lunes, diciembre 03, 2012

Sombras en la sala oscura

Cine

Sombras en la sala oscura
Fernando Dámaso
La Habana 03-12-2012 - 6:52 pm.

Comienza el festival de cine de La Habana: ¿Cuál era y cuál es el estado
de las salas del país?

Antes de 1959, en la denominada Gran Habana —que incluía la ciudad de La
Habana y Marianao—, con menos de un millón de habitantes, existían 134
salas cinematográficas en pleno funcionamiento. Las había con diferentes
capacidades, desde 500 asientos las menos hasta más de 1000 la mayoría,
y diseños: desde las más lujosas con aire acondicionado, butacas
acolchadas (en algunos casos reclinables) y alfombras, hasta las más
modestas con ventiladores y butacas de madera. La mayoría disponían de
cafeterías y fuentes de soda adosadas y, casi todas, con servicio de
golosinas y refrescos hasta en la propia sala, durante la función.

Existían diferentes circuitos de estrenos. Semanalmente se proyectaban
filmes tanto norteamericanos como franceses, italianos, ingleses,
españoles, mexicanos y argentinos, por solo citar las cinematografías
más representadas. A veces, en dependencia del éxito en taquilla, un
film podía permanecer en cartelera de estreno más de una semana, donde
se exhibía acompañado del noticiero, algún documental y un dibujo
animado. Después, la cinta pasaba a los cines de reestreno y de barrios,
donde por lo regular su proyección se hacía acompañar de algún film de
los llamados "de relleno", que a veces resultaban tan buenos e
interesantes como el principal.

Ir al cine constituía entonces un acontecimiento social y, en
dependencia del contenido del film, podía hasta convertirse en una
salida familiar. También era espacio para los enamorados y hasta para
los grupos de amigos y amigas. Disfrutamos del cine mudo y del hablado
en blanco y negro, en colores, de la 3D, del cinemascope y hasta del
cinerama. Las salas se modernizaban, remodelaban y recibían las nuevas
tecnologías. Eran tiempos en que marchábamos a la par del mundo. Después
llegó el impasse y el desarrollo se detuvo.

Es verdad que durante algunos años todavía llegaron filmes de Italia,
Francia, algunos de Japón, España, México, Argentina y Brasil, así como
aparecieron de otros países como la Unión Soviética, Hungría,
Checoslovaquia, Yugoslavia, la RDA, Bulgaria, China y Suecia, pero
desaparecieron los de Estados Unidos, que siempre habían constituido la
mayoría.

El público se fue adaptando a la nueva situación aunque, a ojos vista,
el estado de las salas decaía. Primero desaparecieron las ofertas dentro
de ellas, las fuentes de soda y las cafeterías. Después el aire
acondicionado, los ventiladores, la alfombras, las cómodas butacas y
hasta los proyectores y las pantallas, por falta de reparación y
reposición. Ir al cine se convirtió entonces en un suplicio, y los
espectadores comenzaron a abandonar las salas oscuras para refugiarse,
primero, en los pocos videoclubs existentes (muchos clandestinos), y
después en los CD, DVD, memorias flash, discos externos y otras tecnologías.

A continuación vino la desaparición de las salas, la mayoría por
derrumbe o por demolición, y otras convertidas en comercios, almacenes,
viviendas colectivas, albergues, salas de deportes y hasta solares
yermos. Últimamente algunas han sido rescatadas y se utilizan en
actividades teatrales y musicales. A pesar del aumento de los habitantes
de la ciudad en hasta dos millones, de la cifra inicial no sobreviven
más de una veintena de salas de cines, muchas de ellas en estado
deplorable, dejando de existir los cines de barrio.

Es real que en otros países, a lo largo de los años las salas
cinematográficas han sufrido transformaciones y algunas hasta han
desaparecido, pero éste no es nuestro caso. Aquí no pasaron a formar
parte de modernos centros comerciales, multiplicándose en salas más
pequeñas, o en centros culturales. Aquí simplemente desaparecieron.

Hoy, las pocas que existen estrenan películas ya vistas en la mayoría de
los hogares, y solo atraen a pocos espectadores, lo cual no las hace
rentables. En algunas muestras esporádicas de cine francés, italiano,
español, etcétera, y una vez al año, durante diez días, en el denominado
Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, el ambiente cinematográfico
revive, y aparecen colas de espectadores. Esto hace que algunos
visitantes afirmen erróneamente que el cubano acude de forma masiva al
cine. No tienen en cuenta que esto solo sucede durante diez de los 365
días del año.

De todas formas, las ofertas del Festival han ido decayendo con cada
edición, tanto en interés como en calidad artística, siendo muchos de
los filmes presentados —con algunas honrosas excepciones principalmente
argentinas y mexicanas— verdaderos panfletos que responden a
posicionamientos políticos e ideológicos de sus cinematografías, muchas
de ellas subvencionadas por los distintos gobiernos.

Los filmes de producción nacional, escasos y signados por la censura,
tratan por lo regular temas epidérmicos, más en la cuerda de la comedia
ligera costumbrista, con abundante sexo y lenguaje grosero, buscando la
aceptación fácil del público. Aunque atraen espectadores poco exigentes,
no constituyen una opción estable para llenar las salas siquiera
medianamente. A veces, rompiendo esquemas y haciendo malabarismos para
sortear todo tipo de dificultades, algún director joven crea algo
interesante, pero esto solo se muestra en auditorios reducidos, sin
incluirse su proyección en las pocas salas que aún funcionan.

La sala oscura ha declinado y, junto a ella, la magia que la acompañaba.
Ir al cine no constituye ya una opción familiar, ni de enamorados, ni de
un grupo de amigos y amigas. Ha dejado de ser incluso una opción personal.

http://www.diariodecuba.com/cultura/14288-sombras-en-la-sala-oscura

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