sábado, abril 28, 2012

El amor todo lo espera… de ustedes también

Opinión

El amor todo lo espera… de ustedes también
Observatorio Cubano de Derechos Humanos
Madrid 28-04-2012 - 10:08 am.

Carta abierta a la Conferencia de Obispos Católicos: ¿Cuál fue el punto,
queridos obispos, en que algunos líderes y voceros de la jerarquía
católica extraviaron el sendero?

En el Cuatrocientos Aniversario de la Patrona de Cuba.

Queridos obispos cubanos, a ustedes y a los miles de sacerdotes,
diáconos, religiosos, religiosas y laicos católicos, dirigimos este
mensaje, en este Cuatrocientos Aniversario de la aparición de la imagen
de la Santa Patrona de Cuba, la Virgen de la Caridad:

La sociedad y la Iglesia Católica cubana viven un momento de
definiciones cruciales en su relación centenaria. Ante ambas se abren
caminos que pueden recorrerse juntos, o bifurcarse si cualquiera de las
dos extravía el rumbo.

Las claves para tomar el mejor sendero siguen siendo las contenidas en
el mensaje El amor todo lo espera que emitieran Uds. mismos en
septiembre de 1993. Aquel histórico documento, que mantiene plena
vigencia a casi dos décadas de haberse hecho público, se expresaba en
términos que parecen retratar lo que hoy todavía vivimos:

La gravedad de la situación económica de Cuba tiene también
implicaciones políticas, pues lo político y lo económico están en
estrecha relación.

Nos parece que, en la vida del país junto a ciertos cambios económicos
que comienzan a ponerse en práctica, deberían erradicarse algunas
políticas irritantes, lo cual produciría un alivio indiscutible y una
fuente de esperanza en el alma nacional:

l. El carácter excluyente y omnipresente de la ideología oficial, que
conlleva la identificación de términos que no pueden ser unívocos, tales
como: Patria y socialismo, Estado y Gobierno, autoridad y poder,
legalidad y moralidad, cubano y revolucionario. Este papel, centralista
y abarcador de la ideología produce una sensación de cansancio ante las
repetidas orientaciones y consignas.

2. Las limitaciones impuestas, no sólo al ejercicio de ciertas
libertades, lo cual podría ser admisible coyunturalmente, sino a la
libertad misma. Un cambio sustancial de esta actitud garantizaría, entre
otras cosas, la administración de una justicia independiente lo cual nos
encaminaría, sobre bases estables, hacia la consolidación de un estado
de pleno derecho.

3. El excesivo control de los Órganos de Seguridad del Estado que llega
a veces, incluso, hasta la vida estrictamente privada de las personas.
Así se explica ese miedo que no se sabe bien a qué cosa es, pero se
siente, como inducido bajo un velo de inasibilidad.

4. El alto número de prisioneros por acciones que podrían despenalizarse
unas y reconsiderarse otras, de modo que se pusiera en libertad a muchos
que cumplen condenas por motivos económicos, políticos u otros similares.

5. La discriminación por razón de ideas filosóficas, políticas o de
credo religioso, cuya efectiva eliminación favorecería la participación
de todos los cubanos sin distinción en la vida del país.

Y como lo expresó nuestro Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC): «La
Iglesia Católica en Cuba ha hecho una clara opción por la seriedad y la
serenidad en el tratamiento de las cuestiones, por el diálogo directo y
franco con las autoridades de la nación, por el no empleo de las
declaraciones que puedan servir a la propaganda en uno u otro sentido y
por mantener una doble y exigente fidelidad: a la Iglesia y a la Patria.
A esto se debe, en parte, el silencio, que ciertamente no ha sido total,
de la Iglesia, tanto en Cuba como de cara al Continente, en estos
últimos 25 años. Los Obispos de Cuba, conscientes de vivir una etapa
histórica de singular trascendencia, han ejercido su sagrado magisterio
con el tacto y la delicadeza que requería la situación» (Nos. 129 y
168b), pero un sano realismo implica la aceptación de dejarnos
interpelar a nosotros mismos, lo cual puede no gustar, pero puede,
también, llevarnos a las raíces de los problemas a fin de aliviar la
situación de nuestro pueblo.

