domingo, marzo 21, 2010

El efecto Zapata Tamayo

El efecto Zapata Tamayo
Domingo 21 de Marzo de 2010 12:14 Ernesto Menéndez-Conde

No caben dudas de que la muerte del disidente Orlando Zapata Tamayo ha
sido uno de los más graves errores que ha cometido el régimen cubano en
su más de medio siglo de existencia. Cuesta trabajo pensar que se trató
de un descuido o de una acción que no fue previamente calculada. Una
jugada política de tal magnitud no se pone en práctica sin antes
analizar las consecuencias que podría tener tanto en Cuba como a nivel
internacional. Situarse en la posición de los estrategas del régimen y
preguntarse cuáles pudieron ser los objetivos que sustentaron la
decisión de dejar morir a una figura poco conocida de la disidencia, es
un ejercicio plausible, aun cuando, por lo pronto, esta interrogante
sólo pueda contestarse a modo de conjetura.

Me gustaría arriesgar algunas respuestas, totalmente hipotéticas
(seguramente existan muchas otras). Dentro de Cuba, la muerte de Zapata
Tamayo habría sido un modo de contener y amedrentar a la oposición
política. Para el régimen esto posiblemente sea una cuestión de primer
orden, en un momento en el que las manifestaciones de descontento son
cada vez más explícitas y la oposición va sedimentándose de un modo que
resulta cada vez más difícil de extirpar. La muerte de Zapato Tamayo
habría podido funcionar como escarmiento, como un mensaje muy claro de
que no habría concesiones políticas ni tampoco reparos a la hora de
apelar a los castigos más severos.

En el plano internacional, el régimen de los Castro posiblemente
persiguiese sabotear las gestiones del gobierno español para cambiar la
posición común europea —que tenía ciertas posibilidades de imponerse— y
pulverizar aún más los esfuerzos conciliadores de la administración Obama.

Entre las posibles adversidades dentro de la isla, supongo que el
gobierno habría previsto las usuales protestas y denuncias de los grupos
opositores (blogueros incluidos) y, externamente, las reacciones
enfurecidas del exilio, a las que se sumaría una agresiva campaña
mediática. Ambas serían inconvenientes que presumiblemente habría que
soportar por algunas semanas y que, en esencia, no diferían mucho de los
ataques que de todas maneras la dirigencia cubana ha encarado de forma
ininterrumpida.

Si más o menos estos fueron los cálculos, habría que convenir en que no
fueron predicciones del todo desacertadas. Sin embargo, en esta ocasión,
incluso cuando el plan fuese favorecido con la reciente alianza entre
los gobiernos latinoamericanos, la muerte deliberada de Zapata Tamayo
fue un fiasco descomunal.

Una nueva situación

Lejos de atemorizar a la disidencia, la energizó y ensanchó su espacio
político. Este es un efecto muy importante. Durante más de dos décadas
los grupos opositores fueron mayormente apoyados por el sector más
radical del exilio y, de forma más taimada, por los gobiernos de turno
estadounidenses. Pese a haber conseguido logros como las más de diez mil
firmas que se requerían para respaldar el Proyecto Varela, la oposición
política cubana —minada por los servicios de inteligencia y a merced de
un sistema judicial abusivo— subsistía en medio de la apatía de gran
parte de la población, en una especie de asfixia política, continuamente
expuesta a todo tipo de agresiones estimuladas por el régimen, y
aplastada por la pésima reputación que la propaganda oficialista le
había endilgado.

Al permitir la muerte de Zapata Tamayo, el régimen contribuyó a
reivindicar a los grupos opositores, tanto en Cuba como fuera. Si antes
eran fundamentalmente los blogueros quienes acaparaban la atención
mediática internacional, ahora son los opositores políticos y los presos
de conciencia los que pasaron a un primer plano. Y en lugar de
delincuentes y mercenarios, se ha podido apreciar a personas humildes,
voceros inteligentes, que acuden a formas no violentas de enfrentamiento
y sobre todo se ha visto a una figura como Guillermo Fariñas que, de
manera ejemplar en el mundo contemporáneo, ha puesto en riesgo su propia
vida en nombre de sus convicciones.

Junto a este espacio conquistado por la disidencia, el exilio también ha
ganado en cohesión y su fuerza política se ha robustecido con las
crecientes simpatías que está despertando la causa cubana en las
sociedades occidentales. La carta de denuncia al gobierno cubano
—iniciativa de un grupo de blogueros— ha sido un éxito abrumador no sólo
por la cantidad de personas que la han suscrito hasta el momento (más de
once mil), sino también por la autoridad intelectual de muchos de los
firmantes y el respaldo que ha encontrado en los medios informativos.

Por otra parte, el régimen puso en aprietos a sus cómplices políticos.
La reciente alianza entre los gobiernos latinoamericanos ha empezado a
agrietarse. El presidente de Costa Rica y el recientemente electo
mandatario chileno se pronunciaron a favor de la disidencia. El gobierno
mexicano emitió una nota de preocupación por el trato que se le está
dando a Fariñas, mientras la imagen de Lula se vio dramáticamente dañada
y Chávez ha tenido la cautela de guardar silencio.

La muerte de Zapata Tamayo desmoralizó a los partidarios del gobierno y
decepcionó a una gran mayoría que, por alguna que otra razón, todavía
simpatiza con el régimen. Además, demostró de manera rotunda que los
maltratos que se cometen contra la población civil y penal no son parte
de una campaña mediática orquestada por el enemigo, sino que constituyen
prácticas sistemáticas de las autoridades. El caso de Zapata Tamayo
destruyó los últimos reductos de credibilidad que conservaba el gobierno.

Las tácticas de desprestigiar a los disidentes o de acusar a los medios
masivos de Europa y Estados Unidos evidenciaron, como nunca antes, los
burdos mecanismos con los que el régimen encubre sus desmanes ante la
opinión pública nacional e internacional. En esta ocasión la predecible
carta de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba no fue acompañada de
firmas. Un mal síntoma que vino a confirmar la diatriba de Sergio, en el
filme Memorias del Subdesarrollo, sobre la responsabilidad individual
que se intenta salvaguardar mediante la invocación al grupo.

La muerte de Zapata Tamayo y la huelga de hambre iniciada por Fariñas,
han incidido en una nueva configuración de las fuerzas y protagonismos
políticos. Una configuración que acelerará la caída del régimen.

http://www.diariodecuba.net/opinion/58-opinion/813-el-efecto-zapata-tamayo.html

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