Saltarnos todo eso
14 Junio, 2017 8:01 am por Eduardo Martínez Rodríguez
El Cerro, La Habana, Emaro (PD) Una de las imágenes de las tantas que ya
acumula mi sobrecargada memoria, acude con fuerza y frecuencia diaria a
mi cabeza. La veo ahí delante de mis ojos una y otra vez, pero es solo
trabajo de las neuronas.
Mi hijo con siete u ocho años camina alejándose de mí por la acera hacia
la escuela. Viste su uniforme rojo y blanco, con pantalones cortos y
pañoleta azul. Siempre lleva tenis y una mochila saltándole ligeramente
a la espalda. Son unas tres cuadras de andar, pero yo no le pierdo de
vista hasta que desaparece detrás de un recodo a la entrada del centro
escolar primario.
Yo lo dejaba hacer y le inspiraba autoconfianza no acompañándolo, como
hacían todos los demás adultos. Él nunca volvió a vista para asegurarse
de que yo le seguía con la mirada.
Hoy no hay deseo, ni maquinaria, ni dinero suficiente en este planeta
para retornar el tiempo y volver a detenerme en la esquina para verlo
andar, saltarín, ágil y saludable hacia su futuro. ¿Cuánto no daría por
devolverme algunas épocas que me hacen falta? Ya su futuro es hoy y
aquel niño tiene poco que ver con mi persona, pues ha crecido y ha
escapado al mundo para hacer exactamente lo mismo.
¡Qué pena! Pero la vida es así. Siempre ha sido así, aunque, si me
dejaran, cambiaría algunas cosas. Me saltaría algunos desarrollos
intermedios para quedarme con las esencias.
Me quedaría permanente con aquella escena una y otra vez sin que nada
cambiara para mí, solo para mí, aunque la existencia continuara su curso
regular para todos los demás.
Me imagino cuánta gente, si pudieran, retornarían a sus mejores
momentos, aunque nos transformáramos en una selva estática de soñadores
padres, exitosos ingenieros, arrobados poetas o rubicundos políticos.
Estaríamos todos felices.
Se ha comprobado lo que han dado en llamar Síndrome Posbélico. Se trata
de que los soldados que han estado algún tiempo, mucho o poco, en zonas
de combates reales, no pueden reacomodarse, de vuelta a sus hogares, a
la paz y la tranquilidad donde crecieron y permanecieron casi todo su
vida anterior. Algunos lo logran al final, casi siempre con ayuda de
siquiatras y sicólogos, otros se suicidan y otros retornan a los predios
de la muerte una y otra vez, donde el estrés, las explosiones, los
disparos y el ambiente de guerra cambia constantemente de intensidad,
pero nunca se apaga. La mayoría, al final, va a parar a algún cementerio
donde nadie lo va a recordar.
¿Por qué sucede esto y hombres y mujeres por igual se hacen adictos
incurables al ambiente de combate real? ¿Será acaso que se nos sale
entonces aquella naturaleza escondida del hombre de las cavernas y nos
endurecemos hasta el punto donde no nos importa nada? No. Nada más
lejano. Nos hacemos más débiles.
Los soldados, dentro de una realidad de altísimo riesgo, donde mueren
amigos y conocidos constantemente, se hacen dependientes de una
camaradería que no se encuentra en ninguna otra circunstancia.
Somos seres humanos. Durante un combate urbano intensísimo, donde le
estarán disparando con armas de todo tipo desde cualquier edificio, de
todas las ventanas o resquicios, donde los proyectiles están golpeando
rabiosos a su alrededor y usted ya ha visto el destrozo que producen en
la indefensa piel, carne y huesos, un perfecto desconocido, sin dudarlo
un segundo, va a sacarlo de en medio de la calle donde le han alcanzado
y hacia donde han concentrado el fuego para rematarlo. Usted llega
inconsciente el lugar seguro y ni las gracias puede darle a su
rescatador, quien lo ve marchar con los paramédicos. Con eso le basta.
Está satisfecho. Se vuelve al combate sin esperar otra recompensa,
olvidando el incidente.
Un rescatista, un médico, o paramédico inmersos dentro de sus inmediatas
actividades de rescate cuando aún no se ha tranquilizado el polvo del
terremoto, no duda en meterse debajo de un techo a punto de desplomarse
donde creen que parece haber un sobreviviente, quien aún se mueve y
necesita ayuda; un bombero va a internarse dentro de un edificio en
llamas para rescatar a una persona que nunca ha visto en su vida,
arriesgando la suya casi a cambio de nada.
Entonces, por otra parte y en situaciones totalmente relajadas, donde
todo parece estar garantizado y seguro, un empresario despacha con una
negativa de empleo a una madre soltera desesperada y en el límite
inferior de la pobreza extrema para después, sin remordimiento alguno,
otorgar la plaza a un antiguo conocido, un socito del barrio.
O alguien cae, en la concurrida acera de un gran ciudad, víctima de lo
que parece infarto masivo y nadie se agacha a ayudarlo, más bien
apresuran el paso para evitar los inconvenientes de la policía y los
médicos.
O en la esquina, un grupo de adolescentes golpean brutamente a un
coetáneo sin que nadie intervenga para evitar la golpiza. Total, no es
mi familia, dirían en silencio muchos.
O cuando por puras conveniencias sociales, por el qué dirán, no
saludamos a un conocido venido a menos, quien ha perdido el empleo por
disidencias políticas, las cuales, al final, coinciden con nuestros más
secretos anhelos.
¿Por qué no nos saltamos todo eso y nos comportamos con el arrojo y
valentía del soldado, o con el desinterés muy altruista del médico, o
con el denuedo del bombero?
¿Por qué no queremos a todos, digamos, como yo quiero a mi hijo? ¿Por
qué no estar dispuestos a entregar a todo quienes nos rodean,
absolutamente a todos, con la misma solicitud, alegría, amor, que para
con nuestros pequeños?
Podríamos saltarnos toda esa mediocridad y mantener un comportamiento de
elevados quilates, que a su vez, seguramente, estaría exigiendo de
nosotros un desgaste emocional muy profundo, pero que con el tiempo
acomodaríamos sin esfuerzo como cotidiano, pues al final es en beneficio
colectivo.
Podemos. ¿Qué nos impide ser verdaderos seres humanos superiores, hoy
mismo, sin que nos veamos presionados por un combate, una catástrofe o
las estúpidas inconveniencias?
eduardom57@nauta.cu; Eduardo Maro
Source: Saltarnos todo eso | Primavera Digital -
https://primaveradigital.org/cubaprimaveradigital/saltarnos-todo-eso/
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