encargados de imponer ese tipo de sanción penal. "No voy a discutir con
usted, sólo voy a hacer cumplir las órdenes de mis superiores. Entre a
su casa", me replicó con cara de emperador romano.

Al negarme y decirle que eso era una arbitrariedad, porque no existía
ninguna denuncia en mi contra, me arrestaron y tres de los oficiales me
condujeron en un auto hacia la estación de policía de Jaguey Grande,
ubicada a 60 kilómetros de mi domicilio. Allí me obligaron a sentarme en
un pequeño local de espera aledaño a la recepción. Los tres agentes de
Seguridad del Estado se marcharon.

Media hora más tarde, me dirigí al oficial de guardia: "Necesito que me
expliquen ¿por qué me detuvieron?", le dije. El gendarme –con la
inscripción 13 573- manifestó que "eso no es asunto de nosotros, sino de
los oficiales de la Contrainteligencia que fueron los que lo trajeron a
usted". Como éste me indicó que yo no estaba arrestado, intenté
marcharme; pero ocho policías me retuvieron.

Llamé la atención de los agentes y ciudadanos presentes, al decir con
firmeza y en voz alta que "esto sólo ocurre en un país gobernado por una
dictadura como la de Raúl Castro, donde los que tienen que exigir el
cumplimiento de las leyes son los primeros que las incumplen". Mis
palabras provocaron la ira de un agente (matrícula 13 480), quien gritó:
"si no te callas, te voy a abrir un expediente por desacato". Le
respondí: "uno no, veinte; pero no dejaré de decir la verdad".

Todo esto era una venganza por mi labor como periodista independiente. Y
por el temor del oficialismo.

La discusión continuó. Cuando parecía que tanto los policías, como yo,
íbamos a sobrepasar los límites de la sensatez, otro vigilante
(matrícula 13 114) me dijo que me calmara que mi detención era un
problema de los agentes de Seguridad del Estado y que ellos los iban a
llamar. "Ustedes son también responsables porque me mantienen bajo
arresto, sin una orden de detención y causa que lo justifique", le dije.

Aunque era víctima de una injusticia decidí concluir el debate y me
negué a almorzar cuando me lo pidieron. "Yo lo que necesito es ser
liberado", le expresé con firmeza al oficial de guardia. Al ver que este
callaba por falta de argumentos agregué: "los hombres que defienden
ideas no deben estar encerrados. Las cárceles y las estaciones de
policía son para los delincuentes".

Dicho agente, con cara de avergonzado, se comunicó por teléfono, con un
oficial de la policía política. "Este problema es de ustedes… Dice
nuestro jefe que si van a mantener aquí, al ciudadano de los derechos
(humanos) debe venir para acá, uno de ustedes,", le expresó.

Pasó el tiempo y casi a la una de la tarde me liberaron. No me
regresaron a mi casa, me dejaron abandonado y sin dinero, en aquella
lejana comunidad.

El motivo de esa arbitrariedad había sido la programada visita de Raúl
Castro, al Museo El Esclavo Rebelde, en el municipio de Limonar, a un
kilómetro de Cidra, donde vivo. Aunque el dictador no participó en la
conmemoración del 40 aniversario del inicio de la intervención militar
cubana en Angola, conocida como Operación Carlota, (1975-1991), se
tomaron todas las medidas de seguridad, algunas de ellas arbitrarias.

Nunca olvidaré aquellas cuatro infinitas horas en que estuve en manos de
los corruptos policías de Raúl Castro. Me confirmaron que no existe
mejor antídoto que el estado de derecho, para acabar con el envenenado
régimen que ha sumido en la ilegalidad a nuestro amado país.
sanchesmadan61@yahoo.com; Oscar Sánchez Madan

Source: Cuatro horas en manos de los policías de Raúl Castro | Primavera
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