Queridos obispos cubanos:

Fueron ustedes los que acertadamente nos recordaron que el camino a
seguir era el diálogo entre cubanos y definieron con claridad el tipo de
interlocución que se requería cuando afirmaron:

Un diálogo con interlocutores responsables y libres y no con quienes
antes de hablar ya sabemos lo que van a decir y, antes de que uno
termine, ya tienen elaborada la respuesta, de los que uno a veces
sospecha que piensan igual que nosotros, pero no son sinceros o no se
sienten autorizados para serio.

Después de casi seis años de haber sido sustituido por enfermedad el que
fuera jefe del Estado por casi cuarenta y siete años, las expectativas
de reformas estructurales y de concepto que fueron prometidas, distan
mucho de estar a la altura de la crisis que enfrenta hoy la sociedad.
Ésta —y al parecer la propia Iglesia— se escinde entre aquellos que
creen que todo llegará a su hora, fruto de la paciencia, y los que,
agobiados por la creciente pobreza y la permanente falta de libertades
básicas, han emprendido el camino de la protesta e incluso de la
resistencia. A este grupo no se le ha respondido con un diálogo
respetuoso, no se han escuchado sus inquietudes y propuestas, sino que
se le ha acallado con una creciente ola de represalias policiales. Sin
embargo, como ustedes bien proclamaron en 1993: Con la fuerza se puede
ganar a un adversario, pero se pierde un amigo, y es mejor un amigo al
lado que un adversario en el suelo.

La ausencia hoy de un diálogo nacional abierto, incluyente y sin otra
cortapisa que la civilidad, nos arrastra al abismo de un nuevo ciclo de
exclusión, de violencia nacional como opción desesperada para imponer un
futuro que ya vendría nuevamente marcado por el odio. Como ustedes
sabiamente indicaron el odio no es una fuerza constructiva.

Es sabido que al diálogo siempre se opondrán los que se benefician del
actual estado de cosas. Ustedes lo dijeron valientemente hace casi dos
décadas:

Sabemos bien que no faltan, dentro y fuera de Cuba, quienes se niegan al
diálogo porque el resentimiento acumulado es muy grande o por no ceder
en el orgullo de sus posiciones o, también, porque son usufructuarios de
esta situación nuestra, pero pensamos que rechazar el diálogo es perder
el derecho a expresar la propia opinión y aceptar el diálogo es una
posibilidad de contribuir a la comprensión entre todos los cubanos para
construir un futuro digno y pacífico.

Pero en 1993 ustedes dijeron mucho más:

Hacemos un apremiante llamado a nuestro pueblo para que no sucumba a la
peligrosa tentación de la violencia que podría generar males mayores.

Y agregaron con prístina clarividencia:

Pero es necesario también que nos preguntemos serenamente en qué medida
la intolerancia, la vigilancia habitual, la represión, van acumulando
una reserva de sentimientos de agresividad en el ánimo de mucha gente,
dispuesta a saltar al menor estímulo exterior. Con más medidas punitivas
no se va a lograr otra cosa que aumentar el número de los transgresores,
esto lo saben muy bien los padres de familia. Es muy discutible el valor
del castigo para humanizar, sobre todo cuando este rigor se ejerce en el
ámbito de la simple expresión de las convicciones políticas de los
ciudadanos. Queremos, pues, dirigir también un insistente llamado a
todas las instancias del orden público para que no cedan tampoco ellos a
los falsos reclamos de la violencia.

¿Cuál fue entonces el punto, queridos obispos, en que algunos líderes y
voceros de la jerarquía católica extraviaron el sendero? ¿Cómo pudo
ocurrir que cargados de las mejores intenciones esas figuras cimeras de
la Iglesia asuman en la actualidad una lógica y retórica complacientes
que los aleja cada vez más de la prédica de Cristo y de ese llamado a
nuestra conciencias que hicieran todos ustedes en 1993? ¿Cuándo decidió
la Conferencia de Obispos autorizar al Cardenal, hablando y actuando
prácticamente en nombre de toda la Iglesia, a tomar distancia de la
prédica en favor del diálogo respetuoso e incluyente y asumir la
retórica del poder, siempre pletórica de descalificaciones de todo tipo?
¿Pueden acaso esperar que la sociedad cubana siga sus consejos y pautas
cuando ustedes no ejercen la corrección fraterna con quienes se alejan
de ellos entre ustedes mismos?

La lógica de pactar la cooperación con un poder abusivo con la intención
de contener sus desmanes y conducirlo al buen camino seguramente está
bien intencionada, y sin duda puede permitir que se alcancen concesiones
beneficiosas. Pero compromete —por razones de principio y por su
limitada perspectiva— el testimonio de dignidad y credibilidad de una
institución cuya lógica no puede ser política, sino la del amor. La
Iglesia no puede permitirse el lujo de hacer pactos —de jure o de facto—
que, guiados por una lógica de intereses o de poder, se realicen a
expensas de su compromiso con la lógica del amor.

