Reforma parlamentaria, la nación en busca de su rostro
ADONIS YUNIOR SANTOS | La Habana | 14 de Junio de 2017 - 12:11 CEST.
Desde el oficialismo, se anda pidiendo por estos tiempos una obediencia
ciega, un monopolio del pensamiento, una apropiación parcial y acrítica
de la realidad. Para alcanzar esta obediencia recurren a todo, desde
pequeños mítines hasta reuniones multitudinarias, desde golpecitos en el
hombro hasta golpetazos en la cara. Se pide al pueblo bajar la cabeza,
asentir, decir sí, participar en un baile predicho, donde nadie sabe
cuál es su papel ni hacia dónde vamos. Y es que con un parlamento como
el nuestro no se resuelve el eterno dilema de la democracia: la
representatividad y la participación.
La Asamblea Nacional del Poder Popular, máximo poder según la
Constitución, apenas propone leyes ni ejerce su soberanía sobre el
terreno de los cambios diarios. Dos reuniones al año y la suplantación,
durante ese periodo, por el Consejo de Estado aprisionan y matan la
legitimidad de la Asamblea. El resultado es un país donde predomina el
"decreto-ley" o sea el "Estado soy yo" del viejo gobernar de los reyes
absolutos, donde el acatamiento no solo es normativo sino imprescindible
para los gobernados si quieren sobrevivir y no quedar "fuera de juego",
apartados del ruedo social y de las pocas oportunidades que ofrece el
gran empleador cubano: el Estado.
El Gobierno, al matar la Asamblea, desguazó al pueblo. La inercia se
confunde con unanimidad. Una reforma parlamentaria no solo es necesaria,
sino que deberá extralimitarse hacia una transformación del órgano en
poder real.
Si en Cuba la Asamblea ve la nación de soslayo y durante apenas dos
sesiones, si se ensaya incluso la intervención de este o aquel de manera
que el debate no responde al magma interno del país, el resultado es la
inexistencia de la sociedad civil y la muerte del pacto social que el
gobernado establece con el soberano. Ni hablar del respeto a las
minorías, pues quien quiera hacerse escuchar al menos deberá llevar el
color político oficial o no será ciudadano, ni tendrá curul que lo mal
represente en el teatro de variedades.
La manera que tiene el lenguaje oficial para enmascarar los males de
nuestro invisible e inexistente Parlamento es llamarlo "democracia
socialista" o "poder popular", y colocan a seguido la consigna "¡ese sí
es poder!". Ejercicio retórico con el cual se pretende soslayar siglos
de evolución de la teoría política, el cual unido al desconocimiento
manifiesto por parte de la inmensa mayoría del pueblo acerca de los
mecanismos gubernativos, devienen armas hegemónicas.
El diario Juventud Rebelde reseñaba recientemente que "existe
desconocimiento sobre la labor cotidiana de delegados y diputados y
sobre las formas de revocar a representantes que no ejercen su función",
a la vez que registra la necesidad de "modificar y perfeccionar el
proceso electoral". O sea, los ciudadanos están marginados
cognoscitivamente de los mecanismos esenciales de un país: elegir y
gobernar, viven aislados de la vida política, sin preguntarse hasta
dónde llega su poder o si tienen la posibilidad de revocar al soberano.
Encima de que el proceso tiene fallas elementales, no es conocido por
las personas, entonces, ¿en qué consiste la democracia socialista o
revolucionaria o popular y qué la hace tan superior a lo que ellos
llaman despectivamente "democracia burguesa"?
Que el diario hable de estos defectos garrafales da a entender que el
régimen se está planteando cambiar algo en el mal llamado parlamento
cubano, algo que no será el unipartidismo, ni siquiera el sistema
electoral, trunco en la base al limitar el voto directo hasta el
delegado de circunscripción.
Quizá el régimen quiera apenas maquillar un poco el edificio del
Capitolio, darle un hálito divino, imprimir más ejemplares de la
Constitución de la República, poner el estudio de los actuales
mecanismos como parte de las materias cívicas en las escuelas. Pero nada
de cuestionarnos si lo que hoy llamamos Parlamento se aviene con la
búsqueda plural de la felicidad. El pacto social está roto, no estamos
aún ante un estado natural de guerra de todos contra todos porque ni la
ciencia política ni la sociología son exactas y pesan otros factores
(migración joven, pasividad de las generaciones añejas, conformismo,
miedo, etc.), pero no puede llamarse República a lo que se define a
espaldas del pueblo sin que concurra, como dijo Locke, la divergencia.
La democracia ni es socialista ni es capitalista, existe o no existe.
Clasificarla ya la adultera. No se trata de una palabra sin poder que
pueda ir y venir a través de la historia. Es un estado superior. De la
democracia con núcleo en un parlamento legítimo depende la existencia y
operancia de una sociedad civil plural y empoderada. Si el Estado es el
rostro de la nación, hoy no tenemos rostro, estamos invisibles y
tanteando en lo oscuro. Pidamos que esa búsqueda no devenga caos.
Source: Reforma parlamentaria, la nación en busca de su rostro | Diario
de Cuba - http://www.diariodecuba.com/cuba/1497180533_31803.html
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