Nadie niega, y a todos nos regocijan, los avances obtenidos en la
aceptación del papel social de la iglesia, frente a la exclusión por
motivos religiosos, desde que se diera a conocer El amor todo lo espera
hasta nuestros días. Ninguno fue una dádiva, todos son avances justos
—aunque todavía distan de estar a la altura plena de las
circunstancias—, y a ellos contribuyeron en no poca medida la visita del
Papa Juan Pablo II, en 1998, y la más reciente de Benedicto XVI. Pero de
nada valdrían esos pasos, u otros que pudieran darse, si el precio a
pagar fuese el extravío de la misión esencial cristiana. Si se ha
avanzado en el derecho a la libertad religiosa por no exclusión de los
que tienen dichas creencias, en la nación se ha recrudecido la represión
y exclusión de aquellos que no profesan la ideología oficial y se
expresan frente a los abusos de un poder que no se somete a un estado de
derecho ni permite libertades básicas de conciencia, expresión, reunión
y asociación. Errado es el camino de intentar preservar lo logrado a
favor de un grupo de víctimas, si el precio es la complicidad ante los
abusos que se imponen a otras.

Las declaraciones del Cardenal Jaime Ortega Alamino en su presentación
en la Universidad de Harvard han sido deplorables. Su doble mención,
discriminatoria una, de infidencia la otra, fue éticamente inaceptable y
carente de prudencia. En efecto, Mons. Agustín Román ya no está entre
nosotros para aclarar o rechazar sus afirmaciones; y su juicio sobre la
pretendida condición psíquica, jurídica y moral de compatriotas que
ocuparon pacíficamente una iglesia en señal de protesta y fueron
desalojados, si no con violencia dentro del templo, sí con recurso a la
fuerza del brazo secular, fue cuando menos, temerario, improcedente.
Cualquiera puede tener un mejor o peor momento al expresar una idea,
pero el contenido, tono y actitud del Cardenal en esta ocasión ha
develado cuánto se puede haber alejado de la lógica del mensaje medular
que en 1993 emitiera la Conferencia de Obispos Católicos. Ha dejado
injustamente mal parada a la institución que le corresponde representar,
y a obispos, curas, monjas y laicos que de forma silente y abnegada han
servido al pueblo todos estos años y han intentado protegerlo frente a
abusos muy diversos a riesgo de no pocos peligros personales.

Los que suscribimos esta carta queremos, no obstante, llamar a la
cordura a quienes hoy pudieran ceder a la tentación de dejarse arrastrar
por el legitimo sentimiento de profundo agravio que las palabras del
Cardenal Ortega han provocado. Él tendrá que responder ante Dios por sus
actos y palabras. Pero con serena firmeza esperamos de los obispos,
sacerdotes, religioso(a)s, laicos cubanos, y de las autoridades del
Vaticano, que den muestras de renovado discernimiento, que ponga
definitivamente coto a este tipo de manifestaciones y aseguren que la
Iglesia Católica Cubana sea consecuente con el compromiso que hizo,
según sus propias palabras no por casualidad, en septiembre de 1993. El
Cuatrocientos Aniversario de la aparición de la imagen de la Virgen de
la Caridad está llamado a recordarse como el año de la consolidación del
compromiso eclesial con su pueblo, sobre la base de las prédicas de
Cristo y no como un dato estadístico significativo en la asistencia a
procesiones.

No hay mejores palabras para cerrar este urgente mensaje que las
empleadas por ustedes mismos en el de 1993:

Hemos pedido al Señor dirigir este mensaje en su lenguaje de amor, sin
lastimar a ninguna persona, aunque cuestionemos sus ideas en diversos
aspectos, porque de lo contrario Dios no bendeciría el humilde servicio
que queremos prestar a cuantos libremente quieran servirse de él.

Al igual que en 1993 la Iglesia supo descifrar las angustias de la
sociedad cubana, deseamos y esperamos que hoy preste oídos a este
reclamo… antes de que sea demasiado tarde.



Observatorio Cubano de Derechos Humanos.

http://www.diariodecuba.com/derechos-humanos/10852-el-amor-todo-lo-espera-de-ustedes-tambien

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